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En curso, un nuevo totalitarismo global capitalista seudomédico: C. J. Hopkins

Se trata de un sistema patologizado que falsifica los hechos y demoniza a los no vacunados, señala el autor

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▲ En Europa, han protestado miles contra el terrorismo sanitario. La imagen, en Holanda el pasado domingo.Foto Ap
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de enero de 2022, p. 10

Según C. J. Hopkins estamos asistiendo al nacimiento de una nueva forma de totalitarismo.

“No el ‘comunismo’. No el ‘fascismo’. El totalitarismo global-capitalista. Totalitarismo seudomédico. Totalitarismo patologizado. Una forma de totalitarismo sin dictador, sin ideología definible. Un totalitarismo basado en la ‘ciencia’, en los ‘hechos’, en la ‘realidad’ que él mismo crea”.

Un totalitarismo patologizado de vigilancia y control total de libro de texto, impulsado por las clases dominantes del capitalismo global mediante eslóganes repetidos de manera sistemática, que está transformando a la sociedad en una distopía totalitaria, donde las intervenciones médicas invasivas obligatorias (inyecciones en fase de pruebas clínicas de efectos desconocidos) y los documentos de acatamiento digital (como el pasaporte Covid) son comunes, pero que no puede mostrarse como lo que es, ni siquiera como autoritarismo. Es decir, no puede reconocer su naturaleza política: Para existir, no debe existir. Y sobre todo, debe borrar su violencia y presentarse ante las masas aterrorizadas y sumidas en una histeria sin sentido como una respuesta esencialmente benéfica a una crisis de salud pública global.

Autor de Zone 23, una novela satírico-distópica editada en 2017 que anticipó mucho de lo que hemos vivido en los últimos dos años, C. J. Hopkins, escritor, dramaturgo y ensayista estadunidense residente en Berlín desde hace más de tres lustros, ha publicado una serie de artículos sobre la nueva normalidad en su portal Consent Factory (Fábrica del consentimiento), en alusión al modelo de propaganda descrito por Noam Chomsky y Edward Herman y su uso para manufacturar el consentimiento masivo mediante la falsificación sistemática de hechos y realidades. Como crítica satírica, su símbolo es un triángulo rojo invertido (similar al de los uniformes de los presos políticos y miembros de la resistencia en los campos de concentración nazis) con una letra U negra en el centro, que significa Unvaccinated (No vacunado).

Ésa es su forma de expresar su oposición al sistema de segregación totalitario y seudomédico. Al respecto, señala que los medios de comunicación corporativos y estatales, líderes gubernamentales, funcionarios de la salud y los fanáticos que chillan en las redes sociales han lanzando una implacable propaganda oficial que demoniza a los no vacunados, los nuevos Untermenschen oficiales (subhumanos en la teoría biológico-médico-científica de la higiene racial nazi); una subclase de otros infrahumanos que las masas de la Nueva Normalidad están condicionados a odiar. (La gran purga de la Nueva Normalidad, Contrarrelatos, 24/X/2021).

Tomando como referencia países como Austria, Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, Australia y Estados Unidos, describe a los New Normals (Novo Normales, a quienes primero llamó corona-totalitarios) como miembros de un movimiento totalitario y sicópata que adhiere a la ideología oficial y demoniza y persigue a cualquier persona que se desvíe de la narrativa impuesta por las autoridades sanitarias mundiales. Quien no se ajuste a la nueva realidad está siendo purgado, despersonificado, lanzado a un agujero negro, eliminado.

En Introducción al totalitarismo patologizado, Hopkins señala que en noviembre pasado, el “gobierno de la New Normal/Austria decretó que, a partir de febrero próximo, las inyecciones de ARNm (aún en fase de pruebas clínicas) serán obligatorias, para combatir un virus que causa síntomas similares a los de una gripe, de leves a moderados (o ningún síntoma) en más de 95 por ciento de los infectados y con una tasa general de letalidad por infección de 0.1 a 0.5 por ciento. (Ver: Pathologized Totalitarianism 101 [101 designa curso introductorio en EU], 22/XI/2021, y Ioannidis: WHO-BLT.20.265892).

La secta covidiana de GloboCap

Rechaza ser un teórico de la conspiración, negacionista del covid, antivacunas y se define como un hombre con principios que valora la libertad y siente que no está preparado para adentrarse suavemente en la noche globalizada, patologizada-totalitaria. Afirma que la pandemia apocalíptica del coronavirus fue un caballo de Troya para introducir la Nueva Normalidad y que hay que hacer visible su violencia, es decir, enmarcar esa lucha en términos político-ideológicos y no en los términos seudomédicos propagados por la narrativa oficial de covid.

Sostiene Hopkins: “Ésta es una lucha para determinar el futuro de nuestras sociedades. Ese hecho es el que las clases dominantes del capitalismo global (satíricamente GloboCap) están decididas a ocultar. El despliegue de la Nueva Normalidad fracasará si se percibe como político (es decir, una forma de totalitarismo)”. Agrega que la narrativa oficial seudomédica es el escondite hermenéutico que lo hace inmune a la oposición política, por lo que hay que negarle ese reducto perceptivo y exhibirlo como lo que es: una forma patologizada de totalitarismo.

