El campesinado nicaragüense tiende a ser comprendido desde la visión dominante, construida desde el Pacífico. Es por ello que debo iniciar exponiendo que el país se puede dividir, al menos, en tres zonas muy claras: Pacífico, Centro-Norte y Caribe. Las dos primeras, con herencia colonial española y la tercera, en cierta medida, influenciada por la corona británica (Mosquita). Cobra relevancia destacar que históricamente, el Pacífico es el centro de poder político y económico criollo (timbucos y calandracas). Esto generó un imaginario dominante, al punto que, al pensar al campesinado, de inmediato se nos viene a la mente un estereotipo que se replica en América Latina. Desde Managua quiero contarles que los paisajes culturales son comunes, pero con particularidades que iré destacando.
Me centraré en la idea de esas viejas ruralidades con economías de subsistencia, casas de adobe, techos de teja a dos aguas, puerta principal y ventanas de madreas que abren de par en par; familias extensas, cocinas a leña a un costado de la casa, letrinas algo retiradas de la vivienda con el anhelo que estén muy separadas del pozo artesanal, asentadas lo más cerca de un cuerpo de agua con la típica idea de una finca seccionada en potreros, dividida por cercos de alambre de púas, puertas de golpes y caminos de terracerías. Con cierta sensación de aislamiento voluntario, con un casco urbano o zona de residencia cartesiano: al centro un parque rodeado de instituciones sociales y gubernamentales.
Actualmente muchas de esas características se mantienen, pero las redes de comunicación permiten que en entre el espacio-tiempo exista una palpable continuidad, con una clara pérdida de centralidad del trabajo agropecuario; sujetos rurales no campesinos, con poblaciones rurales y urbanas semejantes, fronteras rurbanas no binarias; por otro lado, el tema ambiental, que siempre es relevante, ya que la modernidad pasa factura.
Estas características son muy claras como gradientes en un recorrido desde el Pacífico hacia el Centro-Norte, con márgenes muy marcados por el macizo rocoso de las montañas, el corredor cafetalero y del tabaco. En ese sentido, la otra frontera entre el Centro-Norte y el Caribe se caracteriza por el follaje de las montañas del norte entre reservas y regiones autónomas (Norte y Sur) donde la ruralidad es más que una inmensa estepa verde, con más de 9 meses de temporal (lluvias) por lo que el paisaje rural o la ruralidad cambia. De igual manerapasa con las categorías campesino/indígena/creole. Se abrazan, acompañado en cierta medida de la caza y la pesca, una vida muy vinculada con los ríos y el mar, casas de madera alzadas a un metro del suelo, las famosas casas de tambo. Con una agricultura y gastronomía diferente, se pasa del maíz abundante y sus derivados a los tubérculos: yuca, quequisque y malanga.
En el Caribe, el campesinado y lo rural tiene dos particularidades que quiero destacar: la primera, que al ser tierras comunitarias, cualquier miembro puede ejercer la agricultura con un manual de convivencia como inercia jurídica, además de que puede ocupar una extensión de tierra no mayor de diez manzanas (cuatro hectáreas) y la práctica de rotación de cultivo. Estas prácticas culturales nos llevan al segundo punto: la presencia de colonos (mestizos) que como en toda transición, los que llegan deben acoplarse a los usos y costumbres comunales, algo que los Gobiernos Territoriales Indígenas (GTI) trabajan bajo el cargo de “canon de arriendo”. Nicaragua, como muchos países, tiene normativas jurídicas de avanzada (Constitución del 87), para que la búsqueda de reconocimiento de los grupos étnicos sea inmediata, pero es en su práctica pluricultural caribeña (indígena, creole, mestizos costeños y colonos) donde tiene rezagos. Para pruebas, tres botones: la ganadería extensiva en zonas de tradición forestal, el aumento del consumo de lácteos y la especulación de la tierra en ríos revueltos.
En términos gremiales, la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC) es un músculo político importante; dentro de su militancia logró el acoplamiento con Vía Campesina y se proponen generar corredores agroecológicos. También organizar en movimientos sociales de mujeres y jóvenes trabajadores del campo, con agendas de trabajo establecidas y direccionadas. Las que me parecen claves, ya que siempre aparecen en los escenarios políticos especuladores de la palabra, quienes quieren hablar en su nombre, con otras agendas llenas de sus intenciones sin propuestas aterrizadas, solo atizan sus necesidades.
A nivel gubernamental, se pueden hacer miles de críticas sobre el Programa Hambre Cero, pero pocos se atreverán a dudar de sus implicaciones en la seguridad y soberanía alimentaria, además de que centra a la mujer como protagonista, detiene la migración e impulsa la economía local (de cercanía). Todo ello demuestra que la economía campesina pasa por la organización socio-laboral de la familia y es entre familias y comunidad que se fomenta el intercambio, con la primacía de buscar respuesta primero en lo comunitario, municipal y departamental. Quiero que pensemos estas cualidades acompañadas de la categoría de “Revolución Permanente”; solo así cobrarán sentido mis palabras. •