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La sucesión
L

a narrativa del viejo autoritarismo. El ensamblaje del México profundo y el México deseado de las modernizaciones se construyó desde un sistema político centralizado en la figura presidencial y articulado a través de la operación de grandes conglomerados –obreros, campesinos, burócratas–, que neutralizaba la participación política directa de otros actores. En el centro discursivo de esta operación ideológica estaban los conceptos clave de unidad nacional y de estabilidad.

La narrativa de las alternancias frente a la realidad. La derrota de la modernización económica se expresó en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población. La derrota de la modernización política ocurrió porque, eficaz para desmantelar los tres pies del régimen autoritario, fue incapaz de sustituirlos. El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado por los poderes fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto oligárquico entre partidos cuyo lubricante fue el reparto de recursos públicos. Las reglas informales continuaron imperando al lado de un activismo legislativo de leyes aprobadas pero casi nunca acatadas.

Pero la mayor derrota del Estado y la sociedad expresada en la cauda de muertas y desaparecidas, fue la llamada guerra contra las drogas.

El sabio Tocqueville. Lo que sí existió en el régimen de las alternancias fue un enorme peso –mayor que su fuerza política real– de los intelectuales públicos que sólo se puede entender por la debilidad y cortedad de miras de los partidos políticos. Cómo recuerda esto a lo que se refería Tocqueville como hombres de letras: ¿Cómo unos hombres de letras, sin posición, ni honores, ni riquezas, ni responsabilidad, ni poder, llegaron a constituirse, de hecho, en los principales políticos de su tiempo, e incluso en los únicos, puesto que si los otros ejercían el gobierno, sólo ellos tenían la autoridad?... Viviendo tan alejados de la práctica, ninguna experiencia venía a moderar su natural ardor: nada les advertía de los obstáculos que los hechos existentes podían producir incluso a las reformas más deseables...

La cancha. AMLO comienza a gobernar en una cancha marcada por contrapesos. Primero, los aparatos del Estado: partidos políticos, Poder Legislativo, Poder Judicial y órganos autónomos. Segundo, el espacio integrado por organizaciones no gubernamentales, intelectuales públicos, expertos y centros de análisis e investigación. Tercero, los mercados, es decir, el capital financiero y los distintos segmentos del capital nacional y trasnacional. Cuarto, los factores externos, que para nuestro país quiere decir Estados Unidos.

La estrategia obradorista. Partiendo de la narrativa de su campaña en 2018, se despunta en estos años su estrategia –sustentada a partir de las conferencias mañaneras– cuyo propósito es la construcción de una nueva coalición gobernante que pregona la separación del poder político respecto al poder económico.

Una narrativa antielitista y antisistémica genera varios problemas. Por un lado puede alejar a sectores claves de las élites políticas, económicas e intelectuales. El contra-argumento –como se hace en el actual gobierno– es que justamente busca desplazarlas, pero en los hechos eso no ha sido evidente. Hay mucho vino viejo en barricas nuevas. Por otro lado, queda relegada la fase de construcción de esa nueva coalición de gobierno.

La disputa contra ciertos intelectuales públicos y algunas instituciones académicas es una disputa político-ideológica en donde se confrontan las dos narrativas: la de la democracia constitucional frente a la democracia plebiscitaria, y la de los mercados competitivos frente al intervencionismo estatal. Aunque parecen antinomias, no lo son en el ámbito deliberativo. Sí lo son en el ámbito retórico.

Regreso a esto en mi próxima entrega.

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