Ni de fertilizantes químicos
l problema del hambre no debería tratar de solucionarse a costa de la reproducción sana de Natura: todos podrán comer con la condición de destruir la naturaleza
, pareciera ser la disyuntiva y, sin embargo, ésta es una alternativa que sólo enfrentan ciertos países, los que se alimentan básicamente de cereales de la familia Triticum que exigen una producción intensiva; es decir, se usa intensivamente el suelo a fin de obtener la mayor cantidad de cosecha de un producto por unidad de superficie, con base en fertilizantes, semillas de ser posible transgénicas, pesticidas y herbicidas, riego y poca mano de obra. Evidentemente, este sistema de producción conlleva deterioro por agotamiento de los suelos, contaminación de las aguas por la filtración de los químicos a los mantos freáticos, genera desempleo y arroja productos no inocuos para la salud del consumidor. Su único mérito es disponer de suficiente mercancía para el consumidor que pueda pagarla, pues, si algo no tolera una ciudadanía, es el desabasto. Todo ello sin mencionar que las plantas de fertilizantes químicos son contaminantes del aire, el agua y los suelos... Y, por si fuera poco, apuestan a una producción que exige poca mano de obra y empuja a los campesinos a emigrar fuera de sus terruños y lejos de sus familias.
Nuestro Presidente López Obrador necesita urgentemente asesorías bien intencionadas, no exclusivamente políticas, para resolver (en vez de paliar) el problema del hambre en el campo. Porque paliar es una solución política para contener el descontento popular, pero si comprendemos bien su mensaje, él se propone resolver el hambre no mediante la distribución de comida, sino proveyendo de los medios indispensables para devolver su capacidad productiva a las familias campesinas y, con ello, devolverles no sólo su autoabastecimiento con el cargo de guardianes de la dieta mexicana, sino también su papel protagónico en el mercado interno nacional y su dignidad aplastada desde la Conquista, la Colonia, el porfirismo y el neoliberalismo que nos antecede y contra el que luchamos cada quien desde nuestra trinchera. Porque, ¿para qué querríamos mantener abierta la herida secular de nuestra superioridad
enseñándoles a cultivar
con nuestras técnicas contaminantes y empobrecedoras (a veces sin marcha atrás) de sus tierras?
Urge presentar al Presidente un programa de recuperación del campo tradicional, que alimentó durante milenios a nuestros antepasados y con tanto éxito que cuando ocurrió el llamado encuentro de dos mundos
, la población de nuestro continente era muy superior a la de Europa. Las técnicas de Occidente no han dominado al mundo por su genialidad ni por sus aportes al bienestar humano, al contrario, nos han deslumbrado por ciertos alcances que se casan con el imaginario colectivo, pero a la vez nos han ocultado sus verdaderos motivos: destruir a quienes no son considerados prójimos
, pero antes de destruirlos convertirlos en consumidores compulsivos de productos innecesarios pero que acumulan las ganancias en el otro extremo de su lógica.
El proyecto de las plantas de fertilizantes merece un análisis con lupa de los científicos no comprometidos con las ganancias del capital interno e internacional. Y, por otra parte, con el propósito de no perder tiempo, urge proteger a los campesinos tradicionales de su uso sin conocer los riesgos y alentarlos a retomar sus técnicas ancestrales de agricultura en policultivos, con reciclaje de los desechos de las propias plantas y el uso de mano de obra colectiva. En lo cual sí podría ser útil una política de apoyos, pero NO condicionados a fórmulas propias de inquilinos en condominio, sino a la escucha y voto de las autoridades comunitarias. Aunque sea correcto en muchas otras situaciones, dar los recursos sin intermediarios y aplaudamos todos los Bancos del Bienestar. Porque la comunidad campesina de origen indígena es honesta y, en todo caso, la labor del gobierno en sus tres niveles es cuidar que ningún listillo mestizo caciquil logre imponerse a la comunidad.