os cadetes del Colegio Militar escoltaron los restos de Arnoldo Martínez Verdugo en su traslado a la Rotonda de las Personas Ilustres en el panteón civil de Dolores. Las trasformaciones se aprecian en momentos espaciales, en chispazos.
Hace años, Jorge Semprún describió el cambio en España cuando los guardias civiles, que custodiaban la entrada principal de La Moncloa, se cuadraron ante él, sí, haciendo honores a Federico Sánchez, el nombre que el escritor llevó pegado a la piel durante las décadas del clandestinaje, cuando ser comunista estaba prohibido y era muy peligroso.
Ahora en México, se hace un reconocimiento a un viejo comunista, a un político que supo, desde la década de los 70, que la hora de la democracia había llegado y que la izquierda tenía que trabajar fuerte en su construcción. Eso hizo el Partido Comunista Mexicano, no sin contradicciones, y lo refrendó con su propia disolución para dar paso al PSUM, PMS y posteriormente al PRD.
Nuestra transición democrática e inclusive las diversas alternancias en el poder político, no se explicarían sin lo que se edificó desde aquellos años, con las piezas que se fueron ensamblando, para hacer posible elecciones limpias y democráticas.
Un camino sinuoso porque más allá de la apertura del gobierno de López Portillo y de su reforma política, la represión contra líderes y activistas persistía. La guerrilla, que siempre tuvo una relación ambivalente y difícil con los comunistas, tenía presencia en las ciudades y en estados como Guerrero y Oaxaca.
Para nada fueron sencillos aquellos días. Hay que tener presente que el PSUM estableció en su declaración de principios que la vía electoral era la única posibilidad legítima de acceder al poder, sólo después del secuestro de Arnoldo, ocurrido en julio de 1985, en un episodio en el que desfilaron muchos de los fantasmas de la ultraizquierda y todos sus demonios porque la operación estuvo coordinada por el Partido de los Pobres, el que fundó Lucio Cabañas.
Un momento, más que delicado, que conmovió a la sociedad mexicana y su clase política.
Por fortuna, Arnoldo superó ese hecho terrible, que a la vez sirvió para desatar una reflexión sobre los principios de legalidad y compromiso democrático.
Ya desde 1975, Arnoldo advertiría de las distorsiones que generaban las guerrillas, señalando que no podemos parir de los deseos y las intenciones subjetivas de quienes las realizan, sino del significado político que adquiereny del papel real que ejercen en el desarrollo de la situación nacional
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Apostar por la democratización, que parecía muy lejana, no tenía muchos incentivos en grupos acostumbrados a las vanguardias y formados con la magia ilusoria de las revoluciones.
Ahí está una de las dimensiones más relevantes del pensamiento de Arnoldo y de su acción como un político con visión de Estado. Sabía que a la izquierda democrática y partidista le tomaría años la llegada al poder, pero que esto se tenía que recorrer desde los municipios, los congresos legislativos y el trabajo con la sociedad.
Pero Arnoldo también comprendió, con esa inteligencia que lo caracterizaba, que el camino de la democratización no tenía que estar reñido con las propias convicciones. Martha Recasens, su compañera, recordó que el líder de la izquierda tenía una agenda precisa y aún tiene novedad, pertinencia:
Una sociedad justa, libre, democrática y respetuosa de la vida y el entorno natural. Una sociedad sin explotación en la vida política y social.
Recasens, en el panteón de Dolores y con la presencia del presidente López Obrador, citó al propio Arnoldo: Aspiro a la democracia completa, a la igualdad, al comunismo. No he arriado ninguna bandera en ese sentido, creo que ahora estoy colocado, junto con otros compañeras y compañeros en el plano más cercano a mis posiciones
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Ajeno a los sectarismos, siempre apostó por la unidad de la izquierda, por difícil que fuera.
Así era Arnoldo, y por ello significó uno de los liderazgos de la izquierda mexicana que conviene tener presente, por múltiples motivos y entre ellos, por su ambición por cambiar la vida
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