Los pueblos originarios de Brasil: un fuerte eslabón en defensa de la tierra-territorio-naturaleza en América Latina-Abya Yala
Los pueblos originarios de Brasil que conforman grandes naciones como los guaraníes, hasta los pequeños pueblos aislados en la Selva Amazónica, forjan un eslabón resistente en la defensa de la tierra-territorio-naturaleza en América Latina-Abya Yala, pues implica su propia vida, adquiriendo por ello un fuerte sentido a partir del vínculo ancestral que se manifiesta en sus dinámicas del presente.
En otras palabras, existe una relación entre pueblos originarios (o indios como se les reconoce constitucionalmente en Brasil) con sus geografías biodiversas que tradicionalmente han ocupado, lo cual ha dado lugar a mitos fundacionales portadores de cosmovisiones y reproductores de una gama cultural tangible e intangible que va desde indumentarias hasta cantos inconfundibles que se observan, principalmente desde el exterior, como un patrimonio cultural.
Este tipo de patrimonio adquiere en las comunidades originarias, un sentido más allá de la clásica idea de una valoración en precio y en dinero tendiente a fomentar la plusvalía, lo cual no significa que los pueblos originarios de Brasil no utilicen la moneda para intercambio de bienes o adquisiciones de materiales que en sus espacios no producen, por ejemplo, los pueblos amazónicos realizan intermitentemente venta de artesanías en ciudades como Brasília. Otros pueblos como el Terena, cultivan mandioca de forma planificada para su distribución en São Paulo.
En ambos casos, uno de los sentidos diferenciados está en la dimensión limitada de la producción, cuestión que hasta ahora podemos afirmar, tiene que ver en gran parte con la concepción de valor ligado a un modo de vida en conjunción con la tierra -territorio-naturaleza que incluye espacio, colectividades e individualidades humanas, así como a otros seres vivos y elementos inorgánicos en coexistencia, por lo que se considera innecesaria una producción desmedida que pueda dañar la naturaleza al grado de la destrucción. Por el contrario se busca un equilibrio.
Sin embargo, la relación entre pueblos originarios o indígenas de Brasil y la tierra-territorio-naturaleza en los términos señalados, no es del todo idílica, ya que también ha estado expuesta a diversas afectaciones desde tiempos de la colonización, y en la actualidad se evidencian las consecuencias de la devastación ambiental causada por empresas transnacionales, principalmente mineras y madereras, además de los fazendeiros (hacendados) que se dedican al agronegocio, como ha venido ocurriendo en la Amazonia Occidental del cono sur en Rondônia desde finales de la década de los setenta, donde se asentaban nativos de los que se sabe, una de las tribus desapareció casi por completo después de las repetidas intromisiones, según lo relatan campesinos de los alrededores.
Solamente un sobreviviente quedó de aquella tribu y lamentablemente murió el año pasado. Fue conocido como el “indígena Tanaru” o “el indígena del buraco” quien falleció por causas naturales según informaron distintos medios de comunicación. No obstante, lo trágico fue el aislamiento forzado en que estuvo durante años, debido al ánimo egoísta de quienes devastaron la selva y con ella, su pueblo. Esta pérdida humana se sumó a aquellas que dejó el COVID-19 y de alguna manera encendió las alarmas para preguntarnos sobre las consecuencias “negativas” relacionadas directa o indirectamente con el desequilibrio ambiental que pone en peligro la vida.
Ante estos extremos que perjudican la relación con la tierra-territorio-naturaleza, se justifica su defensa y nos permite comprender a través de la referencia acerca de Brasil, un fragmento del sentido que motiva la continuidad de la resistencia y lucha en América Latina-Abya Yala por parte de los pueblos originarios, cuyas manifestaciones simbólicas y discursos están impregnados de una cosmovisión propia que se pudo observar en momentos como la intervención histórica de Ailton Krenak en el Congreso Nacional de 1987, cuando señaló la importancia de un pueblo indio por su modo de pensar y vivir, mientras simbólicamente se pintaba el rostro con una tintura natural de color negro, como se muestra en el documental Indio cidadão? del director Rodrigo Siqueira. Este pronunciamiento fue una parte de la antesala para el reconocimiento de las tierras ancestrales de pueblos originarios en la Constitución Federal Brasileña de 1988, entre otros derechos.
Aunque cabe destacar que la lucha y resistencia no terminó con la entonces “nueva constitución”, pues más tarde se presentaría, a inicios del siglo XXI, la propuesta de reforma conocida como PEC 215/2000, dirigida a someter la decisión final sobre demarcación de tierras de los pueblos originarios al Congreso Nacional y no a la Fundación Nacional del Indio (actualmente Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas) como órgano especializado, asunto que, de ser aprobado, representaba el riesgo de que las mayorías del Congreso decidieran de acuerdo a los intereses de las tendencias en turno, es decir, a favor de empresas trasnacionales y de los fazendeiros.
Dicha iniciativa fue discutida en diversos momentos, lo cual motivó a los pueblos originarios, entre ellos guaraníes y tukanos, a presentarse en diciembre de 2014 frente a la cámara de diputados en Brasília para manifestar su oposición a la PEC 215/2000, acto en el cual ejecutaron danzas, al mismo tiempo que entonaban cánticos en los que una de sus estrofas dejaba un mensaje lleno de sentido refiriéndose al canto de la arara (guacamaya), como un canto de mucha belleza, razón por la cual no podemos destruir nuestra naturaleza.
En esa ocasión se alcanzó nuevamente el objetivo, pues la iniciativa no procedió y aquel acontecimiento mostró una vez más la fortaleza milenaria de los pueblos originarios de Brasil, que en la actualidad continúan vigilantes ante cualquier otro intento de reformar la Constitución Federal en detrimento de su relación con la tierra-territorio-naturaleza. Este posicionamiento político nos recuerda así la dignidad vigente de los pueblos originarios, pero también el deber que tenemos todas y todos de defender una fuente común de riqueza biodiversa y de cultura promotora de vida: la Madre Tierra. •