La Jornada: Coronavirus: dos años
Editorial
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Coronavirus: dos años
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oy hace dos años que se reportó el primer caso de covid-19 en México. El virus llegó a nuestro país casi dos meses después de que China informó al mundo sobre un brote de neumonía de etiología desconocida en la ciudad de Wuhan, y a poco menos de un mes de que la Organización Mundial de la Salud dictó la declaratoria de emergencia de salud pública por la enfermedad que para entonces ya se había propagado por todo el mundo.

Casi está de más decir que en aquellos momentos nadie fue capaz de predecir o siquiera imaginar que luego de 24 meses el planeta seguiría lidiando con un patógeno que, en principio, no parecía tan distinto a otros que habían aparecido con anterioridad. Lo cierto ha sido que el SARS-CoV-2 se mostró diferente a todo lo que la medicina había enfrentado, y hasta hoy la comunidad científica continúa en el esfuerzo de descifrarlo para dar con las mejores estrategias de control y mitigación de los daños. En este sentido, una de las principales características de la emergencia sanitaria es precisamente la necesidad impuesta de aprender sobre la marcha y de encarar simultáneamente la atención a los enfermos y la investigación sobre el virus.

Además de estos frentes, la pandemia ha exigido un permanente combate a la desinformación en la que, por ignorancia o con dolo, se ha sembrado todo género de nociones falsas acerca del origen y la naturaleza de la enfermedad, los recursos médicos para afrontarla y las indicaciones y recomendaciones de las autoridades. En ocasiones, esta desinformación ha tomado un cariz que no puede dudarse en calificar de criminal al confundir a los ciudadanos y poner en peligro sus vidas en el afán de avanzar agendas ideológicas o defender intereses inconfesables.

Sin duda alguna, el punto de inflexión en esta prolongada lucha contra la enfermedad llegó con el desarrollo y la distribución de las diversas vacunas disponibles. Al contar con estos inmunizantes, fue posible reducir drásticamente el número de personas que desarrollan cuadros graves o mueren a causa del covid-19, y ello permitió retomar niveles razonables de normalidad en todo orden de actividades. No todo han sido luces: si la obtención de los biológicos específicos en tiempo récord es gran logro de la ciencia, el acaparamiento de las dosis existentes y futuras por las naciones ricas, así como la defensa a ultranza de las patentes por compañías trasnacionales y gobiernos a su servicio son un gran fracaso ético y humano. La constante aparición de nuevas variantes del coronavirus es un recordatorio de que la verdadera inmunidad no podrá lograrse mientras el acceso a las vacunas se siga negando a las poblaciones de los países más pobres.

Mientras se decide el futuro de la pandemia entre seguir ignorando a los menos favorecidos o apostar por la solidaridad, es pertinente echar una mirada atrás para reconocer hasta qué punto la enfermedad nos ha cambiado. En estos dos años, la enfermedad se ha cobrado un número enormemente doloroso de vidas y ha afectado muchas otras por la pérdida de un ser querido, pero también por las consecuencias económicas de la pandemia misma y de las medidas tomadas para intentar controlarla. Más allá de este aspecto trágico, millones de personas que permanecían refractarias al uso de las plataformas digitales debieron emprender un aprendizaje acelerado para trabajar, comunicarse con sus seres queridos, hacer las compras, realizar transacciones bancarias y un sinfín de actividades en la pantalla de una computadora, un teléfono u otro dispositivo. Nuestro carácter gregario tuvo que adaptarse a las exigencias del distanciamiento social, al confinamiento y otras precauciones elementales para la prevención del contagio. Pequeños gestos a los que debimos renunciar cobraron significados insospechados: hoy se recuerda con nostalgia –o se agradece su supresión, según cada cual– el apretón de manos o el abrazo fraternal.

Con un poco de optimismo, puede pensarse que en este trance tan difícil hemos aprendido que sólo combinando la verdadera solidaridad, la empatía y la confianza en la ciencia podremos salir avante de retos de esta magnitud.