No habrá un maximato
n fechas recientes, algunos escritores conservadores expresan temor de que pueda establecerse un nuevo maximato como el que padecimos en los años 20 y 30 del siglo pasado, el cual se caracterizó por una diarquía: el poder presidencial y el de un caudillo, que no sólo designaba al presidente, sino que determinaba la política del gobierno.
En el Maximato, el poder tras el trono fue encarnado por uno de los últimos jefes revolucionarios, don Plutarco Elías Calles, quien impuso a varios presidentes. El maximato surgió después de que Álvaro Obregón se religiera como presidente, violentando el postulado más importante de la Revolución. Tras el asesinato de Obregón, Calles quedó como el único y último caudillo y decidió no relegirse y dar lugar a un gobierno de instituciones. Inventó el partido único y pudo lograr que la lucha por la Presidencia no fuera violenta. Su último sucesor, Lázaro Cárdenas, desmanteló el maximato y fortaleció la figura presidencial.
No creo que sea posible un Maximato, independientemente de la voluntad del Presidente actual, las circunstancias políticas y sociales se lo impedirían. No existe ninguna condición para que pueda extender su mandato. Se puede argumentar que el Ejecutivo vigente es muy fuerte y que la tentación de mantenerse en el poder también lo es. El gusto vicioso por el poder ha sido una constante en la vida política de México, pero las cosas han cambiado.
La sociedad mexicana es mucho más preparada y exigente que la posrevolucionaria. No toleraría un abuso como una relección o un maximato; además, es mucho más numerosa; en 1929 apenas llegaba a 15 millones y hoy se ha multiplicado por 10, como también los competidores por el poder, los grupos que intentan dirigir al país.
Pero lo más importante, a partir de Cárdenas se creó una Presidencia muy fuerte y un nuevo presidente no se dejaría manipular por el anterior. Desde entonces, el Ejecutivo pudo ser un verdadero monarca durante los seis años de su mandato. Todos respetaron el principio de no relección y al presidente sucesor, quien no pudo extender su poder más allá de los seis años que le correspondían. Ha habido un auténtico cambio de régimen y el actual se justifica a sí mismo respetando los principios democráticos, más allá de las viejas reglas de la presidencia imperial.