Sábado 31 de diciembre de 2022, p. a12
Todo comenzó en la mente de un pensador de música.
Entre 1971 y 1972, el pensador muniqués Manfred Eicher decidió mandar a hacer el mundo.
En el principio fue el sonido, respondieron sus tres encomenderos: Keith Jarrett, Paul Bley y Chick Corea.
Al escuchar lo que ellos tres hicieron en tan sólo seis días, crear el mundo, Manfred Eicher vio que era bueno.
Y en el séptimo día creó los conciertos para piano solo y lo hizo a la imagen y semejanza del hombre, para que tuviera dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la Tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la Tierra.
Fue así como nació el universo y el hombre sentado frente al universo, observando los sonidos.
Uno de los tres hacedores diría años más tarde: En un concierto en solitario participan, como mínimo, tres personas: el improvisador, el compositor espontáneo y el tipo que escucha sentado frente al piano.
Ese hombre sentado frente al piano, que es al mismo tiempo el improvisador, el compositor espontáneo y el que escucha sentado, se llama Keith Jarrett.
Los otros dos arquitectos emprendieron, al igual que el primero, un camino gozoso, pleno de conciertos para piano solo y discos que grabaron sentados frente al piano. Solos. Los hombres y los pianos.
La obra para piano solo de Paul Bley es una epifanía, en especial su disco titulado Solo in Mondsee, de 2007, cuya escucha recomiendo con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos, de manera semejante a como el maestro zen instruye a los practicantes de meditación, pero sin vara de bambú para enderezar sus espaldas en caso de distracción.
Los ojos semiabiertos frente a una pared en blanco. En unos instantes sucede lo siguiente: las teclas que mueve con sus dedos Paul Bley se confunden en el horizonte con las teclas bemoles, oscuras y profundas y se funden, todas, con el paisaje que ya no vemos, tan sólo oímos. Sentados.
En eso consiste la meditación del budismo zen: meditar sentado: sazén, fonema sánscrito que pasó al chino y luego al coreano y quedó transliterado en japonés así: zen.
Meditar sentado.
Eso hizo también Armando Corea, quien pasó a la historia como Chick Corea. Sus dos volúmenes que grabó para Manfred Eicher, quien entre 1971 y 1972 mandó a hacer el mundo cuando dedicó una franja especial en el catálogo de su recién creada disquera Edition of Contemporary Music (ECM), se convirtieron en plataforma de inicio de vuelo para muchas aeronaves que tomaron forma de piano monumental de concierto.
Quien tomó la misión de sentarse frente al piano a meditar, desde entonces y para siempre, fue Keith Jarrett, de quien hoy celebramos su decisión de no doblegarse, de no darse por vencido, de no rendirse en su silencio obligado por el par de embolias que silenciaron su mano izquierda en febrero y mayo de 2018, pero que desde sus esfuerzos de recuperación ha decidido publicar las sesiones a piano solo que hizo durante los últimos dos años antes de su postración.
Cada vez que Keith Jarrett publica un disco a pesar de estar imposibilitado de sentarse a grabar uno nuevo, pero da a conocer álbumes con los conciertos de su gira europea de antes de sus accidentes vasculares, sus escuchas devotos y el consenso de los críticos de música especializados expresamos a voces la esperanza de que algún día Keith Jarrett pueda volver a tocar el piano con sus dos manos, pues lo que ha logrado hasta el momento es dibujar con la mano derecha ejercicios de El Clave Bien Temperado, de su bienamado Bach, y sostener con la izquierda una taza de té. Sentado frente al piano. Meditando.
Porque todo comenzó hace 50 años, cuando el pensador muniqués Manfred Eicher dijo hágase la luz y por una grieta del cielo brotó una multitud de ángeles y ese sería el título de uno de los discos que publicarían Keith Jarrett y Manfred Eicher medio siglo después: Una multitud de ángeles, que recoge los conciertos grabados en vivo durante una semana en 1996, en cuatro ciudades italianas: Módena, Ferrara, Turín y Génova.
