La península de Baja California (PBC), en el Noroeste de México, es una tierra de humedales y oasis, comparables a los oasis del Norte de África, Medio Oriente y Asia. Sus condiciones de aislamiento y aridez (250 mm) han sido un desafío histórico para sus habitantes. 184 humedales sustentaron a 45000 pobladores originarios. En el siglo XVIII los humedales de mayor tamaño fueron transformados en oasis por los jesuitas, para abastecer de agua y alimentos a las misiones. Esta reconfiguración del territorio fue el primer y mayor impacto socioecológico en la PBC.
Sin embargo, la construcción de agroecosistemas oasianos permitió la vida sedentaria. En la zona húmeda de los oasis se construyeron huertas de agricultura estratificada para garantizar alimentos y coadyuvar a la evangelización. Tres estratos permitieron una práctica agrícola intensiva y abundantes cosechas. En el superior, las palmas datileras y de taco (Washingtonia robusta) reducen la radiación solar, proveen fruta y materiales de construcción, en el estrato medio hay una diversidad de árboles frutales y en el inferior variadas legumbres. Paralelamente se domesticó el agua mediante complejos sistemas de riego e instituciones de regantes para su uso eficiente. Esta nueva forma de ocupación del espacio, característico de la sociedad ranchera, generó un paisaje de ínsulas de agrodiversidad en oasis y ranchos, en un mar de aridez. La influencia de la cultura originaria es patente en esta organización territorial colectiva y de muy baja densidad, así como en el uso de la flora silvestre. En la PBC se unieron dos milenarias capacidades adaptativas a la aridez y al asilamiento: las culturas originarias y la cultura universal de los oasis. La resultante oasisidad se caracteriza por la autosuficiencia, la austeridad y el aprovechamiento integral de bienes naturales escasos. Esta culturaleza sostuvo la alimentación en la PBC hasta 1950, época en la que inició su decaimiento.
En el contexto actual garantizar la soberanía alimentaria en BCS es un desafío, considerando sus 798 447 habitantes, de los cuales 23 % vive en pobreza y pobreza extrema. La Alianza para la seguridad Alimentaria (ASA) reporta que la mayor parte de la producción agrícola se exporta –al menos hay 28 empresas empacadoras–; solo el 4% de la producción agrícola estatal está certificada como orgánica y la agricultura consume 80 % del agua. Aun siendo la entidad federativa más seca del país, cada vez se exportan más hortalizas y con ellas el agua utilizada para su producción.
Al ser una entidad rodeada por mares, el 80% de la pesca es comercial. En 2017 se exportaron 1500 toneladas de langosta, abulón y almeja. El pescado de mejor calidad se consume en el extranjero y en las grandes ciudades mexicanas. El turismo es la actividad productiva preponderante, lo que tiene implicaciones en el cambio de uso del suelo, la fuerza de trabajo, la energía, la producción y el consumo de alimentos. En 2019 la Secretaría de Turismo reportó 3.3 millones de visitantes y en el primer trimestre del 2022 se alcanzó un incremento de 13% en relación a ese año. La Paz y Los Cabos son los municipios que tienen la mayor concentración de población del estado en las zonas urbanas. Esto invita a cuestionar ¿Cómo se alimenta a quienes habitan el desértico territorio sudcaliforniano y a los millones de visitantes?
Organizaciones y familias están abriendo caminos de esperanza creando alternativas basadas en sistemas alimentarios sostenibles. Hay huertas urbanas y escolares; mercados orgánicos; productores orgánicos, agroecológicos y en transición agroecológica. Además, existen consumidores consientes que se vinculan con los productores; pesca artesanal; transformadores que aprovechan frutas o especias para autoconsumo o comercialización. También académicas que, desde la investigación científica comprometida participan en el Proyecto Nacional de Investigación e Incidencia “Agrosilviculturas agroecológicas urbanas y periurbanas de México para nuestras soberanías (alimentarias)”, donde La Paz, es uno de los ocho nodos del proyecto nacional.
La agroecología está cobrando relevancia en el estado, muestra de ello es que en el 4to Congreso Internacional de Ciudades + Humanas por primera vez se presentó un panel dedicado a la agroecología. Aunado a ello ASA, convocó al Encuentro de Red Agroecológica con el objetivo de crear espacios colaborativos y promover alianzas, pasando de un pequeño grupo piloto de productores a la creación de nodos locales en las ciudades del sur del estado.
Las prácticas colectivas y la ciencia con conciencia resisten a la cooptación de la agroecología por el sistema hegemónico y refuerzan un profundo cambio social. Al ser el sustrato que nutre a la tierra sudcaliforniana con esperanza, permiten cosechar formas de vivir con alimentos sanos, justos y sostenibles, haciendo resurgir la casi extinta oasisidad. •