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La República victoriosa
A

l sentarme a escribir estas líneas se cumplían 157 años de la batalla librada en Santa Isabel, cerca de Parras, Coahuila, en la que las fuerzas del general Gerónimo Treviño y los coroneles Naranjo, Viesca y González Herrera, pertenecientes al Ejército del Norte del general Mariano Escobedo, despedazaron una columna imperialista de 400 traidores y 177 franceses. Esta victoria, muy celebrada por los republicanos, marcó el final de la ofensiva francesa del invierno de 1866, pues el comandante en jefe de los invasores, el mariscal Bazaine, ordenó que todas sus columnas pasaran a la ­defensiva.

¿Por qué recordar esa victoria en estos días? Porque la derecha sigue sin descubrir que la victoria de la República la logró el pueblo en armas (unos 90 mil a principios de 1867), voluntarios que se sentían libres e iguales, apoyados activamente por cientos de miles (la proporción clásica de las guerrillas es de 10 bases de apoyo por cada combatiente) y la simpatía de la gran mayoría de la nación. Y como siguen sin darse cuenta de eso, siguen también creyendo en las democracias de minorías excelentes. Juárez se los pudo haber explicado como lo explicó en 1871 a un amigo suyo:

“La lucha guerrillera... es la única guerra de defensa real, la única efectiva contra un invasor victorioso… hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislando y destruyendo sus convoyes, no dándole ni reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones; desgastándolo poco a poco en todo el país ocupado; y, finalmente, obligándolo a capitular, prisionero de sus conquistas, o a salvar los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida.

Esa es, como sabe usted, la historia de la liberación de México.

Luego de casi cuatro años de guerra, a fines de 1865 a Napoleón III le estaba quedando claro que sería imposible o carísimo en dinero y vidas sojuzgar la resistencia mexicana, pero ordenó a Bazaine un último esfuerzo, una ofensiva general, aunque Maximiliano estaba lejos de cumplir sus compromisos adquiridos en Miramar. La ofensiva fracasó (ya era un fracaso antes de Santa Isabel) y tras el repliegue francés empezó un poderoso empuje republicano: Escobedo y los suyos batieron a tres columnas invasoras; Riva Palacio volvió a Zi­tácuaro, incendió el oriente de Michoacán y amagó Morelia con Régules, que era amo y señor de la tierra caliente; Diego Álvarez echó a los imperiales de Guerrero; Terrazas recuperó Chihuahua, donde se instaló Juárez; García de la Cadena controló Zacatecas; Porfirio liberó Oaxaca tras apalear al invasor en La Carbonera y Miahuatlán; Ramón Corona liberó Sonora y Sinaloa. En la colección de victorias de la primavera y el verano de 1866 brilla la de Santa Gertrudis, Tamaulipas, donde los chinacos de Escobedo, Canales y Treviño dejaron muertos en el campo de batalla a 145 austriacos e hicieron prisioneros a 143, además de hacerle un millar de bajas a los imperiales.

Tras la batalla de Santa Isabel, Bazaine prohibió severamente todo movimiento de fuerzas francesas fuera de las grandes líneas de operaciones. Desde entonces, sólo los conservadores de Mejía, Méndez, Lozada y Quiroga, más la legión austriaca y la belga, fueron las únicas fuerzas que actuaban contra los guerrilleros. Maximiliano tuvo que recurrir a dos hombres a los que había echado del país con cargos diplomáticos decorativos: Miguel Miramón, el más popular de los caudillos conservadores, y el feroz Leonardo Márquez, el mayor talento militar de la reacción.

Durante el verano de 1866, los franceses desocuparon el norte. Plaza que dejaban, plaza que caía en poder de los republicanos. Entre julio y septiembre la República recuperó la frontera hasta Mazatlán y Tampico. El 12 de septiembre, Napoleón III declaró que no podía dar a México ni un franco ni un hombre más, y avisó que en febrero de 1867, marzo a más tardar, la evacuación sería completa. Maximiliano continuó con sus vacilaciones, sus torpezas, su ceguera, su odio a Bazaine, quien le sirvió eficazmente.

Hay dos series de documentos enormemente importantes: los dos volúmenes del libro recopilado por don Genaro García, La intervención francesa en México según el archivo del mariscal Bazaine, y las reseñas y crónicas escritas por hombres que participaron en la guerra y que, con la documentación a la vista, escribieron la historia de la chinaca, de las guerrillas que en la segunda mitad de 1866 fueron convirtiéndose en ejércitos: Eduardo Ruiz: Historia de la guerra de intervención en Michoacán (la mejor crónica detallada del funcionamiento de la chinaca); José María Vigil et al., Ensayo histórico del Ejército de Occidente; Juan de Dios Arias, Reseña histórica de la formación y operaciones del Cuerpo de Ejército del Norte…; Manuel Santibáñez, Reseña histórica del Cuerpo de Ejército de Oriente; Porfirio Díaz, Memorias, y Sóstenes Rocha, Los principales episodios del sitio de ­Querétaro.

Decía al principio que no sé por qué me vino a la mente esta historia, pero sé que sí lo sabes, lector querido.