El disco que ahora publican Keith Jarrett y Manfred Eicher para celebrar los 50 años del día en que decidieron crear el mundo y para festejar que estamos vivos, se titula Bordeaux Concert (Live) y corresponde a las sesiones que registraron durante julio de 2016 en el Auditorio de la National Opera House de la ciudad francesa de Bordeaux.
Son 13 episodios numerados en romano: una hora y 11 minutos de pensamientos, ideas, reflexiones, desarrollo de ideas. Meditación.
La estructura de los conciertos para piano solo de Keith Jarrett es siempre impredecible y siempre tiene componentes que se articulan de acuerdo con las siguientes variantes: el lugar donde ocurre el concierto, la acústica de la sala, las características morfológicas, arquitectura interior, el diseño y calidad sonora del piano frente al que se sentará el pensador esa noche.
Otro componente esencial es el público y resulta fundamental: el pensador al piano percibe de inmediato la energía de ese público y responde con los dedos sobre las teclas, la mano en el corazón, al aura gigantesca, esa pira enorme de energía que se concentra en las butacas; last but not least: el talante del pianista, el cómo se siente esa noche, su estado de alma.
Al salir de su camerino y entrar al proscenio, el pianista ya lavó sus oídos, limpió su mente, retiró todo pensamiento, toda idea preconcebida.
No tiene la mente en blanco porque eso no existe (mi maestra de budismo dixit), sencillamente tiene control sobre sus pensamientos, los congela, los deja a un lado; si aparece una idea, él imagina que es una nube y con una mano la retira; si se asoma un pensamiento, lo borra con la otra mano. Aquieta su mente.
Meditar es aquietar la mente.
Cuando se sienta frente al piano, cierra los ojos, respira pausada, lentamente. Y es entonces cuando el mundo comienza.
Generalmente, lo primero que suena en los conciertos para piano solo de Keith Jarrett es un episodio atonal, un pasaje asimétrico, por lo regular un tentaleo meditativo cuyo significado parece difícil de descifrar.
Una vez que zarpa la nave, se suceden acontecimientos comparables con la navegación de Ulises, el nado de Heráclito, la aporía de Aquiles y la tortuga.
Desde que hace medio siglo Keith Jarrett y Manfred Eicher inventaron los conciertos para piano solo y grabaron y publicaron las sesiones que les parecieron dignas de quedar registradas en disco y les pusieron a esos álbumes los nombres de las ciudades donde sucedieron tales prodigios (desde el incólume Köln Concert, pasando por Milán, Viena, París, Bremen, Lausanne, Tokyo, Venecia, Budapest y ahora Bordeaux (las sesiones de 1992 en México no les parecieron dignas de quedar grabadas en un disco), se suceden episodios donde campea el blues, el boogie woogie, la balada amorosa, la música de concierto, el gospel, el formato canon, el carácter hímnico. La epifanía redonda y pura.
Se cumplen 30 años del concierto de Keith Jarrett en la sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México, 47 del Köln Concert, y medio siglo de que Manfred Eicher mandó a hacer el mundo y tres pianistas respondieron a su mandato y uno solo de ellos llevó la misión a sus últimas consecuencias: Keith Jarrett, cuyo sentido de la humildad lo hizo decir la siguiente verdad: Si no hubiera encontrado en el camino a Manfred Eicher, no existirían los conciertos ni los discos a piano solo, no existiría Facing You y se hubieran amontonado sobre mi escritorio montones de partituras sin ser ensayadas ni estudiadas, mucho menos grabadas en discos. Manfred Eicher es el autor del riesgo
.
Eso, una estética del riesgo y un logro prometeico. En eso consiste la montaña de discos compactos que forman parte entrañable de nuestra discoteca personal: una aventura del pensamiento, una meditación profunda, un motivo de gozo, una experiencia de placer supremo, todo eso al alcance del tornamesas.
La creación del mundo consiste en sentarse a meditar.