Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de febrero de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ballena
D

ioses y monstruos. Charlie (Brendan Fraser), profesor de literatura, vive recluido en la sala de su casa, postrado en su sofá, incapaz de desplazar cómodamente su imponente masa corporal de 270 kilos, tiene como única compañía a Liz (Hong Chau), una solícita amiga y enfermera, quien escuetamente le pronostica que no sobrevivirá más tiempo de seguir negándose a ser atendido en un hospital. Ningún argumento parece alejar al enfermo de su única obsesión de retomar el contacto con su hija adolescente Ellie (Sadie Sink) a quien abandonó de niña y cuyo cariño intenta recuperar por todos los medios posibles, soportando incluso, de manera estoica, el odio infinito que la joven le prodiga. La historia patética de un arrepentimiento inútil.

La ballena (The Whale, 2022), cinta del estadunidense Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, 2000; El cisne negro, 2010), está basada en una obra teatral homónima y semiautobiográfica de Samuel D. Hunter, quien participa en la elaboración del guion. Charlie, su personaje central, padece un estado de depresión crónica provocado por la muerte, años atrás, de su pareja sentimental masculina Dan. La enfermera que lo cuida es hermana de aquel hombre y su lazo afectivo con Charlie es una mezcla de solidaridad, compasión y de un vago resentimiento. Los dos personajes comparten, sin embargo, el mismo desdén por el fanatismo religioso de una secta evangelista, responsable principal del suicidio de aquella misma persona que los dos amaron. Así, cuando aparece en esa casa Thomas (Ty Simpkins), un joven predicador decidido a salvar el alma de Charlie proponiéndole una redención salvadora o anticipándole un infierno aún mayor que el que ahora vive, la enfermera busca ahuyentarlo a toda costa. De igual modo, procura proteger al paciente obeso de las recriminaciones inclementes de su hija y de la fría hostilidad de su esposa (Samantha Morton), dos visitantes incómodas y tardías que muy poco consuelo ofrecerán al hombre casi moribundo.

El profesor Charlie vive sus últimas horas perseguido por la culpa de su inclinación homosexual que lo llevó a separarse de su esposa y abandonar a su hija, así como de ese viejo amor suyo de cuyo duelo no puede todavía reponerse. El peso de todas esas culpas es apenas menor que el que ahora soportan sus piernas ya vencidas. Darren Aronofsky ofreció ya antes en El luchador (2008), el retrato notable de una decadencia física y moral encarnada en un ser conmovedor y a la vez patético. Otra historia de redención calamitosa. El tono dramático en aquella cinta era, sin embargo, muy sobrio y la actuación estelar de Mickey Rourke, memorable. En La ballena, en cambio, son muchas las concesiones a una deriva melodramática que culmina en la grandilocuencia sentimental y en los clichés, apenas disimulados, de un relato de superación personal. Cabe añadir que con excepción de una Hong Chau formidable y una Samantha Gordon que lleva a buen puerto el personaje complejo de la madre, los personajes secundarios juveniles incurren en excesos histriónicos deplorables. Además de soportar su voluminosa carga física, Charlie tiene sobre todo que lidiar con la histeria irrefrenable de una hija rencorosa y de un falso predicador sin un ápice de piedad en sus sermones confusos. En esta cinta desigual, tan fascinada con el exceso, Brendan Fraser ofrece una actuación muy profesional en un papel verdaderamente ingrato.

Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía y salas comerciales.