Número 172 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
#HastaEncontrarles
Centro Penitenciario Cuautla, Morelos.

Las mujeres buscadoras y la pedagogía del amor

R. Aída Hernández Castillo CIESAS-CDMX/Eje de Iglesias de la Brigada Nacional de Búsqueda

La pregunta que siempre me repiten, dentro y fuera de la academia, cuando me refiero a la crisis de derechos humanos que vivimos en México con la existencia de 94 mil personas desaparecidas, 52 mil cuerpos sin identificar bajo custodia del Estado y 4805 fosas clandestinas encontradas a todo lo largo y ancho del territorio nacional, es ¿por qué desaparecen a las personas? La primera respuesta es: ¡porque se puede! Es decir, que el contexto posibilita la desaparición cuando existe impunidad y hombres con poder, violentos y armados.

Los análisis feministas de las violencias extremas, nos hablan de una “pedagogía de la crueldad” y una “pedagogía del terror”, que utiliza los cuerpos (con su ausencia a través de las desapariciones) o con su presencia (mediante las fosas clandestinas) como un mensaje que siembra miedo y desmoviliza. La antropóloga argentina Rita Laura Segato usa el concepto de “pedagogía” porque esa violencia quiere “enseñarnos algo”: quién tiene el poder y qué consecuencias trae desafiarlo, quiénes controlan el territorio, quiénes pueden actuar con impunidad.

A esta “pedagogía de la crueldad” se contrapone una “pedagogía del amor” que nos recuerda que los cuerpos encontrados en las fosas no son “restos humanos” o “hallazgos”, sino personas que tienen familias: son los hijos e hijas de alguien, son hermanos o hermanas, son almas que buscan descanso. Tanto en las búsquedas en campo que he acompañado con Las Rastreadoras de El Fuerte en el norte de Sinaloa, como en la Brigada Nacional de Búsqueda en Morelos, me ha conmovido el modo en que las mujeres buscadoras convierten el hallazgo de una fosa, en un ritual de amor. Muchas veces rodean la excavación y oran tomadas de las manos por las personas encontradas, les hablan en primera persona, las consuelan, les prometen que harán todo lo posible por regresarlas a casa. Con sus prácticas rituales y sus mensajes amorosos, convierten los campos de exterminio en espacios sagrados. Pero su “pedagogía del amor” no se limita a sacralizar las búsquedas en campo, se expresa también en sus tareas de sensibilización, cuando van a iglesias, a escuelas, a centros de detención, cuando desde el corazón dan su testimonio para contribuir a la construcción de una cultura de paz. En uno de sus mensajes en una prisión varonil señalaban: “Buscamos a nuestros hijos e hijas, pero también buscamos al ser humano que sabemos que está detrás de ese uniforme, queremos tocar sus corazones ...” Pude atestiguar cómo la expresión de los rostros endurecidos de varios internos se transformaba ante estas palabras de amor, y cómo muchos de ellos daban mensajes de aliento y solidaridad a las buscadoras.

En las prisiones femeniles se conectan con las madres que, como ellas, han sido separadas de sus hijos e hijas por un sistema carcelario que reproduce las violencias patriarcales. Fue en el femenil de Atlacholoaya, Morelos, en donde Virginia Peña (Doña Vicky) -quien tan solo unas semanas antes había encontrado el cuerpo de su hijo Rosendo en una fosa clandestina- se encontró por primera vez con Joanna Ramos, una mujer en reclusión que tiene una hija desaparecida. La hija de Joanna, como cientos de niños y niñas de mujeres en reclusión, fue separada de su madre y puesta bajo la custodia del DIF estatal, de donde desapareció sin dejar rastro. Era la primera vez que Joanna hablaba públicamente de esta pérdida. Con un texto poético preparado para la Brigada Nacional de Búsqueda y leído en voz alta frente a las mujeres de los colectivos, compartió el dolor de la desaparición de su hija y la impotencia de no poderla buscar. Al finalizar, todas las buscadoras corearon “no estás sola, no estás sola”. Doña Vicky se acercó a ella, la consoló y le hizo una promesa, mientras Joanna estuviera presa, ella se encargaría de buscar a su hija: ¡hasta encontrarla!

En cada uno de estos actos de búsqueda, las integrantes de los colectivos no solo aportan a la reconstrucción del tejido social, sino que construyen familias más allá de la sangre. Fue en estos espacios de encuentro, en los que Verónica Rosas Valenzuela, quien busca a su hijo Diego, secuestrado en Ecatepec en septiembre del 2015, conoció a Fabiola Pensado, madre de Yosimar Argenis, desaparecido en marzo del 2014 en Xalapa, Veracruz. Ambas me cuentan cómo en un taller de autocuidado les tocó tomarse de las manos y verse en silencio durante varios minutos. A través de esta mirada pudieron compartir sus tristezas, pero también sus esperanzas. Faby describe este primer encuentro: “Al mirarnos fijamente, yo pude ver en sus ojos mucho amor, creo que las dos nos acercamos y nos dimos cuenta de que teníamos algo especial, nos contamos nuestras historias y empezamos a construir un vínculo espiritual”. Desde entonces Faby y Verito, como las conocen en el movimiento de familiares, se han convertido en hermanas, cada una lleva la foto del hijo de la otra en su camiseta; Diego y Yosi, son también hermanos espirituales y sus imágenes viajan con su madre biológica y adoptiva por las rutas de búsqueda que ellas recorren.

En cada uno de estos actos de amor cotidianos, las mujeres buscadoras construyen comunidad, expanden el sentido de la familia más allá de la consanguinidad y nos enseñan con su pedagogía del amor que aún existe esperanza para una sociedad devastada por las violencias. •

Verito y Faby. Verónica Rosas Valenzuela