Hoy se escenifica una batalla crucial en torno a los alimentos. Se trata de una guerra frontal entre el modelo agroindustrial, impulsado e impuesto por las grandes corporaciones y con efectos devastadores sobre la salud humana y la salud del planeta, y el modelo agroecológico. Este dilema es hoy tema central de debate en los principales centros académicos del mundo y en los mayores escenarios internacionales como la FAO. En cada país se realiza esta batalla que es, a la vez, científica, técnica, mediática, jurídica, económica y política. En plena sintonía con lo que ha venido sucediendo en otras partes del mundo y especialmente en Latinoamérica, la agroecología en México ha venido avanzando y ganando importantes batallas y hoy ha entrado, como veremos, en una etapa cualitativamente superior. Alcanzo a distinguir con claridad dos etapas decisivas. Una primera donde la idea de la agroecología, sus fundamentos, principios y métodos, se fueron construyendo, aplicando y expandiendo, y una segunda que justo comienza con la llegada del nuevo régimen de la 4T en 2018.
El nuevo paradigma de la agroecología como campo científico es de muy reciente aparición. Haciendo eco a lo sucedido en otros países, en México la agroecología surgió en la década de los 70s y estuvo fuertemente inspirada por el estudio de las experiencias de las comunidades campesinas e indígenas, es decir, por la larga tradición agrícola Mesoamericana (Astier, et al 2017). En este sentido, la agroecología en México fue un ejercicio de recuperación de la memoria histórica, y surgió como una alternativa a la “modernización” industrial de la agricultura mexicana promovida por la Fundación Rockefeller desde 1945. Aquí el autor clave fue Efraím Hernández-Xolocotzi (1913-1991) quién puede considerarse el padre de la agroecología en el país. Su libro “Agroecosistemas de México” (1977) es una obra fundacional. En las siguientes décadas fue notable el incremento en el número de publicaciones, autores, estudios, eventos, iniciativas, proyectos e instituciones, y en la calidad de las investigaciones, reflexiones y discusiones colectivas. Esta etapa cierra con la celebración de cinco magnos congresos: los cuatro Encuentros Internacionales sobre Economía Campesina y Agroecología organizados por la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campos (ANEC) (www.anec.org.mx) en acertada colaboración con universidades, organizaciones del campo, organismos internacionales y fundaciones, en 2015 (Ciudad de México), 2016 (Texcoco), 2017 (Torreón) y 2018 (Guadalajara), y el Primer Congreso Mexicano de Agroecología celebrado en mayo del 2019 en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Si al calor de los cuatro encuentros internacionales se buscaba garantizar un foro en franca contraposición a los sistemas agroindustriales (Toledo, 2015) y de dar lugar a un Movimiento Agroecológico Mexicano (Suarez- Carrera, 2016), el congreso de Chiapas alcanzó un grado máximo de incandescencia y fue testigo del nacimiento formal de la Sociedad Mexicana de Agroecología. Las cifras hablan por sí solas: 980 asistentes, 347 ponencias y 76 mesas de trabajo temáticas, además de un tianguis agroecológico, muestras gastronómicas, un festival de cine y ceremonias tradicionales.
