En la región de los Chenes, al oeste de la Península de Yucatán, las comunidades mayas guardan historias antiguas que nos dicen mucho sobre el vínculo especial con el agua. Las historias de Tzukan, serpiente guardiana del agua, siguen escuchándose en esta región maya. Hace un par de décadas, Nora Tzec, compañera de Hopelchén (Jopel: cinco, Ch’en: pozo) recuerda que en una cueva dentro de un terreno baldío algunos habitantes vieron salir volando una serpiente con alas.
Uno de los autores de este artículo disfrutó de los Tuuti Waj, comida ceremonial a base de maíz, mientras se celebraba una ceremonia dedicada a Yúum Cháak (Señor(a) Lluvia) en la comunidad de San Juan Bautista Sahcabchen en 2019. La ceremonia de la lluvia Ch’a Cháak involucraba a niñ@s, abuel@s y jóvenes, imitando el canto de ranas, sapos y aves. Yúum Cháak y la serpiente Tzukan son manifestaciones de una misma energía, el agua.
A pocos kilómetros de Hopelchén, en los templos de Uxmal podemos encontrar una rica iconografía con temas sobre la serpiente emplumada. El hecho de que las comunidades mayas preserven, desde la lengua indígena, la memoria sobre fuerzas simbólicas de la naturaleza, que también encontramos en los templos precoloniales, nos habla de una continuidad cultural con gran capacidad de resiliencia. Esta memoria ancestral provee de sentido simbólico al territorio de los Chenes, con un sistema hidrológico subterráneo único en el mundo. Su nombre deriva precisamente de la palabra maya ch’en: pozo, por la abundancia de pozos o cuevas con acceso a los ríos subterráneos.
La Selva Maya es una de las reservas hídricas más importantes del mundo y la principal dentro de México, así como el bosque lluvioso tropical más grande de México y la segunda selva en América Latina, después de la Amazonía.
Desde las últimas décadas, resultado de su giro neoliberal, el Estado mexicano ha implementado políticas públicas, facilitando procedimientos de enajenación de tierras nacionales y múltiples concesiones de agua que han tenido un impacto devastador en el modo de reproducción de la vida del pueblo Maya. Tales políticas promovieron la llegada de familias menonitas desde el norte del país, para asentarse en el territorio maya y dedicarse al agronegocio.
La producción de soya, arroz, maíz transgénico y sorgo de estas comunidades se ha traducido en la deforestación de miles de hectáreas de cubierta arbórea y en la contaminación de los mantos acuíferos con agrotóxicos, incluido el glifosato. Contrario a la narrativa agroindustrial, la producción de estos monocultivos no está destinada a reducir el hambre en el mundo, sino a la alimentación del ganado para la industria cárnica, y los agrocombustibles, entre otros. “Los mayas no comemos soya” –nos comparte don Decelio Salazar, compañero de Sahcabchen—.
La protección de este patrimonio biocultural nos concierne a todas y todos. Cada quien en sus modos y tiempos, nos dirían l@s zapatistas. Varias comunidades mayas de Hopelchén caminan procesos de defensa del agua en los que se ha hecho énfasis no sólo en el uso estratégico de las normas nacionales e internacionales sobre derechos de los Pueblos Indígenas, sino también revalorizando y fortaleciendo las normas propias encaminadas a garantizar el cuidado del agua. En las ofrendas y rituales, entendidas como responsabilidades comunitarias, rige el principio de la reciprocidad. Las ceremonias de la lluvia o de agradecimiento buscan restablecer la armonía comunitaria y la diversidad de la vida en la Selva Maya, Yúum K’aax (Señor@ Selva). Estas prácticas rituales dan visibilidad a un buen número de normas mayas, como son: el respeto al agua, ser espiritual o el reparto equitativo del agua en tiempos de sequías. Estas normas también deberían ser reconocidas como parte neurálgica de lo que se conoce como patrimonio biocultural en el derecho internacional.
En lengua maya, la interrelación selva-agua-territorio es indisoluble. El agua es parte del territorio, sin agua no hay vida, ni pueblo maya. Desde las expresiones en la lengua local hasta la práctica cotidiana, se transmiten los saberes ancestrales que entienden el agua no como recurso, ni como un elemento separado del territorio. La Sagrada Agua, Kil’iich Ja,’ al igual que Yúum K’aax, son seres espirituales a quienes se respeta en su interdependencia y armonía con la vida. Por ello, en los procesos de defensa del agua reivindican el concepto de territorio-agua como manera de hacer visible una territorialidad Otra que es guardiana de prácticas, saberes, rituales e instituciones entre los seres vivos que la habitan. Este concepto queda muy lejos del antropocentrismo universal y del paradigma dominante de dominación de la naturaleza a partir de las que se gestan las políticas de producción en México.
El sistema normativo maya ha permitido la existencia de una gran biodiversidad en la Selva Maya, por ser guardián de una manera propia de entender el buen vivir, semejante a los conceptos andinos de sumaq qamaña o suma kawsay: U jéetsel le ki’ki kuxtal (“vida sabrosa”), defendido por los movimientos de base mayas desde Campeche hasta Quintana Roo.
El reto pendiente para el Estado, reside en adecuar las normas estatales a la manera propia del ser-estar-pensar-sentir y habitar el mundo Maya, tal y como se demanda en el Convenio 169 de la OIT sobre derechos de los Pueblos Indígenas, donde se resalta que toda normativa debe interpretarse a la luz de los derechos colectivos.
Los megaproyectos que se multiplican en la Península de Yucatán, avanzan como una “guerra sin tanques” frente a una resistencia biocultural comunitaria que debiera ser referencia de prácticas y sabidurías alternativas al modo de producción y depredación capitalista, entendiéndola como fuente de epistemes Otras y, por supuesto, de las normas que a partir de ellas florecen. Unas sabidurías Otras que han resistido siglos de persecución colonial para posicionarse como alternativa de protección medioambiental gracias a la lucha y resiliencia de los pueblos Mayas. •