El término artesanía ha estado en discusión desde hace varias décadas, entre otros aspectos se cuestiona quién determina qué es una artesanía y por qué se diferencia el arte de la artesanía. Las distinciones estriban desde qué parámetro social, cultural, económico y político las vemos y apreciamos. Históricamente los artesanos y sus creaciones han quedado subyugados, discriminados. Aquí proponemos el término de manifestaciones bioculturales para definir las artesanías, ya que derivan de procesos colectivos de índole social, cultural, simbólico, económico y de procesos técnicos de transformación, anclados a los entornos naturales de las comunidades artesanas. Concebirlas como manifestaciones bioculturales conlleva, de inicio, a reconocer a los creadores de la gran variedad de artesanías en sus contextos territoriales y a visibilizar los recursos naturales empleados como materias primas. Gran parte de estos recursos tienen su origen en lo que se denomina productos forestales no maderables, que comprenden una gran diversidad de especies de fauna, flora y recursos minerales. Resaltar el ámbito de las materias primas resulta central ya que, aún cuando se pueda apreciar la belleza estética y la funcionalidad de muchos productos artesanales, en el proceso de consumo generalmente no se reconoce, conoce, ni valora, este aspecto fundamental.
Entonces, ¿cuáles serían los aspectos más importantes para repensar estas manifestaciones culturales desde la bioculturalidad?
En las manifestaciones bioculturales convergen la dimensión biológica y cultural, como mutuamente dependientes. Gran parte de la artesanía en México, como la de otras partes del mundo, se halla en manos de los pueblos originarios que se encuentran asentados en territorios bioculturales.
El manejo de los recursos naturales para la elaboración de estos productos bioculturales parte de un conocimiento vasto del territorio y, en muchas ocasiones, de manejos diversificados insertos en bosques y sistemas agroforestales como los cafetales y áreas agrícolas de policultivo como las milpas. Se utilizan desde los recursos recolectados hasta los manejados de manera más intensiva a partir del cultivo, por ejemplo. En algunos casos, éstos contribuyen con el incremento de la biodiversidad y la agrobiodiversidad.
Proponemos así que, para apreciar estas manifestaciones bioculturales, debemos adentrarnos en las características biológicas – ecológicas de los recursos naturales empleados y los procesos que acompañan su manejo, obtención y transformación; lo cual involucra el aprovechamiento de más de 600 especies vegetales y animales en el país. Tenemos el tejido de fibras animales y vegetales para el vestido, mobiliario, cestería y herramientas de trabajo. Hay barro, minerales, agua y leña que permiten toda clase de obras de alfarería. Se usan cortezas para la elaboración de papel en todas sus aplicaciones. Diversas especies de plantas, líquenes, insectos y moluscos dan origen a tintes naturales. De entre muchas historias más, contenidas en las diecisiete ramas artesanales reconocidas a nivel nacional. Cada proceso de producción artesanal, que involucra el uso de materias primas locales, se sostiene en relación con el paisaje, impactándose y transformándose mutuamente.
Ante tal complejidad de las delicadas interconexiones que soportan el quehacer artesanal, las amenazas trastocan como en un efecto dominó a todas sus dimensiones. Muchas de las dinámicas que priman sobre dichas manifestaciones bioculturales, conllevan también presiones sobre los ecosistemas, la sobre explotación de algunas especies, la pérdida del conocimiento tradicional, el cambio de uso de suelo, el abandono de la labor artesanal y, en importante medida, el sucumbir frente a las presiones externas ejercidas sobre los territorios. Evidenciar las responsabilidades compartidas permite afrontar las deudas históricas con el sector artesanal y actuar en consecuencia para transitar a elecciones conscientes por parte del consumidor; a la investigación (o al conocimiento) encaminada a fortalecer los procesos locales relacionados con los saberes y las prácticas artesanales; a la sistematización participativa con el sector artesanal (creadores, recolectores, transformadores de materia prima, entre otros); al respeto hacia los sistemas de organización y gobierno locales; y a la conformación de políticas públicas eficaces para su normatividad, fomento y salvaguarda, asegurando los derechos de los pueblos artesanos y la protección de sus territorios bioculturales.
Las artesanías constituyen un ramo que involucra el trabajo de aproximadamente 8.5 millones de personas en México y que, para muchos pueblos originarios, sus principales autores, representan su actividad económica más importante, sobre todo para las mujeres. El gremio de creadoras y creadores de estas manifestaciones bioculturales ha debido trascender el origen utilitario de sus creaciones y conciliar el arraigo cultural y cosmovisión implícitos, con la inspiración proveniente de la innovación y la adecuación a mercados cambiantes, estando atentos a los gustos propios y ajenos, y abriendo paso a nuevos usos y estéticas. Procesos de pervivencia y transformación que recaen en manos de la juventud de las comunidades artesanas. De aquí, la importancia de fortalecer las iniciativas locales de reapropiación, innovación y creación como vías de expresión, de ingreso económico, del trabajo entre jóvenes y adultos, a nivel de los colectivos y comunidades. •