Partería tradicional indígena: semillas de vida y resistencia
En sus rostros y voces se expresa la magia y el conocimiento de las abuelas.
En sus manos y caricias brota la energía del cuidado de la madre tierra.
Quienes hemos tenido el honor de transitar la vida cerca o junto a una partera o partero indígena, también hemos tenido el privilegio de asomarnos a profundos y complejos procesos del conocimiento médico tradicional. Por supuesto, dicho privilegio también trae consigo un deber, que en nuestro caso puede sintetizarse en los siguientes mandatos éticos: i) respeto, ii) defensa, iii) promoción y iv) reconocimiento.
Se debe advertir al lector o lectora que dichos mandatos provienen de un proceso de sucesivos encuentros, convivios y diálogos, así como del acompañamiento a luchas por el derecho a la salud de pueblos indígenas en diferentes territorios, principalmente de mujeres indígenas. También hay que aclarar al público que este lugar de escritura que hoy me es permitido, no pretende ocupar el lugar de las voces de las parteras y sanadoras. Por el contrario, esta es una invitación a que ustedes puedan acercarse y, de ser pertinente, se unan a una lucha común por el derecho a ser y nacer desde la diversidad, transitando sus propias veredas con estas mujeres sabias, mujeres que en la historia han resguardado conocimientos ancestrales para el cuidado de la vida comunitaria, aun cuando dicha actividad haya sido históricamente perseguida o menospreciada por el sistema socio-económico imperante.
Dicho sistema ha instalado dispositivos y dinámicas de un modelo biomédico institucional, que día con día lastiman el saber popular de la partería y que, sin exagerar, han constituido un escenario hostil para el ejercicio de prácticas de salud provenientes de modelos de atención culturalmente diversos.
El nacimiento de los seres humanos es un acto cultural identitario; por esto mismo, está constituido por significados y prácticas que se desarrollan en determinado contexto socio-histórico y, aunque parezca ocioso afirmarlo, no podemos ignorar que el actual momento se caracteriza por la imposición de procesos de medicalización y mercantilización de la salud. Éstos condicionan las prácticas sexuales y reproductivas, dictando qué es permitido, o qué no, respecto al control del cuerpo, del ser y del nacer.
Resignarse o resistir a dicha lógica hacen parte de las respuestas que, como sectores de la sociedad, podemos asumir y, tal vez por eso, es tan relevante el tema de la partería. En el campo del ejercicio hegemónico de la atención gineco-obstétrica –o, mejor dicho, en el ámbito de la salud de la mujer- la existencia de prácticas diversas y multiculturales en torno a su sexualidad y su reproducción son interpretadas como una amenaza a un modelo mecanizado y homogeneizador.
La partería, particularmente la tradicional, se encuentra en una orilla epistemológica lejana y contraria a la de la biomedicina; está conformada por otro código de saberes. En otras palabras, expresa cosmovisiones diferentes y muchas veces contrarias a la ideología de la sociedad capitalista centrada en lo individual; por lo mismo, desafía la tendencia predominante donde el momento del parto -pese a ser un hecho natural- es un acto de despojo en que la mujer, la familia y la comunidad ceden su saber-poder a una institucionalidad médica.
La denominada “salud materna y neonatal” se define como un ámbito de competencia del personal de salud; esto se impone como una verdad social, legal y académicamente aceptada. De hecho, si observamos a nuestro alrededor, presenciamos que el proceso mismo de la salud reproductiva está asociado a nociones fuertemente medicalizadas: métodos de planificación familiar, factores de riesgo, cesáreas innecesarias, prácticas invasivas no recomendadas, entre otras.
Nos hemos preguntado: ¿los partos de nuestras madres o los propios fueron partos normales?, ¿cuántos/as nacimos en un hospital?, ¿dónde nacen nuestros hijxs, sobrinxs o nietxs?, ¿hemos sido víctimas de violencia obstétrica?
Con el aumento de la atención institucional también se han incrementado las prácticas deshumanizantes, además de que ha sido mayor la evidencia de falta de calidad y pertinencia cultural en la atención médica. No obstante, se mantienen las resistencias a transformar el modelo curativo y parecen infructuosas las iniciativas hacia un modelo de promoción de la salud que priorice la interculturalidad, la participación y la salud comunitarias.
Aun a contracorriente, la partería debe seguir navegando desde otras epistemes y en un horizonte de colectividad, pero esto supera el suceso mismo del parto, ya que la partera como sujeto comunitario históricamente se ha ubicado desde el principio del cuidado de la vida colectiva.
En una acepción amplia, la partera ha estado a cargo del cuidado de la tierra, el agua, el fuego, el aire, las plantas, los minerales, los cerros, los animales, los rituales, la medicina propia, también ha sido autoridad y consejera comunitaria, por nombrar solo algunos de sus roles.
Por lo anterior, la discusión de los aportes de la partería supera tanto al sector salud como a los sistemas de formación médica convencional. Mientras no se visibilice el valor cultural de esta labor, seguirá predominando la miopía ontológica y epistemológica en nuestra sociedad, además de que pondremos en riesgo a todo este cuerpo de saberes y prácticas para el cuidado de la mujer, la niñez, la familia y la comunidad (sea ésta rural, indígena, afromexicana o urbana).
Donde hay parteras hay comunidad y, en este sentido, la preservación de su quehacer es semilla para la defensa real, tanto del cuerpo-territorio como del territorio geográfico, cultural, histórico, económico y político. •