Cinco damas
oraida entreabre la puerta y mira hacia el interior de la habitación donde se encuentra doña Carolina, una de las huéspedes más antiguas de la Residencia Dulce Sombra.
Zoraida: –¿Y su visita?
Carolina: –Acaba de irse.
Zoraida: –¿Tan rápido? (Se aproxima a la mesa de centro.) –Veo que no se comieron las galletas.
Carolina: –Pobre hombre: por estar platicando se me pasó ofrecerle.
Zoraida: –La noto preocupada.
Carolina: –Más bien, sorprendida. Jamás pensé que volvería a ver a Hans. Me llamaba de vez en cuando, pero nunca dijo que pensara venir.
Zoraida. –¿Hans es su pariente?
Carolina: –Sólo un conocido al que aprecio.
Zoraida: –Es un viejo bonito.
Carolina: –-Cuando lo conocí era guapísimo y bailaba precioso. Con él tuvimos la mejor fiesta que te puedas imaginar. La más alborotada fue Chelina, con decirte que hasta bailó un tango con Hans; pero al día siguiente, cuando nos llamaron a la Dirección, se hizo la mosca muerta. Ya sabes cómo era.
Zoraida: –¿Chelina? No creo haberla conocido.
Estela: –A lo mejor sí, pero no te acuerdas. Era redondita, con un mechón blanco en el cabello, por eso le decíamos Tongolele.
Zoraida: –Estoy hecha bolas, no entiendo: ¿Hans a qué se dedicaba?
Carolina: –A bailar, mujer, ¡a bailar!
Zoraida: –¿Vino a darles clases? (Toma una galleta.) Mejor que me las coma a que se queden… A ver, cuénteme, porque me estoy muriendo de curiosidad.
II
Carolina: –Fue una locura que se me ocurrió. Como cada año, las residentes irían a pasar las fiestas con sus familias, y nada más la Yuya, Nabora, Virginia, Minerva y yo íbamos a quedarnos aquí. Desde luego, el 24 nos harían cena: consomé al oporto, pollo horneado, ensalada de manzana, fruit cake (¡que ni me gusta!) y dos copitas de sidra.
Zoraida:–Ay, ¡qué rico!
Carolina: –No tanto, si llevas años cenando lo mismo. Total, una tarde cuando salí a la farmacia por unas pastillas, de pronto vi en un poste un anuncio que decía: “Hans: bailarín y acróbata, ameniza fiestas particulares. Llamar al…” Cuando volví a la Residencia les hablé a mis cuatro inseparables del anuncio. Nadie dijo nada, pero en la tarde, cuando nos pusimos a jugar a la lotería, les pregunté si no se les antojaba que Hans amenizara nuestra Nochebuena. Me dijeron que cómo se me ocurría que a nuestra edad anduviéramos pensando en esas cosas y les respondí: Pues por eso mismo, debemos aprovechar.
Las convencí.
Zoraida: –Ay, ¡qué buena onda! Por algo es usted mi ídola. (Toma otra galleta.)
Carolina: –Al día siguiente, ya no me acuerdo bajo qué pretexto, Chelina y yo salimos, copiamos el teléfono que había en el anuncio y desde una caseta que estaba a dos cuadras llamé a Hans. Él contestó y fue muy amable; dijo que sería un honor compartir la velada con nosotras y no se extrañó cuando le di la dirección donde lo esperaríamos. Para fijar su tarifa quiso saber cuántas personas iban a presenciar el espectáculo y le dije: Cinco damas que apreciarán su arte.
Él me corrigió: Querrá usted decir cinco muy bellas damas.
Ya con eso, ¡me conquistó! Nena, sírveme un vasito de agua. Con tanto hablar, se me está secando la boca.
III
Zoraida: –Y el 24, ¿nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando?
Carolina: –No. A las nueve y media, después de la cena, la cocinera se fue a su casa y el velador se quedó, pero como si no estuviera, porque siempre se la pasaba dormitando. Como verás, quedamos en absoluta libertad para recibir a Hans y a Dionisio, su asistente, un pelirrojo pecoso, muy joven y muy lindo. A las diez de la noche, cuando las festejadas entramos en el Salón de Usos Múltiples, lo encontramos iluminado con luces de colores, escuchamos unas fanfarrias y ¡empezó la fiesta! Se suponía que iba a prolongarse hasta las doce, pero a las tres de la mañana seguíamos cantando y bailando. A Chelina, que andaba muy tomada, le dio por recordar a un tal León, su amor de juventud.
Estela: –Pero, ¿qué bebió si aquí no hay alcohol?
Carolina: –Nabora y Yuyita se las agenciaron para meter a la Residencia dos botellas de ron. Creíamos que era demasiado, pero no quedó ni una gota. Ya de madrugada acompañamos a los artistas hasta la salida y prometimos que nos reuniríamos con ellos en la siguiente Navidad. No fue posible: Chelina murió, Minerva se fue con sus hijos que viven en Oviedo y las demás ya no tuvimos ánimo para festejos.
IV
Zoraida: –Si no es indiscreción, ¿a qué vino Hans?
Carolina: –¿Viste cómo camina? Tiene artritis y problemas en la rótula. Dionisio lo dejó y, para colmo, el dueño del departamento donde ha vivido durante más de veinte años le pidió que lo desocupara porque va a rentar los cuartos por día o por semana, en dólares, como si fuera hotel.
Zoraida: –¿Hans no tiene familia que lo ayude?
Carolina: –Dos hermanos, pero están distanciados. Hans anda muy mal de dinero porque hace mucho tiempo que no trabaja.
Zoraida: –No me dirá que vino a pedirle prestado.
Carolina: –No. Quiere que lo ayude a conseguir un cuarto aquí. ¿Será posible?
Zoraida: –No creo. Todos están ocupados y la construcción de los módulos nuevos se canceló. Hans tendrá que buscar otro asilo; pero no se preocupe, me consta que ahora casi todos están bien atendidos.
Carolina: –Sí, pero en ninguno encontrará con quien hablar de sus noches de gloria. Hans: bailarín y acróbata. Ameniza fiestas particulares. Llame al…