En México la agroecología ha sido esencialmente política porque además de proponer e implementar alternativas científicas y técnicas al modelo agroindustrial, reivindica el papel de las culturas originarias y sus organizaciones, reconoce la importancia de los saberes ancestrales (memoria biocultural), y pugna por mercados orgánicos, sociales y justos (Toledo y Barrera-Bassols, 2016). Ejemplo de lo anterior ha sido la heroica defensa del maíz nativo y de las semillas en general en contraposición a los intentos de los monopolios corporativos por introducir los cultivos transgénicos y de suprimir el libre intercambio de semillas. Todo ello repercutió sin duda en el nuevo régimen surgido en 2018, pues se pasó de una política dirigida a los agronegocios, la exportación y el apoyo a los grandes propietarios agrícolas y ganaderos durante los regímenes neoliberales, a una política por la soberanía alimentaria, la agroecología y un vuelco hacia los pequeños productores campesinos. Hoy se pueden identificar ocho ámbitos del gobierno actual donde el paradigma agroecológico ha sido adoptado (Toledo, 2021) (Figura). Entre ellos destacan dos grandes programas: Producción para el Bienestar, de la Secretaría de Agricultura (SADER) y Sembrando Vida, de la Secretaría del Bienestar. Juntos apoyan con subsidios a más de 3.2 millones de pequeños productores y sus familias (donde más del 80% poseen menos de 5 hectáreas), pero sobre todo crean “tejido social”, es decir organización local, utilizando principios agroecológicos. Es el caso de las llamadas “Comunidades de Aprendizaje Campesino” y de las “Escuelas de Campo”. Ambos programas cubren ya una superficie cercana a los 8 millones de hectáreas, y en ellos laboran más de 11 mil jóvenes que ofrecen asistencia técnica y social a los productores. En el campo de la educación, la agroecología ha sido integrada como tema de cursos y carreras en el sistema de las Universidades Benito Juárez (en al menos la mitad de sus 140 planteles) y en las Universidades Interculturales. También para el Conacyt la soberanía alimentaria conforma un Programa Nacional Estratégico, además de que apoya investigación aplicada para una agricultura libre de agrotóxicos y de cultivos transgénicos. Por su parte la Secretaría de Cultura ha creado el Museo Nacional del Maíz (Cencalli) en Chapultepec, que ilustra sobre la importancia cultural, histórica, nutricional, gastronómica y agroecológica de este alimento.
Todas estas sinergias han sido promovidas por una Comisión Intersecretarial cuyos dos primeros logros fueron el etiquetado a los alimentos industrializados y el Decreto Presidencial del 31 de diciembre pasado para sustituir el glifosato y prohibir el maíz transgénico. Por todo ello, México se puede convertir en una alternativa agroecológica de vanguardia a escala global. Ello dependerá que se haga cada vez más fluida la interacción entre la comunidad científica y técnica, la política alimentaria de la 4T y los movimientos sociales que resisten, reclaman, reivindican y crean novedosos proyectos. Tal conjunción debe generar un escalamiento virtuoso en varios órdenes de magnitud. Se trata, ni más ni menos, que el big bang de la agroecología en México. •
Referencias
Altieri, M., and V. M. Toledo. 2013. La revolución agroecológica en América Latina. En: Biblioteca CLACSO: http://biblioteca.clacso.edu.ar/Colombia/ilsa/20130711054327/5.pdf Versión inglesa en: Journal of Peasant Studies 2011, 38:587–612. DOI: https://doi.org/10.1080/03066150.2011.582947.
Astier, M. et al 2015. Historia de la agroecología en México. Agroecología 10 (2): 9-17. Versión inglesa en: Agroecology and Sustainable Food Systems, 41:3-4, 329-348, DOI: https://doi.org/10.1080/21683565.2017.1287809
Hernández, X. E. (editor). 1977. Agroecosistemas de México. Colegio de Posgraduados y Escuela Nacional de Agricultura.
Suarez-Carrera, V. 2016. Hacia la construcción del Movimiento Agroecológico Mexicano. La Jornada del Campo 111, 17 de diciembre. https://www.jornada.com.mx/2016/12/17/cam-movimiento.html
Toledo, V.M. 2015. ¿Agroindustrialidad o agroecología? La Jornada, agosto 18. https://www.jornada.com.mx/2015/08/18/opinion/018a2pol
Toledo, V.M. 2021. Los avances agroecológicos de la 4T. La Jornada, abril 20. https://www.jornada.com.mx/2021/04/20/opinion/012a1pol?partner=rss
Toledo, V.M. & N. Barrera-Bassols. 2016. ¡En México la agroecología es política! La Jornada del Campo 111, diciembre 17. https://www.jornada.com.mx/2016/12/17/cam-mexico.html