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Ver día anteriorDomingo 13 de noviembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Derivas ecológicas
L

as cuestiones planteadas por el clima conciernen y preocupan cada día a todo mundo, sea en París, Europa u otro continente. ¿Qué tiempo hará hoy? ¿Sol o lluvia; calor o frío? Desde luego, las mismas previsiones climáticas pueden causar optimismo o pesimismo según las tareas. No es lo mismo el anuncio de una tempestad para un campesino que ve su cosecha marchitarse que para un pescador que navega mar adentro. Como una tormenta no representa la misma amenaza para un chofer al volante en carretera que para un tranquilo citadino resguardado en su casa. Sin embargo, todos, sea cual sea su labor, buscan las previsiones climáticas cuando consultan el boletín meteorológico aunque no fuese sino para saber cómo vestirse y organizar su empleo del tiempo. Nada más banal que la sensaciones causadas por el clima, observadas incluso en los animales, desde que existen especies vivas sobre la Tierra.

Hoy día, la preocupación por el clima no se limita a los cambios temporales conocidos por los seres humanos desde tiempos remotos. Ya no se trata sólo de primavera o invierno, sequía o helada. Se trata de cambios definitivos a corto y largo plazo. Variaciones ya previsibles y que, para una parte de la población, son realmente angustiantes. La ecología, reciente disciplina científica, se impone como una importante investigación y búsqueda de remedios a las amenazas que se ciernen sobre la supervivencia del planeta.

La palabra ciencia debería advertirnos: la ecología es una labor seria que debe seguir los principios de la búsqueda científica. Así, una cuestión fundamental se plantea de inmediato: quienes pretenden hablar en nombre de la ecología, ¿respetan estos principios?

Cuando jóvenes militantes supuestamente ecologistas arrojan salsa de tomate sobre una magnífica tela de Van Gogh para expresar violentamente su cólera, la gente enterada de esta agresión siente, más allá de la estupefacción, la necesidad de preguntarse cuál es la relación con la ciencia de estos agitadores fanáticos. Las personas más indulgentes prefieren reír juzgando que el acto es demasiado ridículo para merecer una respuesta seria. Al contrario, en Francia y en Europa, buena parte del público va más lejos en su juicio y la inquietud se propaga en los museos ante estas nuevas manifestaciones que no contribuyen para nada a la ecología considerándolas actos de barbarie.

Cierto, por el momento, esta sucesión de agresiones a obras de arte célebres no ha provocado daños en las pinturas atacadas, pues los militantes parecen haber escogido como blanco las obras protegidas por vidrios blindados. Lo que tal vez significa un mínimo de respeto por las obras agredidas. Respeto dudoso, desde luego. En el fondo, estos militantes, que creen alarmar a la opinión pública con el objeto de crear una conciencia mundial sobre los peligros que representa el ecocidio para la supervivencia de la humanidad, utilizan el respeto casi sacrosanto de ese público hacia la obra de arte rebajando esta estima por objetos que no les parecen comparables a la vida del planeta y de sus habitantes. Manipulación de respeto y estima que, como un bumeran, se vuelve contra quienes desean destruir las obras de la cultura humana para retornar a un estado salvaje, tal como proponen ciertos militantes del wokismo.

En realidad, aunque parezca una cruda verdad, los visitantes de museos y galerías, de los admiradores de arte, son parte de un microcosmos ínfimo si se compara su número con el número actual de habitantes de la Tierra, la gran mayoría de los cuales no puede inquietarse por la salud de las creaciones artísticas cuando la inquietud principal es encontrar alimento para ellos y sus hijos. Y, para colmo del absurdo, si su meta es alarmar sobre la precariedad de la vida del planeta y, en consecuencia, de cualquier obra artística, su mensaje, por demás pesimista y deprimente, no puede sino recordarnos que polvo somos y en polvo hemos de convertirnos. Cenizas sin sentido.