Desde hace un par de décadas o quizá más, se han vuelto cada vez más visibles los caminos que fortalecen el rumbo hacia un abanico de transiciones agroecológicas en diversas regiones del país como un reflejo más de nuestra mega diversidad biocultural. Pero además por la necesidad imperiosa de construir nuevos horizontes alimentarios que reestablezcan la salud, las soberanías alimentarias y territoriales de las y los mexicanos.
Hoy, un número creciente de experiencias tanto rurales como urbanas llevan a cabo un sinnúmero de proyectos enfocados a producir, transformar, intercambiar y consumir alimentos sanos bajo principios agroecológicos. Todos ellos fundados en nuestra raigambre histórica, misma que se ve reflejada en las culinarias locales y regionales, y en la multiplicidad de formas de producir.
Dichos horizontes se han ampliado de manera importante a consecuencia del COVID-19 como reacción social al alto número de fallecimientos por efecto de esta cruel pandemia, muertes complicadas por comorbilidades tales como la diabetes, la hipertensión arterial y la obesidad, entre otros. Todas ellas, resultado de una drástica ruptura de nuestras tradiciones culinarias basadas en comer bien, sano y sabroso, como consecuencia del largo aliento de creatividad de nuestros campesinos y cocineras. Una tradición que se ha resquebrajado debido al aumento en el consumo de alimentos tóxicos, chatarra y kilométricos desde hace ya unas cuatro décadas.
La comprensión cada vez más amplia sobre tales efectos y de la necesidad de resolver los problemas económicos familiares y de comunidades enteras, se suma a una creciente comprensión sobre la necesidad de construir otras formas de vida. Las mismas deben fundamentarse por afuera del consumismo, del derroche, y que permita preservar la salud de la tierra y del planeta. Esto ha permitido que las transiciones agroecológicas reflejen hoy el pluriverso de posibilidades para reencausar el rumbo, volver a darle sentido a lo colectivo y a la misma preservación de nuestra existencia sobre un mundo cada vez más incierto. Este despertar es resultado de nuestra memoria biocultural, un reflejo de nuestra conciencia de especie que se expresa en lugares y que se refleja de manera variopinta en cada contexto, en cada parcela, en cada territorio, y en cada una de las manos que trabajan la tierra para proveernos de alimentos.
A pesar de que aún no existe un acabado inventario de estas experiencias agroecológicas, mismas que se dispersan como archipiélagos a lo largo y ancho del territorio nacional, ello queda claro cuando se realiza el recuento del creciente número de ferias del maíz, mercados y tianguis alternativos, puntos de venta y de consumo de comida sana, del abanico de programas de formación educativa a nivel superior y de campesino a campesino, cooperativas, asociaciones solidarias, talleres de capacitación, comunidades de aprendizaje e iniciativas de certificación participativa, entre otros muchos proyectos que unen a productores y consumidores agroecológicos desde la parcela hasta la mesa.
A esto se le suman las resistencias creativas que enarbolan colectivos, organizaciones y otros sectores de la sociedad en movimiento contra el glifosato y otros agrotóxicos, la soya transgénica y, por supuesto, contra la siembra comercial de maíces transgénicos. Luchas que se suman al llamado de instituciones y programas de gobierno en sus diferentes niveles de acción para ampliar nuestro conocimiento sobre la sustitución en el uso de agrotóxicos mediante principios y prácticas agroecológicas en todo el ámbito de los sistemas agroalimentarios territorializados. En este sentido, el decreto presidencial sobre la substitución total del uso del glifosato y la prohibición del maíz transgénico para 2024, constituyen avances significativos en el ámbito nacional, aunque aún resultan esfuerzos limitados.
En este sentido, es imperioso comprender que las transiciones agroecológicas rebasan el ámbito de la parcela, es decir de la producción. Se debe ampliar la mirada hacia el fortalecimiento de las redes agroalimentarias alternativas que se reflejan en cada uno de los territorios del país, y que recrean organizaciones ciudadanas muchas veces sin el apoyo gubernamental. Resulta necesario reconocer que este es el verdadero escalamiento de la agroecología, en donde cada uno de los eslabones involucrados desde la producción al plato tienen un papel fundamental en la trasformación del sistema agroalimentario mexicano para que sea más justo, sano y sustentable.
Hemos podido observar el crecimiento en México de la visualización de los procesos de producción agroecológica, pero los campesinos en México la practican desde siempre y la ciencia aprendió de ellos la importancia del respeto a los procesos ecológicos en los sistemas agrícolas. Tanto desde la Sociedad Civil, como desde el Gobierno, se han implementado programas que favorecen la producción agroecológica, sin embargo, es necesario una mayor interrelación entre todas las iniciativas, una construcción de redes que pueda fortalecer una base sólida para que en cada territorio se establezcan las células que permitirán el crecimiento de la producción agroecológica en todo el país. Esto posibilitará una verdadera recuperación de la soberanía alimentaria, el retorno a las tradiciones de las comidas regionales combinando saberes culturales y ciencia, impulsando medios de vida sostenibles y economías locales para el logro del buen vivir y el rescate de los vínculos entre el trabajo humano de la producción de alimentos y la relación con la naturaleza. •