Señala que “la esencia del totalitarismo −independientemente de los disfraces y la ideología que lleve− es el deseo de controlar completamente la sociedad, cada aspecto de la sociedad, cada conducta y pensamiento individual”. Y añade que “todo sistema totalitario, ya sea una nación entera, una minúscula secta o cualquier otra forma de cuerpo social, evoluciona hacia este objetivo inalcanzable… la transformación ideológica total y el control de cada elemento de la sociedad. Esa búsqueda fanática del control total, la uniformidad ideológica absoluta y la eliminación de toda disidencia es lo que hace que el totalitarismo sea totalitario”.

A partir de octubre de 2020, Hopkins publicó una serie de ensayos que denominó La secta covidiana (The Covidian Cult), donde examina al totalitarismo New-Normal (es decir, patologizado), como un culto a gran escala, a escala social, analogía válida para todas las formas de totalitarismo, pero en especial para el totalitarismo de la Nueva Normalidad, la primera forma global de totalitarismo en la historia.

Dice que una de las características del totalitarismo es la conformidad masiva con una narrativa oficial sicótica. No una narrativa oficial normal, como la de la Guerra Fría o la Guerra contra el Terror, sino una narrativa delirante que tiene poca o ninguna conexión con la realidad y se contradice con la preponderancia de los hechos. Apunta que el nazismo y el estalinismo son los ejemplos clásicos, pero el fenómeno se observa mejor en las sectas y otros grupos sociales subculturales como la familia Manson, el Templo del Pueblo de Jim Jones, la Iglesia de la Cienciología o Heaven’s Gate, cada uno con su propia narrativa oficial sicótica: Helter Skelter, el Comunismo Cristiano, Xenu y la Confederación Galáctica, etcétera.

Plantea que mirando desde la cultura dominante (o hacia atrás en el tiempo en el caso de los nazis), la naturaleza delirante de esas narrativas es claramente obvia para la mayoría de personas racionales. Lo que mucha gente no entiende es que para aquellos que caen presa de ellas, ya sean miembros individuales de una secta o sociedades totalitarias enteras, “esas narrativas no se registran como sicóticas. Al contrario, se sienten completamente normales. Todo en su ‘realidad’ social refuerza y reafirma la narrativa, y cualquier cosa que la desafíe o contradiga se percibe como una amenaza existencial”.

Sustenta que esas narrativas son invariablemente paranoicas y presentan a la secta como amenazada o perseguida por un enemigo maligno o una fuerza antagonista, de la que sólo la conformidad incuestionable con la ideología de la secta puede salvar a sus miembros. Poco importa que ese antagonista sea la cultura dominante, los terapeutas corporales, los judíos o un virus. La cuestión no es la identidad del enemigo. La cuestión es la atmósfera de paranoia e histeria que genera la narrativa oficial, que mantiene a los miembros de la secta (o a la sociedad) sumisos.

Y dice que por eso tanta gente −personas capaces de reconocer fácilmente el totalitarismo en sectas y países extranjeros− no puede percibir el totalitarismo que está tomando forma ahora, justo delante de sus narices (o, más bien, en sus mentes). Tampoco pueden percibir la naturaleza delirante de la narrativa oficial del covid-19, al igual que aquellos en la Alemania nazi fueron incapaces de percibir lo delirante que era la narrativa oficial sobre la raza superior. Esas personas no son ignorantes ni estúpidas. Han sido iniciadas con éxito en una secta, que es esencialmente lo que es el totalitarismo, aunque a escala social.

Hopkins afirma que la iniciación en la secta covidiana comenzó en enero de 2020, cuando autoridades médicas y los medios corporativos activaron el Miedo, con proyecciones de cientos de millones de muertes y fotos falsas de gente falleciendo en las calles. El condicionamiento sicológico continuó durante meses: “Las masas mundiales han sido sometidas a un flujo constante de propaganda, histeria fabricada, especulación salvaje, directivas contradictorias, exageraciones, mentiras y efectos teatrales descarados. Bloqueos, hospitales de campaña y morgues de emergencia, personal sanitario bailando y cantando, camiones de la muerte, unidades de terapia intensiva desbordadas, bebés muertos de covid, estadísticas manipuladas, cuadrillas de acosadores uniformados armados, mascarillas, pruebas constantes…”.

Cita que en agosto de 2020, el jefe del Programa de Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud confirmó básicamente una tasa de mortalidad infantil de 0.14 por ciento, aproximadamente la misma que la de la gripe estacional. Y tasas de supervivencia superiores a 99.5 por ciento en personas de 50 a 69 años y de 94.6 por ciento en personas de más de 70. En abril de 2021, Hopkins escribió que a pesar de la ausencia de cualquier evidencia científica real de una plaga apocalíptica (y la abundancia de pruebas en contrario), millones de personas siguen comportándose “como si se tratara de una plaga (y) como miembros de una enorme secta de la muerte, paseando en público con mascarillas de aspecto médico, repitiendo robóticamente perogrulladas vacías, torturando a niños, ancianos y discapacitados, exigiendo que todo el mundo se someta a inyecciones de peligrosas ‘vacunas’ experimentales y, en general, actuando de forma delirante y sicótica”.