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Relatos del ombligo

La noche y sus demonios

L

a noche inspira para situar bajo su oscuridad los peores temores que se guardan en incertidumbres que, sin importar qué tan reales o fantasiosas sean, atormentan a lo largo de la vida. Es el momento en el que los fantasmas salen de la mente y se convierten en espectros o tormento de un demonio que no puede ser enfrentado hasta que se le pone nombre.

Para los antiguos mexicanos, la noche representaba una de las dos partes del ciclo que originó al mundo, uno que con el nacimiento del Sol y su recorrido en dirección a occidente lo llevaba a su muerte al final del día para permanecer durante la noche en el inframundo. Aquellas horas eran por demás peligrosas para las personas debido a que el Sol no podía controlar a seres y vientos malignos que aprovechaban su ausencia para atacar.

Un día se acabó el mundo tal como se conocía, fue cuando llegaron los españoles y tomaron Tenochtitlan, pero la vida continuó y el Sol siguió saliendo desde oriente para esconderse en occidente. La idea sobre la muerte y el renacimiento del Sol cambió de concepción, no así los seres y vientos malignos que siguieron ya no en lenguas prehispánicas y sí aliados con un poderoso secuaz europeo conocido como el Diablo, presunto responsable de todo lo malo sin que existiera evidencia real –a la fecha– sobre sus crímenes, pues de nadie se conoce que lo haya visto en persona y sólo se deja ver a través de la influencia que ejerce en sus elegidos para convertirlos en victimarios.

Uno de ellos vivió durante el siglo XVII en la capital de México; la calle de su residencia –hoy República de Uruguay– llevó algún tiempo, por motivos por demás macabros, su nombre: Don Juan Manuel, y de ser la vía más oscura y temida de la ciudad pasó, gracias a las acciones de su inquilino, a convertirse en la primera iluminada, aunque no por ello menos temida.

Don Juan Manuel de Solórzano era para 1635 un personaje influyente y poderoso; fue honrado por el virrey Lope Díez De Aux y Armendáriz –primer virrey criollo de la Nueva España– con el cargo de su privado debido a que era reconocido por su inteligencia y honradez. Tenía tantos enemigos como aquellos que puede causar la envidia, pero siempre les llevaba una jugada por delante, así que por más intentos que hubiera en desprestigiar o dañar al ilustre personaje estos eran infructuosos, hasta que su gran debilidad fue descubierta.

Don Juan Manuel estaba casado con un mujer de nombre Mariana, quien era de gran belleza y distinción, por lo que atraía las miradas de los hombres causando con ello los celos de su marido. Mucho era el amor que don Juan Manuel le tenía a doña Mariana, aun así los hijos no llegaban, por lo que el favorito del virrey decidió hacer penitencia y dedicarse una temporada a la oración con la esperanza de ver si así podía atraer el favor de tener un descendiente. Se internó en el convento de San Bernardo, ubicado en las hoy calles de Venustiano Carranza y 20 de Noviembre y, como alguien tenía que encargarse durante su ausencia de los negocios y responsabilidades, que pocos no eran, mandó traer desde España a un sobrino con las mejores recomendaciones.

Al enterarse los enemigos de don Juan Manuel de su reclusión, y conociendo su debilidad, hicieron algo que la derecha sigue llevando a cabo con enorme habilidad: construyeron una narrativa basada en la mentira y corrieron el rumor de que doña Mariana engañaba a su marido. Los muros del convento de San Bernardo no fueron lo suficientemente gruesos para evitar que el chisme llegara a quien iba dirigido.

Habiendo cobrado locura y con el juicio perdido, don Juan Manuel dejo la oración celestial y se encomendó al diablo, a quien, a cambio de obediencia eterna, le pidió saber con quién lo engañaba su esposa. Y así como hay quien prefiere inyectarse ácido muriático en lugar de ser vacunado, don Juan Manuel tomó el consejo que alguien le hizo de preguntar en la calle, en punto de las 11 de la noche a la primera persona que viera, cuál era la hora. Quien le respondiera sería el amante de doña Mariana.

Y así lo hizo, pero no una vez, sino varias; su consejero y la locura lo llevaron a cometer el mismo crimen todos los días causando temor en la ciudadanía ante la aparición de un asesino nocturno, hasta que una mañana tocaron a la puerta de su casa con el cuerpo sin vida de su sobrino quien, la noche anterior, había sido apuñalado. Al percatarse de su crimen don Juan Manuel se ahorcó, los apuñalamientos a las 11 de la noche terminaron y la calle fue, por acción de los vecinos, iluminada con faroles.