Número 170 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Enrique Pérez

Agroquímicos, transgénicos, y automatización de la agricultura: ¿son las tecnologías que necesitamos para el campo?

Martha Soriano Sánchez Candidata a doctora en Ciencias de la Sostenibilidad, ENES-UNAM, Morelia

Hoy día gigantes corporativos, fundaciones y organismos internacionales impulsan diversos futuros tecnológicos como soluciones para la agricultura, el abastecimiento alimentario y la mitigación al cambio climático. La lógica que subyace a cada una de estas soluciones verdes de mercado es el incremento de ganancias como eje articulador del fortalecimiento de los monopolios que empresas transnacionales van consolidando en sectores clave del sistema agroalimentario mundial, mediante procesos de integración corporativa vertical y horizontal, así como a través de la insostenible operatividad de las cadenas alimentarias agroindustriales. Los escenarios proyectados por la economía verde se centran en innovaciones tecnológicas que venden la quimera de producir alimentos bajo modelos de “intensificación sostenible”, aumentando rendimientos sin impactos perjudiciales al ambiente y sin ampliar la franja de tierra cultivable. En esta caja de “agricultura climáticamente inteligente” o de “soluciones basadas en la naturaleza” se incluyen granjas verticales hidropónicas dependientes de un suministro eléctrico permanente, plantaciones industriales de árboles, la creación de transgénicos, omisa al principio precautorio, o los mercados de bonos de carbono.

Sin embargo, el imprudente optimismo que promueve tecnología de punta y nuevos nichos verdes de mercado como rutas de abastecimiento alimentario y paralela mitigación al cambio climático, no pondera los contextos de crisis combinadas que vivimos, las grandes inversiones que requieren, ni el inicio de un vínculo de dependencia que implica para los productores al subsumirlos a los caprichos del mercado. Lo anterior, porque los modelos de producción agroindustrial dependen de insumos externos como transgénicos, plaguicidas y fertilizantes comerciales,maquinaria pesada; sofisticadas infraestructuras de paneles fotovoltaicos, así como el uso de drones y plataformas digitales para la agricultura de precisión.

Uno de los motivos centrales que alentó la ampliación voraz de la Revolución Verde conocido antecedente de tecnologías que responden a la lógica de mercado en países del sur global como México o la India fue el aumento de productividad y la lucha contra el hambre. Sin embargo, diversas fuentes constatan que gracias a los paquetes tecnológicos introducidos este aumento eventualmente declina, dejando a su paso el incremento exponencial del uso de agrotóxicos, la pérdida de fertilidad, erosión y compactación de suelos, la desaparición de diferentes especies de flora y fauna, o la disminución de la diversidad agro-biológica debido a que la agricultura agroindustrial sólo se enfoca en el cultivo de variedades de alto rendimiento.

Al respecto, una de las aportaciones cruciales que la agroecología como ciencia colocó en la arena pública fue dar cuenta de la importancia y valorar los sistemas, prácticas y culturas agrícolas locales, indígenas y tradicionales de México; debido a que re-producen la riqueza tecnológica de domesticación y conservación in situ, así como de manejo integrado de agroecosistemas y paisajes gestada por procesos co-evolutivos de largo aliento con los que se cuida la productividad diversificada y la salud socio-ecológica de las redes agroalimentarias campesinas.

En un país como México, donde más del 60% de la estructura agraria se compone de pequeños y medianos productores que sobreviven las inclemencias climáticas, así como los costos ecológicos y sociales que las promesas incumplidas de la Revolución Verde y los TLC’s han dejado en el campo mexicano, es importante recordar la valiosa lección agroecológica sobre la tecnología que importa y la que sirve. Las condiciones materiales que impone el agotamiento de fuentes convencionales de hidrocarburos o las inciertas y complejas dinámicas que emergen por el cambio climático, vuelven a colocar al centro de debate la relevancia de tecnologías situadas, ecológica y socialmente apropiadas y como aquellas resguardadas por manos campesinas en la diversidad agro-biológica de semillas criollas y nativas, o en el diseño equilibrado y el manejo integrado de complejos sistemas como la milpa, las chinampas, los agrobosques, las terrazas, entre otros.

Haciendo eco al reporte “From uniformity to diversity” (2016) elaborado por el Panel Internacional del Expertos en Sistemas Sostenibles (IPES-Food por sus siglas en inglés) es vital poner en marcha un profundo cambio de paradigmas. Pequeñas transformaciones quecuestionen los modelos y las metas de la agricultura industrial, o la infundada creencia que toda innovación o paquete tecnológico es sinónimo de mejoras y desarrollo para el campo, hacia nuevos paradigmas basados en sistemas agroecológicos diversificados. Las prácticas, los conocimientos y los manejos presentes en la agricultura tradicional, campesina e indígena son ejemplos de dicha diversificación y de los principios agroecológicos en contexto que requerimos para transitar hacia los sistemas agroalimentarios más justos y sostenibles.

Frente a la revolución tecnológica en curso que promueve la automatización y digitalización de las prácticas y los sistemas de monitoreo agrícola en contextos atravesados por asimetrías estructurales, donde gigantes tecnológicos y corporativos seguirán ofertandoservicios al mejor postor, a quien pueda pagarles, es importante preguntarnos ¿cuántos campesinos, pequeños y medianos productores pueden pagar estos insumos externos? ¿Qué implicaciones tiene para un planeta que requiere de prácticas agrícolas menos dependientes del petróleo? ¿no es mejor comenzar a valorar, escuchar, acompañar, revigorizar y partir de las prácticas, conocimientos y tecnologíasas locales en alianza con campos científicos emergentes como la agroecología?

Las complejas interacciones ecológicas, las culturas alimentarias y agrícolas son asumidas como simples subsistemas del imperio de mercado y no como las redes de vida que es crucial cuidar y aprender a sanar. Si no aprendemos a valorar los vínculos y procesos de mutuo cuidado que unen los tejidos de vidasocial y ecológica, las soluciones de la economía verde seguirán apostando con el futuro del sistema terrestre que habitamos en búsqueda de mayores ganancias. •

Enrique Pérez