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Narco, decíamos del ayer
E

sta nota busca revaluar sucesos relacionados con el narco que se dieron durante la presidencia de Felipe Calderón con la participación de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública. Esperamos hacerlo en dos entregas.

La narración ofrece oportunidades de interpretación sobre la calidad del liderazgo presidencial y el papel de Genaro. Posee interés en sí y por su significado para explicar hechos actuales nada transparentes.

Un suceso anterior a Calderón, que aquí se recuerda por ser referente en nuestra historia del narco, es el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena, en Guadalajara, en 1984.

El crimen fue un hecho terrible. Como el actual caso Matamoros, dañó severamente la relación México-Estados Unidos y al gobierno de Miguel de la Madrid. Fue un gozne, un antes y después. El caso Matamoros, todavía sin horizonte evidente, podría semejarse en efectos.

El único rédito fue que empezáramos a aceptar cuánto se ignoraba y cuánto más se necesita saber aún sobre el narco. Su potencial de quebranto político y la capacidad dañina para los valores nacionales. En su presidencia, Calderón sabía todo esto, pero no lo entendía y no quería saber más. Luego vino el influjo de Genaro.

Considérese esta perla: robusteciendo su fama de lerdo, desde Madrid, en un acto suicida, salió en defensa de Genaro externando dudas sobre lo escrupuloso del tribunal que lo declaró culpable.

Agréguese otra: Calderón se exhibió a sí mismo. Wikileaks publicó un informe sobre la confidencia que él hizo a José María Aznar, presidente del gobierno español, acerca de cómo, siendo presidente electo, hizo un calculo erróneo sobre la profundidad y amplitud de la corrupción en México y obviamente su efecto sobre el crimen organizado. Fue un desahogo revelador de su pequeñez anímica.

Wikileaks también reveló que Aznar, ahora protector de Calderón, fue más allá. Infidente, reveló el estado de ánimo de Felipe al embajador de Estados Unidos en Madrid y éste de seguro a Washington. El dato exhibe la ñoñez de Calderón y la perfidia de Aznar.

Otra perla: sin preocuparse por conocer la gravedad del problema, en los primeros días de su gobierno, cometió el terrible error de igualar el compromiso institucional anticrimen con actos de delincuentes. Transformó lo que es un esfuerzo ético, esencialmente jurídico penal, en un pleito entre iguales respecto de las fuerzas del orden del país. Creó un tête à tête.

Una más: la decisión presidencial de lanzarse masivamente sobre Michoacán se hizo en una sesión de gabinete de seguridad. Eso hubiera sido normal. Lo significativo en tan grave momento fue que ninguno de los secretarios que lo integraban, ninguno, presentó al presidente alguna saludable duda.

Nadie lo alertó sobre la grave trascendencia de tal decisión. Ni Francisco Rodríguez Acuña, secretario de Gobernación, ni Juan Camilo Mouriño su alter ego , promotor de la idea. Así de solo y perdido estaba Calderón desde el inicio de su gobierno. Soledad que pronto aliviaría la fuerte personalidad del secretario de Seguridad Pública.

Ya montado en un bridón, su caballo de guerra, Calderón creyó lógico emblematizar su rango de comandante supremo de las tropas portando una guanga casaca militar y ordenar a la Secretaría de la Defensa Nacional preparar la orden ejecutiva. Su primera fase sería una especie de invasión de Michoacán. Luego ya veríamos.

El ambiente en las sesiones del gabinete de seguridad, una suerte de cuarto de guerra era lamentable. La persistente delación de supuestos errores de sus miembros por Genaro era desconcertante. Estaba convertido en juez.

El acusado habitual era Eduardo Medina Mora, procurador general de la República y con indirectas, hacía referencias al secretario de la Defensa. La dramática escena era ignorada por el titular de Gobernación, obligado políticamente a evitar irrespetuosos excesos ante el presidente.

Ante tales reyertas era frecuente dar por terminada la sesión abruptamente, sin producir acuerdos. El triste saldo de esa situación fue que, a la renuncia de Rodríguez Acuña y la muerte de Mouriño, el secretario García Luna con toda su prepotencia era el dueño de la escena.

Más en su favor vendría la renuncia de Medina Mora para ser embajador ante Reino Unido. Eran vacíos que debilitaban al presidente que Genaro llenaba. Un diagnóstico sicológico de Calderón y su relación con García Luna sería delator de una baja autoestima que lo condujo a crear ideales de los que aceptaba todo.

Es un caso de dependencia emocional increíble en un presidente. La debilidad de Calderón era mayor cada día. En esa proporción crecía el influir del secretario. Las consecuencias ya son terribles para el país y aún no conocemos su alcance final.

El prestigio nacional está dañado, el sistema político trastornado, el de control de confianza desacreditado, un alto funcionario encarcelado por un gobierno extranjero, Felipe Calderón políticamente muerto. Todo expone la derrota del sistema nacional de seguridad.