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¿Año nuevo?
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levamos nueve días de 2022, pero la verdad es que, al menos en este Brasil destrozado, seguimos como en los peores momentos de 2021, el año maldito que parece no terminar nunca.

La pandemia de covid-19 enfrenta un nuevo brote, esta vez de la variante ómicron, pero nadie sabe cuál será su proporción. Hospitales públicos y privados reciben legiones de pacientes, no conozco a nadie que no tenga al menos un caso en la familia o de gente muy cercana, pero el verdadero número de infectados aún es desconocido.

Por si ello no fuera preocupación suficiente, hay una nueva epidemia de influenza, un tipo muy severo de afectación en vías respiratorias que también lleva a internarse en los nosocomios.

Los más pudientes que pueden pagar por una prueba de covid buscan frenéticamente por farmacias y laboratorios clínicos. Los demás no tienen a quién o a dónde acudir: no hay ninguna acción del gobierno para realizar exámenes de PCR, las personas actúan por iniciativa propia.

El relajamiento de medidas mínimas de restricción en el fin del año, que no acabó, causó efecto: en la ciudad de Río de Janeiro, por ejemplo, la proporción de diagnósticos confirmados aumentó de 0.7 por ciento de principios de diciembre pasado a 41 por ciento en la primera semana de enero.

Todo eso sucede mientras otros factores aumentan la preocupación general, sobre todo de médicos y funcionarios de salud.

El primer factor es la falta de datos actualizados de la pandemia, mismos que servirían para la elaboración de análisis concretos sobre los casos de hospitalizaciones, contagios y fallecidos, así como saber cuáles son las localidades más afectadas y las edades con mayor incidencia de covid.

A raíz de esa falta, los médicos y científicos responsables no tienen cómo elaborar informes que servirían para establecer acciones a seguir.

La causa principal de esa confusión está en la acción de hackers en el sistema de información del Ministerio de Salud. Ocurre que esa acción se dio el 16 de diciembre, y pasado casi un mes nadie en el gobierno logró zanjar el problema. Parece increíble semejante ineptitud, pero así es.

Existen fuertes sospechas de que el hacker en cuestión es alguien del mismo Ministerio de Salud. Es que la volada de los datos para el espacio coincidió con otra ofensiva del presidente Jair Bolsonaro y de su ministro de Salud contra la exigencia del llamado ‘pasaporte de vacuna’, o sea que para ingresar o frecuentar determinados espacios sea obligatoria la presentación del certificado de vacunación.

Al desaparecer el registro de inoculados, el hacker llevó el resto al espacio. Las autoridades aseguran que los datos fueron preservados, pero nadie logra acceder a ellos y menos aún actualizarlos.

Tanto el mandatario ultraderechista como su ministro son radicalmente contrarios a la exigencia del pasaporte, pero nada pueden hacer: por determinación de la Corte Suprema de Brasil, la palabra final las tienen alcaldes y gobernadores. Y la inmensa mayoría aprueba la medida.

El otro factor determinante para que el cuadro preocupante se fortalezca está en la acción de Jair Bolsonaro.

Pese a la nueva crisis, él –como su increíble ministro de Salud– sigue en campaña permanente contra los antígenos y cualquier medida de prevención. Con énfasis en el combate contra la vacunación a niños de entre cinco y 11 años.

A mediados de diciembre la Agencia Reguladora de Salud aprobó la medida, pero el Ministerio de Salud la autorizó apenas el pasado día 5, a raíz de determinación del Supremo Tribunal Federal.

Con eso se retrasó la compra del antígeno y, como consecuencia, su aplicación, que recién empezará a fines de enero y en escala muy por debajo de lo que podría y debería ser.

Bolsonaro seguirá promoviendo aglomeraciones, ridicularizando medidas básicas de protección, como el uso de cubrebocas, descalificando la vacuna, retrasando su compra, tratando por todos los medios de sabotear su aplicación. Su conducta será seguida por su fidelísimo ministro de Salud.

Pese a tal actitud criminal, 75 por ciento de la población brasileña adulta ya se vacunó. Y eso significa, entre otras cosas, que cada día más Bolsonaro se dirige al núcleo más duro de sus seguidores más radicales, y es cada vez es menos escuchado por la inmensa mayoría de la población.

El problema, entonces, no se resume a lo que dice o deja de decir, pero sí a lo que hace –promover aglomeraciones, incentivar la ignorancia– y lo que deja de hacer: comprar antígenos para todos.

Sí, vamos por el noveno día de 2022, y surgen claras señales de que el año sólo será nuevo a partir del domingo 2 de octubre, cuando habrá elecciones presidenciales. Será un largo tiempo de tensiones y peligros, tal como estaba previsto.

Lo que nadie puede prever es su dimensión. Al fin y al cabo, Jair Bolsonaro no es un caso para analistas y científicos políticos: es para siquiatras.