Cuando pensamos en plantas medicinales nos vienen a la mente múltiples recuerdos. Nos acordamos de esos dolores de estómago o de cabeza que no se quitaban, de los tés que la mamá, tía o abuela nos ofrecían ante alguno de esos malestares, o bien, de los aromas, colores y sabores que se generaban al momento de cortar la planta o durante su preparación. Los que solíamos ir de niños a los mercados, seguramente también tendremos en mente aquellos pasillos llenos de plantas para remedios, ya sean mezclas, hierbas frescas o secas, en algunos casos combinados con veladoras e imágenes de santos. Estas plantas y las formas como se usan, son saberes colectivos fuertemente arraigados en nuestro país y se conocen como medicina tradicional, o más específicamente, herbolaria.
El uso de las plantas medicinales se remonta a tiempos muy antiguos y conocemos de ello gracias a que se mantuvieron los registros de estos usos en sistemas médicos como la medicina tradicional china que data del siglo XI a.C., la medicina ayurvédica en la India, tan longeva que existen menciones de ella entre los siglos V a.C. y III d.C., o la medicina africana, amalgamada con una fuerte estructura socio religiosa, de la que se tiene escasa evidencia escrita pero que se considera tan antigua como las dos previas. México no es la excepción, se sabe que desde épocas prehispánicas se echaba mano de los recursos vegetales para procurar la salud; diversos códices dan cuenta de la importancia que las plantas tenían para las culturas mesoamericanas, al igual que documentos que, muy temprano en la Colonia recopilan el conocimiento tradicional.
El uso terapéutico de las plantas en cada uno de estos sistemas médicos tradicionales logró perpetuarse a lo largo de los siglos por arraigo cultural y difundirse mediante el intercambio comercial. Muchas plantas medicinales recorrieron grandes distancias mediante su traslado comercial en los viajes trasatlánticos del Galeón de Manila, en las travesías nórdicas a través de las costas de Europa del oeste y el norte de África, en la aclamada Ruta de la Seda, o durante la Conquista española a territorio mesoamericano. Incluso antes del arribo de los navíos españoles a tierras americanas, Mesoamérica mantenía rutas de distribución por el caribe hasta Sudamérica, y redes internas de distribución de plantas por tributo y venta en tianguis y mercados.
Se dice que el mercadeo de las plantas medicinales alrededor del mundo ha enriquecido la biodiversidad de los lugares a donde llegan las especies exóticas porque éstas se suman a la diversidad local, adaptándose a los nuevos contextos ecológicos, por lo que la gente las empieza a usar como remedios. Por otro lado, la demanda comercial también puede reducir la biodiversidad cuando afecta las poblaciones silvestres de plantas con mayor demanda económica, como lo sugiere la obra del siglo XVI escrita por Nicolás Monardes sobre la materia médica americana en Europa, en donde se documentan los volúmenes de plantas medicinales que salían de la Nueva España y las especies que desde ese entonces comenzaban a escasear.
De manera que los mercados, entendidos como construcciones sociales generadas para satisfacer distintas necesidades humanas, crean dinámicas que acrecientan o minimizan la biodiversidad, producto de la demanda procedente principalmente de zonas urbanas y periurbanas; es decir, los mercados no funcionan por sí mismos, requieren, en su expresión más simple, de una persona que necesite algún producto y de otro encargado de suministrárselo. En su versión más compleja, el mercado de plantas medicinales se ha configurado para abastecer lo que actualmente conocemos como tiendas naturistas y empresas farmacéuticas.
El valor económico y la demanda social que las plantas medicinales tienen en todo el mundo ha impulsado algunas iniciativas encaminadas al desarrollo de formas sostenibles de extracción que fomentan la conservación y el bienestar de los pobladores locales. Se ha visto que las familias campesinas que están especializadas en la recolección y venta de plantas medicinales tratan de reducir su extracción desmedida de los bosques para no acabarse el recurso, ya sea a través de su cultivo fuera del bosque o mediante estrategias in situ de manejo intensivo que incrementen el rendimiento del recurso sin afectar su sobrevivencia.
Otro aspecto crucial en la comercialización de plantas medicinales concierne a los estándares de control de calidad del material vegetal vendido con fines terapéuticos. La mayor cantidad de plantas medicinales en México se obtienen por recolección en el medio silvestre, y los procedimientos postcosecha (secado, almacenamiento, transporte y venta) carecen de medidas sanitarias. En respuesta a ello, la Secretaría de Salud a través de la Farmacopea Herbolaria de los Estados Unidos Mexicanos, se encarga de establecer los parámetros de identidad, composición y pureza del material vegetal utilizado en la fabricación de remedios y medicamentos herbolarios, permitiendo que, bajo dicho reconocimiento, algunas especies vegetales puedan adquirir otro estatus comercial, generar un valor agregado y alcanzar otros círculos de mercadeo. No obstante, la Farmacopea no concibe el reconocimiento de los saberes y prácticas campesinas tradicionales vinculadas con el aprovechamiento de las plantas medicinales, por lo que, a futuro, su consideración facilitaría la creación de redes de mercadeo novedosas e impactaría en la conservación de estos recursos.
Como hemos visto, el comercio de las plantas medicinales no siempre es un enemigo de la biodiversidad. Cuando existe conciencia de que los recursos no son inagotables, la comercialización en circuitos de mercado funciona para mantener vigente su uso, y los productores echan mano de sus conocimientos para buscar formas de cosechar las plantas sin que éstas se acaben. •