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Despertar en la IV República

¿Cómo resolver la crisis de México?

T

odos estamos de acuerdo en que el principal problema de México es la desigualdad. Si nos comparamos con los países altamente desarrollados, las diferencias son pavorosas. Por ejemplo, en Alemania 80 por ciento de la población puede considerarse de clase media. El salario mínimo es de mil 500 euros al mes (39 mil pesos mexicanos). En México, apenas hemos podido alcanzar los 4 mil 230 pesos. América Latina también nos aventaja, México es el segundo país de mayor concentración del ingreso por una minoría.

¿Cuál es la solución y, con ella, la de la crisis de México? La democratización, es decir, el poder político no se podrá seguir concentrado en manos de una reducida élite. Durante el Porfiriato, 80 por ciento de la población estaba en la pobreza y actualmente es el 50 por ciento. Es un avance, pero insuficiente.

La estructura económica y social están determinadas por la organización política. Si el poder es acaparado por un pequeño grupo, la tendencia a la concentración de la riqueza es inevitable y también la desigualdad. La organización de las clases emergentes y de los residuos de las viejas castas depende de la política y la modernización de ésta es la democracia, que implica no sólo el respeto al voto, sino la solidez de nuestro sistema jurídico y el Estado de derecho.

No podemos pensar que la democratización y la redistribución puedan producirse en forma progresiva e inevitable como en otras sociedades mejor integradas, por ejemplo, de países europeos como Alemania, Francia, Inglaterra y las naciones nórdicas. En una sociedad desigual y con profundas diferencias raciales, la intervención del Estado debe ser mucho más enérgica: ir más allá de la rectoría que ya le encomienda la Constitución, impulsar la redistribución y subsidiar a los más necesitados.

Tenemos un ejecutivo fuerte, con capacidad de centralizar las decisiones. Si la Presidencia de la República actúa con una tendencia verdaderamente democrática, puede reducir los privilegios económicos sin que el progreso transformador desestabilice a la sociedad. Aquellos que verán reducidas sus ventajas no se opondrán si se amplía el mercado y la prosperidad general, que son consecuencias generales de la democratización.