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El peregrinar de los sin tierra
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odavía en un mes como el actual, pero de 1966, los principales periódicos del país comentaban los datos que ofreció en un documento el doctor Rodolfo Stavenhagen. En él llamaba a la necesidad de atender urgentemente el grave problema social y económico que significaba para México tener millones de jornaleros ­agrícolas. La inmensa mayoría de ellos trabajaban en pésimas condiciones. Su existencia era una clara evidencia de que los frutos obtenidos gracias a la Revolución Mexicana y a la reforma agraria no cobijaban a una parte muy importante de la población rural. El reconocido sociólogo y antropólogo fue uno de los participantes en el seminario que sobre el desarrollo agrario y agrícola habían convocado varias instituciones académicas y que tuvo como sede la ciudad de Guadalajara.

Entre otros importantes asistentes, recuerdo a la maestra Ifigenia Martínez, los doctores Edmundo Flores y Ramón Fernández y Fernández, gurús de la economía agrícola. El primero, en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Y el segundo en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. También, los ingenieros Sergio Reyes Osorio y Marco Antonio Durán y el doctor Salomón Eckstein, destacado estudioso de los ejidos colectivos.

Aunque por el reparto agrario millones de campesinos tuvieron acceso a una parcela para realizar en ella sus actividades agrícolas, con el paso del tiempo sus hijos se sumaron a dichas actividades. Pero la extensión de las parcelas era la misma. Faltaba tierra y sobraba mano de obra. Se dependía, además, de las lluvias de cada año, insuficientes muchas veces. Y así, en unas cuantas décadas, millones de jóvenes campesinos comenzaron a desplazarse hacia las periferias de las ciudades. Era la mano de obra que requería el proceso de industrialización, el comercio y los servicios del país. Conformaron los cinturones de pobreza que contrastaban con el México próspero de funcionarios, dirigentes sindicales, políticos, militares y nuevos empresarios a los que la Revolución sí les hizo justicia.

Otros cientos de miles se marcharon los últimos 80 años a Estados Unidos en busca de empleo y a las áreas privilegiadas del país que cuentan con riego. Suman unos 7 millones de hectáreas. En ellas por lo general se siembran cultivos destinados a la exportación y requieren durante ciertas épocas del año de mano de obra abundante para recoger las cosechas. Es el caso de la tierra caliente de Michoacán, los distritos de riego de Sinaloa, Sonora y Tamaulipas; el Bajío y la región de La laguna. Igualmente las áreas agrícolas de Baja California, Jalisco, Durango, Chihuahua, Veracruz, Baja California Sur y Puebla.

Los sin tierra inician su peregrinar desde sus lugares de origen (Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, estado de México); se estima que una tercera parte van acompañados de sus familias. Trabajan en condiciones lamentables, hacinados en galerones y sin las menores medidas de protección sanitaria. No escapan a esos trabajos niñas y niños. Los más pobres y marginados del país en ocasiones son contratados por los llamados enganchadores. Desorganizados la mayoría de las veces, sin garantías de que tendrán la protección de las leyes vigentes sobre el trabajo, los derechos humanos y los convenios internacionales firmados por México y que prohíben el trabajo infantil, cumplen jornadas laborales que pueden extenderse 10 y más días sin derecho a un descanso pagado por sus patrones o sus representantes.

Estamos hablando de casi 10 millones de mexicanos explotados al máximo, que ya no tendrán oportunidad de contar con un pedazo de tierra propia para su sustento. Y que están al vaivén de las leyes del mercado. La inmensa mayoría ha estado por décadas excluida de los principales programas sociales diseñados por el gobierno federal para atender a quienes viven en situación de pobreza extrema.

Un aspecto muy poco tratado al abordar los problemas que padecen los jornaleros agrícolas es el de su salud y la de los familiares que los acompañan en su peregrinaje. Bien vale la pena insistir, por enésima vez, en la necesidad de terminar con un modelo de explotación humana que deja como fruto miles de enfermos. También muertes. De ello daré cuenta el lunes próximo.