Opinión
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Banco Nacional de México
H

ace poco más de un mes, la noticia de que la trasnacional financiera dueña de las acciones del Banco Nacional de México lo pondría en venta, despertó gran interés entre algunos sectores de la población y en los medios de comunicación. Una de las grandes instituciones financieras del país en manos de extranjeros, ante la posibilidad de ser readquirida por mexicanos, esa es sólo una de las aristas de la noticia; la otra, que el banco es además de una empresa dedicada, como todos los bancos, a recibir dinero de los ahorradores e inversionistas y a prestarlo a quienes requieren crédito para inversiones, el Banco Nacional desde su fundación a finales del siglo XIX, ha tenido un patrimonio de alto valor histórico y cultural.

En mi vida personal, por azares de la vida o por la Providencia, me he topado con esta institución en diversas ocasiones. Mi padre desde que yo tenía un año de edad y hasta su muerte, fue un empleado del banco, siempre en la oficina central, ubicada en la notable esquina de Isabel la Católica y Venustiano Carranza, en pleno corazón de la capital. De mi familia, además de mi padre, una hermana y un hermano trabajaron en el banco, ella como secretaria en la dirección y él, José Antonio Bátiz Vázquez, como cajero en una sucursal mientras estudiaba la carrera de historia en Filosofía y Letras, y luego, durante muchos años, ya historiador, en el archivo histórico, un almacén de olvidados y polvosos legajos, al que convirtió en uno de los mejores archivos de documentos de historia de México, valioso en especial para la historia financiera.

Cuando me recibí de abogado trabajé unos años en el jurídico de este banco, fue como hacer una especialidad, pude también conocer, desde dentro, un banco muy peculiar; no sólo fue durante mucho tiempo el más importante en el país, propiedad de mexicanos, que lograron hacerse de la parte del capital que había pertenecido a inversionistas franceses; la fama del banco era de seriedad y ética en sus operaciones, una de sus características fue que, durante años, no tuvo una sección hipotecaria, ya que la familia Legorreta, consideraba que los prestamos de esa naturaleza eran negocios de viudas.

En aquel tiempo, inicios de la segunda mitad del siglo pasado, la institución se caracterizaba por el trato correcto y respetuoso a clientes y empleados; había para estos últimos préstamos personales para adquirir casa propia, vehículo o para alguna emergencia, oportunidad de tomar cursos de capacitación, de trabajar en un ambiente cordial y un servicio médico de primera. Muy distinto a los bancos modernos que llaman a sus empleados capital humano, los contratan jóvenes, les pagan poco, les impiden pensar y les dicen exactamente con qué palabras deben comunicarse con la clientela; luego en cuanto pueden se deshacen de ellos.

En ese banco conocí destellos de justicia social; durante varios años, según lo recuerdo, los trabajadores de la institución podían comprar acciones del banco con sus gratificaciones de fin de año o con parte de ellas; de esa manera los empleados, aun cuando fuera en mínima parte, ganaban un salario, pero también tenían posibilidad de obtener dividendos por su inversión y sentirse más ligados a la institución; era un tímido paso hacía las sociedades cooperativas.

Tanto el Presidente de la República como ciudadanos informados, han manifestado su deseo de que el banco vuelva a ser mexicano, entre otras cosas, por el tesoro arquitectónico y artístico del que es propietario; pero también por lo que significa, ya que fue en su fundación, en 1884, aunque sea parcialmente, un banco del Estado y el primero y más importante de su tiempo. Mi opinión es que sería estupendo que los ahorros de los mexicanos estuvieran en custodia de una institución mexicana y que el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, el Palacio de Iturbide, otros inmuebles históricos y las colecciones de arte que son propiedad de Banamex, volvieran a ser propiedad de una persona moral mexicana.

Una gran oportunidad. Entre los que alzaron la mano está el empresario regiomontano Javier Garza Calderón, fundador de la agrupación Empresarios por la 4T, con más de 50 mil afiliados. Sería una oportunidad para que el banco pudiera adquirirse con una suscripción popular que se sumaría a lo que aportaran capitalistas importantes y de que el banco retomara el camino de la justicia social de la que fue pionero.

Si para pagar la expropiación petrolera el pueblo aportó donativos y ahorros y se solidarizó con Lázaro Cárdenas, ¿por qué no podría volverse a repetir este gesto patriótico? Conozco a muchos que estarían dispuestos a redondear la transformación del país y participar. Gobierno, empresarios nacionalistas y un pueblo informado pueden hacer el milagro, como un plebiscito; se requiere sin duda quien encabece, entusiasmo, confianza en nuestras autoridades y la convicción de que la soberanía está en riesgo si las grandes empresas están en manos de extranjeros.