El escritor, poeta y académico Eduardo Lizalde Chávez (Ciudad de México, 1929-2022) trabajaba en dos libros cuando lo sorprendió la muerte, el pasado miércoles 25.

Uno era de poesía y el otro de ensayo; sin embargo, no sé bien los títulos porque los cambiaba mucho, expresó a La Jornada su viuda, Hilda Rivera. Nunca dejó de trabajar, por fortuna, agregó.

En entrevista, en la casa funeraria donde fueron velados los restos del autor de títulos como El tigre en la casa, Hilda Rivera dijo que el también amante de la ópera recibía miles de invitaciones para participar en diferentes actividades; sin embargo, a partir del encierro por la pandemia ya no salía.

Aunque la crisis sanitaria le afectó, también me dijo que había escrito tanto que tenía que pensar. Reflexionaba mucho sus libros. Los leía y releía. Los corregía mucho antes de publicarlos. Los trabajaba mucho, apuntó Hilda Rivera.

Respecto el destino de las cenizas del autor de otros libros como ¡Tigre, tigre!, y Otros tigres, Rivera señaló: Las voy a recoger, pero no sé qué voy hacer con ellas. Dijo recordarlo como una persona y un compañero, maravilloso.

Los amigos y colegas cercanos, y de muchos años arribaron a la casa funeraria para despedir al también ex funcionario. Al funeral arribaron miembros de la Academia Mexicana de la Lengua –Lizalde era miembro de número–, como Gonzalo Celorio, Margo Glantz, Adolfo Castañón, Vicente Quirarte y Julieta Fierro. También, el escritor Marco Antonio Campos, el periodista y escritor Ernesto Velázquez, la fotógrafa Paulina Lavista, la actriz María del Carmen Farías, y la ex secretaria de Cultura federal, María Cristina García Cepeda.

Lucina Jiménez, directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), llegó el miércoles por la noche.

En un comunicado de prensa de la institución se anunció que la Secretaría de Cultural federal y el Inbal realizarán próximamente un homenaje póstumo a Lizalde en la sala Principal del Palacio de Bellas Artes.

También estuvieron presentes sus hijos Eduardo Lizalde Farías y Enrique Lizalde Huerta.

En torno al féretro del poeta yacía una pequeña figura de tigre, apodo con el que era conocido, debido al empleo del felino en muchos de los títulos de sus libros y poesías.