Número 179 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 

Paradójicamente la Ciudad de México es más campo que ciudad pues, la mitad de su territorio son bosques, ríos, lagos, siembras… Y esto es una fortuna pues de su entorno natural y agrícola depende la vida de la metrópoli.

Con 5 000 automóviles por cada vaca, 3 500 por cada borrego, 1 500 por cada cerdo, 400 por cada gallina y solo uno de cada mil chilangos viviendo en el medio rural se podría pensar que el campo de la ciudad es extenso pero irrelevante. Sería un error. Del entorno agreste de la capital dependen el aire, el agua, el clima, el paisaje, la cultura y si no la parte mayor si la mejor parte de la comida.

Hoy cuando el cambio climático y el mal uso del agua dulce provocan en el mundo sequías bíblicas que en nuestro país se manifiestan dramáticamente en Monterrey, la segunda ciudad más poblada del país en la que vive la mitad de los neoleoneses, es importante recordar de donde viene el agua que tomamos los chilangos.

En los viejos tiempos una veintena de ríos que descendían serpenteando de la serranía Ajusco Chichinauatzin colmaban el lago donde con los años fuimos asentando nuestra ciudad. Desde hace mucho desaparecieron casi todos estos ríos, pero la lluvia que captan las montañas sigue fluyendo por debajo y alimenta los mantos freáticos de los que extraemos la mayor parte del agua que ocupamos los chilangos. El arco montañoso del sur y el poniente aún nos da de beber y no podemos seguirlo cubriendo de cemento si no queremos que nos pase lo que a los regios.

Una buena ciudad es aquella que tiene un buen entorno rural y se lleva bien con él, pero una buena ciudad es también aquella que tiene historia y no la ha olvidado. Como los árboles, las ciudades tienen raíces. Ser habitantes de una ciudad conectada con otras muchas ciudades nos hace cosmopolitas, y está bien, pero habitar una ciudad que recuerda sus orígenes nos da identidad, y está mejor.

Nuestra ciudad se nutre de los sedimentos culturales acumulados en el sitio donde hunde sus raíces, pero también se alimenta de la cultura de los avecindados: inmigrantes que trajeron colores, olores, sabores de sus lugares de origen. La ciudad es crisol donde se amalgama la diversidad, terruño de terruños, molcajete de todos los chiles, caldero de culturas.

Delgada es la capa de asfalto que separa a los chilangos actualizados del México profundo. En esta ciudad de ciudades por poco que escarbes encuentras huesos, tepalcates, monolitos y con suerte pirámides; pero también consejas, leyendas, mitos ancestrales.

Bajo la ciudad está el lago y en sus orillas los pueblos rivereños, los guardianes de nuestra identidad. Para ellos la expansiva metrópoli es una amenaza… pero también es una oportunidad pues algunos siguen siendo agricultores y la ciudad está ávida de alimentos sanos. Las hortalizas de Xochimilco y Tláhuac, el nopal de Milpa Alta, los moles de San Pedro Atocpan, el amaranto de Santiago Tulyehualco, el pulque de Santa Ana Tlacotenco… pero también las flores y las plantas de ornato tienen en la urbe un mercado privilegiado.

Sin olvidar los paisajes. El encierro forzado durante la pandemia multiplicó las escapadas de los chilangos a lugares donde se puede andar sin tapabocas. Las cumbres del Ajusco, Los Dínamos con su vivísimo rio Magdalena, los canales de Xochimilco, el Desierto de los Leones… y cercados por el flujo vehicular pero tercos y resilientes el Bosque de Tlalpan y las Fuentes Brotantes orgullosas poseedoras de un riachuelo que fluye cantarín a unos metros del hórrido fragor vehicular de la avenida Insurgentes.

Y así como le han hecho frente a la ofensiva urbanizadora, los chilangos rurales resistieron a los golpes bajos de la Covid-19. Durante la pandemia los campesinos del país, incluidos los de la Ciudad de México, no dejaron de sembrar. Pero, algunos tuvieron fuertes dificultades para vender. En particular los productores de hortalizas que son muy perecederas se enfrentaron al cierre de la Central de Abastos y de los restaurantes y tuvieron que reducir el número de cosechas que pueden ser hasta cuatro al año. Pero pronto le encontraron solución al problema aumentando la producción de autoconsumo y buscando alternativas de comercialización directa en estacionamientos de centros comerciales y mediante entregas a domicilio en bicicleta. Hoy son mejores productores y mejores comercializadores que antes de la pandemia.

Así, mientras los chilangos de banqueta perdían ingreso y patrimonio, los chilangos de surco hacían gala de su capacidad de superar las adversidades: durante 2020, año en que en el país la pobreza se incrementó dramáticamente, el índice de desarrollo de los campesinos de la ciudad ¡aumento 2.5%!

A los gobiernos neoliberales del campo solo le interesaba la agroexportación empresarial y por cerca de cuarenta años desatendieron la agricultura campesina. Por fortuna -y por decisión de los chilangos- desde que hay elección de jefe de gobierno la ciudad capital ha sido gobernada por personas provenientes de la izquierda. Jefes de Gobierno que en mayor o menor medida han tomado medidas orientadas a controlar la expansión desordenada de la mancha urbana y han buscado reconocer los derechos de la población indígena, tanto originaria como avecindada. Derechos que fueron incluidos en la primera y muy avanzada Constitución Política de la Ciudad promulgada en febrero de 1917.

Al campo chilango le ha ido mejor que al entorno rural de otras grandes ciudades del país. Principalmente en los años de Claudia Sheinbaum quien pese a que la antecedió un jefe de gobierno regresivo, como lo fue Ángel Mancera, ha conseguido avances notables en este rubro. Gracias a que a través del programa Altepetl Bienestar la Secretaría de Medioambiente (Sedema) apoya a más de 8 mil productores agrícolas se logró reducir notablemente las tierras de cultivo que se encontraban ociosas, una importante inversión en Tláhuac permitió regar más de dos mil hectáreas donde se obtienen hasta cuatro cosechas al año, la entrega de compostas y biofertilizantes no solo aumenta los rendimientos sin dañar al medioambiente, también mejora la calidad y eleva el valor económico de lo cosechado. Estas y otras acciones hicieron posible que se incrementara dramáticamente la producción agrícola de la Ciudad de México y -con una ayudadita de los precios que aumentaron mucho- también creciera su valor que en tres años creció casi diez veces pasando de 170 millones a mil 600 millones. De que se puede se puede.

En su prodigiosa diversidad la Ciudad de México es espejo del país y siendo mayormente urbanos tanto la ciudad como el país dependen del campo. Hoy en ambos gobierna la izquierda, de modo que el campo y los campesinos son una prioridad, pero la recuperación de lo rural es tarea de todos y si nuestra metrópoli preserva y fomenta su entorno rural también habrá que hacer en el país lo que se hace aquí: seguir fomentando la agricultura y restaurando la vida campesina. •