Número 172 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
#HastaEncontrarles
Mural de los desaparecidos en Ciudad Administrativa de Zacatecas. Edgar Chávez Romero

¿A dónde se llevan a las personas desaparecidas?

Alejandro Arteaga Saucedo GIASF

Han pasado quince años desde que inició la “guerra contra el crimen organizado”.

De acuerdo con registros oficiales, entre 2006 y 2021 han fallecido más de 350 mil personas y desaparecido más de 70 mil. En lo que va del año 2021, la escalada de desaparición continúa en ascenso sin que parezca presentar tregua alguna, a pesar de la supuesta declaración del fin de la guerra desde principios del 2019. En este periodo la pregunta ha sido siempre la misma: ¿A dónde se llevan a las personas desaparecidas?

A algunas personas se les ha podido encontrar con vida, extraviadas entre trámites engorrosos y poco transparentes en hospitales, prisiones o centros para el tratamiento de adicciones. A otras se les ha visto vagando en albergues y calles de las principales ciudades del país, en los cruces fronterizos con Estados Unidos, o incluso, en algunas ciudades del país vecino.

Algunas trabajan en bares de comunidades remotas o barrios marginales de las ciudades, retenidas en contra de su voluntad por sus parejas, familias o redes de trata de personas. Otras, fueron engañadas e incorporadas a complejas redes de reclutamiento forzado donde se les obliga a laborar en zonas residenciales, ranchos agrícolas o ganaderos, o como sicarios de grupos criminales.

Sobre algunas más, jamás se volvió a saber, luego de que fueran transportadas en camionetas a parajes remotos en fincas, ranchos y ejidos en desiertos, bosques y montañas. De algunas se cree que podrían estar muertas y que los podemos atisbar en los terrenos donde la hierba o los cultivos de maíz, caña, sorgo o trigo crecen más altos o más bajos. A otras las podemos distinguir entre el olor que desprenden los combustibles con los que se cree que fueron cremadas.

Lamentablemente, a muchas se les ha encontrado sin vida, abandonadas en campos abiertos y rápidamente dispersadas por animales carroñeros, enterradas en fosas clandestinas (a veces cementerios ilegales bien planificados) a poca o mucha profundidad, o incineradas en crematorios clandestinos. Estas inhumaciones ilegales no están tan lejos de la vida cotidiana. Cada vez, con mayor frecuencia, se les encuentra al interior de viviendas en grandes centros urbanos, en colonias marginadas y en comunidades rurales, junto a caminos, carreteras, árboles, pozos, minas, fincas abandonadas, arroyos, ríos y cuerpos de agua.

A pesar del sufrimiento que ya implican tan tristes hallazgos, los cuerpos de las personas desaparecidas, se extravían una vez más entre trámites complejos y prácticas poco éticas de servicios médicos forenses de todo el país. Luego de un tortuoso viaje dentro de las instituciones forenses, muchos de ellos finalmente son inhumados en fosas comunes, sin identidad, sin rastro y retrasando, una vez más, la posibilidad de que puedan regresar a casa con sus familias y seres queridos. Así, van, vienen y se vuelven a ir.

No obstante, las personas desaparecidas hoy están más presentes que nunca, su imagen siempre está con nosotres, en el ámbito privado, en altares de las casas de sus familiares. O en el entorno público, en notas de prensa, en murales pintados y otras obras de arte, documentales, películas, manifestaciones, entrevistas y conferencias. Con su rostro revisten diferentes tipos de superficies, texturas y materiales, pero, sobre todo, se postran orgullosas en el pecho de quienes les buscan.

Las personas desaparecidas somos todas, y son de todes quienes les buscamos y quienes no lo hacen. No están en el pasado, porque les vemos, les percibimos y encontramos todos los días. Tampoco son asunto del futuro, porque están aquí y no dejan de recordarnos que esperan ser encontradas. •