Las parteras tradicionales desde hace siglos hemos existido. Somos el alma de las comunidades. Gracias a las manos de las parteras, las comunidades están de pie, ya que han recibido generaciones de hombres y mujeres que constituyen los pueblos.
Las parteras no solo nos enfocamos en atender a las mujeres en los partos o en la etapa gestacional, también acompañamos a los niños, hombres, mujeres y ancianos de las comunidades y nuestro trabajo es reconocido por la comunidad. La manera en que somos nombradas tiene un profundo significado, algunas son kaulomes (sabias que hablan con las deidades), también poseemos conocimientos sobre plantas curativas y algunas llegan a ser médicos tradicionales; ahí es donde surge el verdadero reconocimiento, el que nos otorga la misma comunidad, sin necesidad de algún documento “oficial”.
Nuestro andar como parteras tradicionales en México ha sido de hostigamiento y olvido, hasta que nuevamente en pleno siglo XXI, y con una pandemia a cuestas, se visibilizó el camino de la partería en las comunidades y en las grandes ciudades. En una etapa donde las mujeres acudieron a nosotras y se demostró que la partería está viva y siempre lista para acompañar y dar su atención en todo momento, sin importar la circunstancia; ahí las parteras, una vez más, demostramos nuestra grandeza, demostramos que realmente trabajamos para nuestros pueblos.
Nosotras, las parteras, estamos para arropar a las mujeres en las comunidades, en las ciudades, donde no había cubrebocas, donde el gel antibacterial no se conocía y si se conocía no había manera de conseguirlo; ahí donde las parteras no teníamos insumos, donde jamás llegó apoyo de alguna institución, estuvimos dando todo lo mejor para acompañar a las familias.
Hay quienes dicen: “las conocemos, pero no estamos de acuerdo en lo que hacen, es más, no sabemos dónde están y no nos interesa”. Esto fue muy claro en los momentos donde la pandemia agarraba fuerza y nadie se acercó a nosotras, y cuando lo hacían fue para hostigar, para maltratar, para frenar nuestro trabajo.
La violencia que enfrentamos las mujeres, las parteras y los bebés es muy evidente. Cuando el parto es en casa, debemos acudir a una unidad de salud para solicitar el certificado de nacimiento; ahí es donde aparece la verdadera violencia disfrazada de benevolencia, cuando nos piden fotografías de la mujer en su gestación para creer que realmente hubo un parto, donde se justifican diciendo “hay mucho tráfico de menores”, cuando nos dicen “regresa al otro día” y así estás por 15 días consecutivos, donde aun cuando fuimos a avisar del parto a la unidad de salud no creen en nuestra palabra, cuando pretenden canjear la dignidad de la mujer y la partera por un documento “legal”, que es el certificado de nacimiento.
En las instituciones se dice de las parteras: “ellas no saben”, “ellas no han estudiado”; “las parteras tradicionales no deberían atender partos, no tienen esa capacidad”, “es muy peligroso que atiendan a las mujeres”, “mejor hay que capacitarlas para que sigan sobando”. Aquí es cuando surgen algunas preguntas: ¿dónde habrán parido nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas?, si las parteras somos tan peligrosas ¿cómo es que estamos aquí? Estas preguntas las hacemos a esas personas que están en contra de la partería y del parto en casa.
Hasta ahora, nadie en las instituciones públicas ha escuchado la voz de las mujeres que han sido atendidas en sus casas, con parteras sabias. Esas mujeres que dicen: “las parteras me atienden con respeto y dejan que mi esposo esté conmigo”, esas voces que piden que sea una partera quien las acompañe.
Las parteras resurgimos y nos mantenemos de pie, listas para que la sabiduría de las abuelas no muera. Las parteras hemos tenido incansables luchas desde nuestras trincheras, hay momentos de nuestras vidas en las que pensamos que ya no había luz para el trabajo comunitario, pero hemos resurgido. Tal parece que la vida misma nos dice: volteen a los inicios.
En este momento puedo decir que surgen organizaciones como a la que yo pertenezco, donde nuestro mayor anhelo es preservar los conocimientos de las grandes maestras parteras. Donde niñas, adolescentes y jóvenes estamos recibiendo todos los conocimientos que las abuelas tienen guardados, ellas, las abuelas, conducen nuevas generaciones que sin pensarlo, les daremos vida y voz a través de este noble trabajo, trabajo que cuida y bendice el cosmos.
Esto lo hablo desde una comunidad lejana, una comunidad indígena donde el COVID 19 pegó fuerte, donde las familias no teníamos suficientes medios para tratarnos, donde sólo hay una casa de salud sin médicos ni medicamentos, donde casi nadie quiere venir porque está lejos, donde hay que caminar horas para llegar a un centro de salud, donde el hospital más cercano queda a dos o tres horas en vehículo; desde aquí hablo y alzo la voz. •