yer se cumplieron 10 años de la muerte de Hugo Chávez Frías, elhombre que trajo al siglo XXI el sueño latinoamericanista de Simón Bolívar y José Martí, inau-guró el ciclo de gobiernos progresistas en la región, destruyó el espejismo del consenso neoliberal y se convirtió en la nueva bestia negra de las derechas a ambos lados del Atlántico.
Transcurrido casi un cuarto de siglo desde que Chávez llegó a la presidencia de Venezuela por el mandato de las urnas, podría olvidarse la dimensión disruptiva que adquirió su gobierno en aquel 1999.
Para ponderar el significado histórico de la aparición del chavismo, es necesario recordar que en el final del milenio Venezuela hilaba 40 años de una alternancia ficticia entre partidos cuya única diferencia eran los membretes y que tenían un total acuerdo para excluir a las masas de todas las decisiones trascendentales, así como de los beneficios de la inmensa riqueza petrolera de la nación caribeña.
Más allá de las fronteras venezolanas, la revolución bolivariana tomó por sorpresa al mundo por haberse producido cuando se daba por sentado el triunfo definitivo e incontestable de la hegemonía estadunidense, con un corolario de falta de alternativas a la versión más salvaje del capitalismo.
Baste recordar que la de 1990 fue la década de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo en México; de Carlos Menem en Argentina; de Alberto Fujimori en Perú; de Fernando Henrique Cardoso en Brasil; del pinochetismo sin Pinochet en Chile; de la caída de Europa del Este en manos de mafias brutales e inescrupulosas; de la primera Guerra del Golfo y del descuartizamiento de Yugoslavia en pequeños Estados fácilmente manejables por las potencias occidentales y sus grandes corporaciones.
En ese panorama desolador, el chavismo canalizó el hartazgo social dramáticamente expresado en el Caracazo de 1989, insurrección popular sofocada a costa de miles de muertes a manos de las fuerzas del orden.
El programa de la Quinta República conjugó la construcción de un socialismo del siglo XXI con el relanzamiento de la integración latinoamericana y la defensa de la soberanía, lucha cardinal en una región que ha padecido de manera sucesiva los imperialismos español y portugués, inglés, francés y estadunidense, y a la que por más de cien años se le ha querido convencer de que no tiene otro destino que servir como patio trasero de Washington.
El distintivo del proyecto de transformación encarnado en Chávez fue la generosidad, concretada al interior en las misiones que hicieron realidad los derechos humanos del pueblo, y al exterior en el uso de los petrodólares para promover el bienestar, incluso en el territorio del propio Estados Unidos, donde el reverso de la concentración sin par de la riqueza son las agudas carencias de millones de personas.
Sus grandes logros fueron la reinvención de la figura de Bolívar en clave plebeya y la demostración práctica de que era posible transitar un camino distinto al dictado desde la Casa Blanca, Wall Street, la Organización de los Estados Americanos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Estos éxitos tempranos de la revolución bolivariana se explican por la sagacidad política de Chávez para percatarse de que un cambio verdadero exigía romper con un orden institucional y constitucional creado con el único propósito de garantizar el control del Estado por las plutocracias alineadas a Washington.
Pero los imperios no perdonan la independencia y, de la misma manera en que en los albores del siglo XIX París decretó la destrucción de Haití en represalia porque los esclavos proclamaron ser humanos y no objetos, en la última década Washington decidió el aniquilamiento económico de Venezuela para castigar a todo su pueblo por no someterse a los dictados de la superpotencia contemporánea.
El sufrimiento que Estados Unidos y sus aliados han infligido a los venezolanos en el afán de reducirlos por hambre constituye el mejor recordatorio de que los habitantes del Sur global sólo tendremos vidas dignas y libertad auténtica cuando nos sacudamos definitivamente el yugo neocolonial.
Por sus inestimables servicios a la causa de la Patria Grande y la emancipación popular, Chávez portó la distinción de convertirse en el personaje más satanizado y calumniado del hemisferio, sólo detrás de su amigo Fidel Castro.
Dentro y fuera de Venezuela, las clases do-minantes nunca le perdonaron su origen hu-milde, y lo odiaron sin disimulo por ser un ad-venedizo
que detentaba el poder en un continente de rancias oligarquías criollas, cuya identidad se basa en la exaltación de la desigualdad, el racismo y el orgullo de casta. Hoy, en la segunda oleada de gobiernos de corte progresista en América Latina, es obligado recordar el papel pionero del comandante Chávez y las lecciones del socialismo del siglo XXI.