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Nosotros ya no somos los mismos

Ratificar o no ratificar, he ahí la cuestión

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▲ El ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo ha señalado que de la consulta debe eliminarse cualquier aspecto contradictorio.Foto José Antonio López
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o conozco de él, sino lo que él dijo de sí mismo. Es decir: nada de sus orígenes familiares ni de su mundo escolar primario, secundario o preparatorio. Menos de sus actividades, inclinaciones, gustos, preferencias durante sus primeros 18 años. ¿Acaso fue boy scout o miembro de la ACJM? ¿Deportista (equitación, polo, bailarín, de salón, por supuesto)? ¿Llevó alguna de las últimas serenatas en la ciudad?, ¿se fugó –sin avisar– a Zipolite o Yerbabuena? De perdida, ¿confundió un Sanborns con un antro o un hoyo punk y se horneó un tantito? Con antecedentes de vida tan ascética, ¿a quién le puede resultar extraño que un joven estudiante y estudiosísimo, pero además perfeccionado en las huestes falangistas de la Escuela Libre de Derecho, su tesis de graduación profesional no fuera laureada con mención honorífica?

El currículo de tan distinguido miembro, que por medio de las redes sociales presenta la SCJN, es escueto: se concreta a mencionar los estudios cursados, los cursos impartidos, las actividades académicas, algunas publicaciones y su amplia e intensa labor realizada dentro del Poder Judicial, misma que le permitió que al año de su ingreso (2011), fungiera ya como presidente de la Primera Sala del Supremo Tribunal. No quise dejar pasar un detallito que, por naif, adorna el documento que, oficialmente lo presenta en sociedad: en 1975, el actual ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue considerado, nada menos que por el Injuve, como un auténtico valor juvenil.

De seguro algún lector impaciente, después de leer estos renglones, se preguntará ¿y a qué viene la apologética presentación del señor ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo? La respuesta es por demás sencilla y, espero, entendible.

Acaba de dar a conocer La Jornada (25/1/22) que el ministro citado propuso a la SCJN quitar el concepto de ratificación en la boleta que será utilizada en la consulta que, frente a tantas tempestades, muchas de ellas sobre pedido, logró vencer. Veamos sus razones. El sistema normativo, en los términos en que fue aprobado por el legislador ordinario, contiene cierto rasgo o tendencia que llevarían a interpretar el mecanismo no sólo como uno de revocación de mandato sino también como un ejercicio o consulta sobre la permanencia en el cargo o la ratificación del mismo.

¡Carajo!, dijo la madre superiora, interrumpiendo bruscamente sus rezos. ¡Qué lucidez, qué inteligencia! ¿Cómo pudo el señor ministro deducir esta casi imposible, inasible conclusión? El ilustre togado se ha permitido plantear a sus pares que debe modificarse el ejercicio de revocación de mandato y eliminar la mención del concepto de ratificación del actual Presidente de la República. Su propuesta es categórica: De la consulta debe eliminarse cualquier aspecto contradictorio.

Con verdadero desasosiego, releo la propuesta y, honestamente, no la comprendo. Por venir de quien viene, asumo la incomprensión como mi culpa y tan sólo alego: para mí, las consultas que se formulan sobre cualquier asunto para que los involucrados definan su preferencia han de ser distintas, diferentes, excluyentes y, en muchos casos, como el que nos ocupa, contradictorias. Cualquiera de las opciones que un ciudadano privilegie, significa, al mismo tiempo, un rechazo implícito a las no elegidas. ¿Recuerdan la especie de adagio aquel, que ofrece la opción culinaria entre dos sopas, pero, una ya se acabó? ¿Esa es la propuesta? En la mal llamada Ley de Revocación, todo ciudadano puede seleccionar revocación o ratificación, aunque en el menú y toda la publicidad (en este caso, propaganda) anterior, desde la nominación del ordenamiento jurídico (Ley de Revocación...) hasta la indefinible, casi etérea, paupérrima, ridícula, cursi y única causal que sustenta el brutal degüello de un titular del Poder Ejecutivo sea descrita como la pérdida de la confianza.

Pero, ¿qué es la confianza? ¿Es acaso algo tan explicable, definible, cuantificable, mesurable, que sobre ese concepto podamos fundamentar una acción política de trascendencia nacional y, aquí sí que, histórica? O, ¿qué antecedentes hay al respecto? Ya no podré documentar el asunto con exactitud porque a Ebrard se le ocurrió enviar a mi gurú histórico de embajador a Panamá. Pero a mí me resulta, ya lo expresé anteriormente, tan irresponsable como desaseado, el banal argumento de la pérdida de confianza. Al respecto, no dejaremos de reconocer que, al aceptar la izquierda este argumento tan baladí, se libraba de acusaciones y alegatos que significaran una carga política más difícil de contrarrestar. La derecha, por su parte, tuvo que aceptar, con asombro, azoro y desencanto, que en tres años no había logrado reunir los hechos fehacientes del gobierno obradorista, que merecieran la pena capital. La sombra de la docena trágica (obviamente, Fox/Calderón), los arredraba. Se pactó entonces la sinrazón: la pérdida de la confianza. El próximo lunes algunos ejemplos históricos al respecto, aunque para entonces, al igual que al ministro, se nos haya ido el tren.

Salud sin covid y salud con su más accesible gin.

Twitter: @ortiztejeda