Opinión
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Mar de historias

Ahí están

I. Transgresor

P

arece haber llovido ceniza sobre el anciano pequeño, enjuto, vestido con camisa y pantalones de manta; emigrante del campo, iletrado y solo que, a mitad de la calle, mira desconcertado al representante de la autoridad que lee de prisa los artículos e incisos según los cuales nadie que no esté actuando conforme a la ley puede obstruir la vía pública para dedicarse a la venta de limones.

Para ejercer su comercio –aclara el representante de la autoridad– tiene que presentarse en la Oficina de Regulación que le corresponda, solicitar el formulario de Nuevos Trámites CVP/l8-23, llenarlo con letra clara y en tinta azul, cubrir el monto de los derechos en la caja principal y entregar el recibo en la ventanilla que está en el cuarto piso. Si así conviene a sus intereses –agrega solícito el funcionario– puede quedarse allí hasta que le otorguen el permiso o, si lo prefiere, dar su dirección para que se lo envíen a su domicilio en un máximo de siete días hábiles.

Cuando reciba el documento debidamente sellado y con la firma del supervisor general, usted –¿Cómo dijo que se llamaba?– podrá presentarse en la Oficina de Resguardos Materiales para que le devuelvan sus limones, previa identificación, un comprobante de domicilio, dos testigos que no sean consanguíneos y un estado de cuenta reciente. Ceniza.

Satisfecho por haber cumplido con sus obligaciones, el representante de la autoridad guarda sus papeles en el portafolios y, sonriendo, agrega que, con sus permisos en orden, podrá vender, sin riesgo alguno de ser molestado, limones o cualquier otra mercancía que no requiera permiso de importación. En tal caso, tendría que presentarse… (inaudible).

Con los brazos caídos, las manos vacías, inmutable, el anciano ve alejarse al más fiel y estricto representante de la ley. Al cabo de unos minutos emprende su caminata sin saber dónde terminará. Ceniza.

II. No al silencio

Hasta la calle se escuchan los gritos de la mujer que pide piedad y suplica a su marido que no la insulte más, que no siga golpeándola. No merece ese trato porque no hizo nada incorrecto, ni habló mal de él ni lo acusó de dejarla encerrada y sin comer cuando lo contradice. No dijo ni media palabra de que la posee borracho, con violencia, sin la mínima expresión de ternura o que la arroja de la cama cuando está satisfecho y siente que le estorba.

Hincada, la mujer da su palabra de que en ningún momento enseñó las cicatrices que recaman su cuerpo, ni la marca del lazo en su tobillo con que la ata cuando se va ni la herida que aún sangra en su espalda. Jura por Dios que sólo fue a la delegación para pedir ayuda porque necesita ser libre y feliz una vez en la vida, si no es mucho pedir.

III. Malos hábitos

No se explica por qué, pero hubo una época en que tuvo muy malos hábitos. Con el tiempo y mucha fuerza de voluntad pudo vencerlos uno por uno. Hace años dejó de morderse las uñas, chuparse los dientes, meterse el dedo a la nariz, resoplar, reírse con la boca llena, escupir en el plato el bocado que le disgusta. Pudo corregir tan desagradables conductas, en cambio, no logra vencer la costumbre de inventar historias a partir de una imagen, una lectura, un recuerdo, una palabra, cierta música. Hay quien piensa que ese sí es un mal hábito, ¿lo será?