Nada
A la memoria del gran Héctor Bonilla
urelia mantiene abierto el periódico en la sección cultural, donde se anuncian el comienzo de la Feria del Libro y los principales eventos del día.
Por escenas que tantas veces ha visto en la televisión, le resulta fácil imaginar a los grupos de personas que empiezan a congregarse a la entrada del gran edificio donde cada año se realiza la gran fiesta de las letras y la imaginación.
Llevada por el entusiasmo, Aurelia siente que comparte la emoción y el nerviosismo de los escritores alistándose para interactuar con su público, releyendo sus ponencias que van a leer, pensando en qué contestarán a los periodistas y cerciorándose de que llevan la bic para firmar autógrafos en papelitos sueltos, programas de mano, cuadernos o en la última hoja de un escrito por otro autor.
II
Al doblar el periódico, Aurelia ve las fotos de los conferencistas que se presentarán en la primera ronda de eventos. Si ella no hubiera sido tan insegura, tal vez a estas horas estaría a punto de presentar su libro en la Feria –se corrige–, en caso de que se hubiera dedicado a poner en orden las páginas que tiene escritas, a escribir las faltantes y llevárselas a un editor. ¿Por qué no lo hizo? Por miedo al rechazo y a la imposibilidad de sobreponerse a la negativa.
Ante las evidencias no puede menos que llamarse cobarde y dar la razón a su padre cuando le decía: Tienes cualidades, pero si te falta valor para reconocerlas es lo mismo que si no las tuvieras.
Ese podría ser el epígrafe de uno de los capítulos de su novela que aún no tiene nombre. Aurelia ha escrito páginas enteras con los posibles títulos, pero aún no se ha decidido por alguno lo suficientemente provocativo.
Aunque la novela no está completamente escrita, Aurelia la concibe como si lo estuviera. La conoce a la perfección, porque se la ha contado mil veces a lo largo de los años en que ha tenido que dedicarse a las más diversas actividades. Debajo de todas sigue oculto, pero vivo, su más preciado anhelo: convertirse en escritora, hacer de sus personajes seres completamente reales, con nombres comunes, que viajan en el Metro, aman, lloran, envejecen, se ríen, sienten rabia y aunque muchas veces pierdan la esperanza, jamás renuncian a luchar.
III
Al pasar de los años, su novela ha ido creciendo, poblándose cada vez más. En su primera etapa tenía sólo cuatro personajes inspirados en sus abuelos maternos, su tía Ignacia y el hijo que ella tuvo con un hombre que trabajaba en una fundición y del que poco llegó a saberse. Aurelia los pulió al grado de que ellos no pudieran reconocerse y, en caso de que eso llegara a suceder, carecieran de argumentos para desmentirla diciendo (los abuelos) que jamás habían ejercido el agiotismo, como ella aseguraba en su novela, y que en la familia ninguna mujer había dado a su hijo en adopción.
Pero después, como invitados por los primeros cuatro personajes, fueron llegando muchos otros con un pie metido en la realidad y el resto de su figura en la imaginación. Poco a poco fueron definiéndose, cobrando fuerza y autonomía hasta que se adueñaron cada vez de más y más espacio, cobraron una voz propia que muchas veces acababa por imponerse.
IV
Aurelia piensa que, de alguna manera, en buena medida ellos son los responsables de que no haya avanzado en su trabajo. Modificaron el tema inicial, alteraron los diálogos con su parloteo incesante, varias veces tuvieron desencuentros, se robaron los nombres, las señas particulares y hasta los atuendos.
Si de verdad quiere cumplir su sueño de convertirse en novelista todo eso tiene que cambiar, volver a su cauce. Su objetivo inicial para 2023 –año de nones, año de dones– es eliminar a unos cuantos personajes incómodos, arrojarlos de la historia, destruir sus huellas para que no puedan resurgir ni ceder al impulso de asomarse en un momento crucial de la narración. Con todos ellos poblará una especie de cementerio donde esperen la oportunidad de tener otra vida y contarla.
Aurelia se da cuenta de que se va a comprometer en una tarea tan delicada y riesgosa como la de quitarle un ladrillo a un muro terminado sin exponerlo al derrumbe. Le tomará tiempo hacerlo, pero mucho menos del que necesita para elegir el título. Su amigo Elías, el único enterado de sus afanes literarios, le aconsejó que buscara uno capaz de expresarlo todo, pero sin vender la trama de una historia compleja, rica en situaciones inesperadas y escenas de un intenso erotismo que no están del todo resueltas. A la autora no le ha bastado la imaginación para abrir la puerta de habitaciones cálidas y penumbrosas.
Este obstáculo no va a vencerla ni a obligarla a que posponga su decisión de terminar su novela, buscarle un editor y presentarla en la siguiente Feria del Libro. Ilusionada, segura como nunca, Aurelia se imagina presidiendo una mesa rodeada de carteles con su foto, en compañía de cuatro conferencistas muy elocuentes, capaces de sacar a la luz el estilo, la profundidad y la sabiduría de un libro cuyo título Aurelia acaba de encontrar sin el menor esfuerzo: Nada.