l presidente chino, Xi Jinping, llamó ayer a las fuerzas armadas de su país a reforzar el entrenamiento militar orientado al combate real
y dijo que el ejército debe defender con determinación la soberanía territorial y los intereses marítimos de China y esforzarse por proteger la estabilidad periférica en general
. Se trata de las primeras declaraciones del mandatario desde que el lunes concluyeron tres días de ejercicios militares en torno a la isla de Taiwán, la cual es considerada por Pekín como parte inseparable de su territorio, aunque mantiene desde 1949 una independencia de facto.
Las maniobras se organizaron en respuesta a la visita de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, a Estados Unidos, donde fue recibida por el líder de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy. Pekín calificó este encuentro de conspiración para socavar gravemente su soberanía nacional y advirtió que la independencia de Taiwán y la paz a ambos lados del estrecho homónimo son mutuamente excluyentes.
Tras el despliegue chino, Washington instó a Pekín a elegir la diplomacia en lugar de la presión militar sobre Taiwán, pero el martes efectuó otros ejercicios militares, esta vez con Filipinas, país que vive tensiones con China debido a disputas territoriales. Por primera vez, estas maniobras conjuntas anuales incluyeron fuego real, y se realizan en un contexto en que Manila acaba de anunciar la disponibilidad de cuatro nuevas bases militares susceptibles
de ser utilizadas por Estados Unidos.
Estos hechos, sucedidos en el espacio de una semana, revelan que una escalada militar en el Pacífico ya no es una amenaza remota, sino una situación para bellum, es decir, de preparación para eventuales hostilidades. Por su potencial para desencadenar una confrontación abierta entre China y Estados Unidos, que no sólo son las dos mayores economías del planeta, sino también dos países poseedores de armas nucleares, estos vientos bélicos resultan tanto o más peligrosos que la guerra en Ucrania. Si se considera el desarrollo paralelo del conflicto en Europa del Este y de estos gestos hostiles en Asia, no parece exagerado afirmar que el mundo asiste al máximo riesgo en décadas de un enfrentamiento a gran escala entre potencias atómicas.
Dicho escenario empeora debido a la ausencia de actores capaces de llamar a la sensatez de las partes, por lo que la comunidad internacional sólo puede confiar en el sentido común de los dirigentes chinos y estadunidenses para evitar una catástrofe.
Ese buen juicio significa que Washington cese de manera definitiva sus políticas neocoloniales e injerencistas, aceptando que los asuntos entre Pekín y Taipéi competen de manera exclusiva a los chinos insulares y continentales. Para China, la prudencia se traduce en asumir que la reunificación territorial debe realizarse por medio del diálogo, pues recuperar por la fuerza su provincia rebelde
es una apuesta sin futuro que, en la circunstancia actual, sólo podría concretarse mediante la devastación de la isla.
Ante el deterioro visible de la paz, resulta urgente que la Organización de Naciones Unidas y su secretario general, Antonio Guterres, exhorten a todas las partes a moderar sus acciones y discursos. El más amplio organismo multilateral debe encarar la coyuntura echando mano de todos los recursos a su alcance para rebajar las tensiones y hacer ver a ambos bandos que la persistencia de sus mutuas provocaciones puede escapárseles de las manos, con consecuencias aterradoras para la humanidad en su conjunto.