A Don José Ceja, ranchero de la Sierra de Jalmich, se lo llevaron al hospital regional de Sahuayo, Michoacán porque se sentía mal. No podía respirar. Después de unos días lo regresaron en un ataúd. No hubo velorio, una patrulla resguardó el féretro para evitar más contagios y fue sepultado en la noche sin la ritualidad tradicional. Al día siguiente inició el novenario en la casa del difunto donde, sin ninguna medida sanitaria, se congregó la mayoría de la gente del rancho. “Eso del COVID, es puro cuento”, decían los asistentes. A los nueve días se celebró su misa en la capilla que estuvo a su máxima capacidad. En La Lagunita, un rancho de 300 habitantes enclavado en la sierra de la franja fronteriza de Jalisco y Michoacán, han muerto ya seis personas por COVID y la vieja normalidad sigue su curso. El poder de una creencia parece ir más allá de la realidad, aunque a veces la contradiga.
Las sociedades rurales, particularmente las rancheras jalmichianas, se han caracterizado por el aislamiento territorial y cultural. Eso no quiere decir que no entren en contacto con otras sociedades; por el contrario, la migración y hoy las redes sociales han vitalizado canales de comunicación e interacción. Sin embargo, a donde va el ranchero lleva consigo sus imaginarios sociales, esa carga sociocultural que lo predetermina. Frente a fenómenos como el COVID-19 también las sociedades rancheras han reaccionado de una forma particular. ¿Por qué a pesar del evidente peligro los habitantes de las rancherías desestiman la letalidad del virus y pretenden continuar con su vida normal? Los imaginarios socialmente construidos y heredados han hecho que el ranchero perciba al virus como algo externo que está fuera de su control pues pertenece más bien al mundo de lo urbano.
“No creen”
En mayo del 2020 mientras el mundo se estremecía por el azote de una pandemia mortal, Luis Aguilar, ranchero de la Lagunita radicado en Estados Unidos, se sintió mal pero no hizo caso, aunque parecían síntomas de COVID, cuenta su hijo Luis Alberto. “Ese virus no me asusta”, decía. A pesar de las advertencias sobre los riesgos, nunca pensó que ésta sería la causa de su deceso. Falleció el 24 de mayo a causa de COVID-19. Desde que ingresó al hospital no pudo ver a sus familiares ni despedirse de ellos. La tragedia siguió a la familia Aguilar pues en dos meses fallecieron los tres hermanos de Luis por la misma causa: Delfino, María y Graciela. “La gente del rancho no cree que le vaya a pasar algo, pero depende del tipo de virus que te pegue, te puedes morir”, dice Luis Alberto quien estuvo muy grave en California a causa del COVID y hoy desde allá intenta concientizar a los rancheros sobre la letalidad del virus.
'“Ya estaba malo” '''''
A los pocos días de que muriera Graciela Aguilar en Estados Unidos, en La Lagunita, Salvador “se puso malo del pulmón, pero no es COVID”, dijeron los familiares. Como no podía respirar le consiguieron un tanque de oxígeno. A todos sorprendió su repentina enfermedad pues era un hombre joven y sin antecedentes de padecimientos. “Fue ese polvo de las moliendas lo que lo enfermó”, decían. A pesar de que los síntomas eran los del coronavirus no lo internaron en algún hospital, pues “ahí matan a la gente”. Aunque agonizaba, los familiares desestimaron que Chavo estuviera contagiado. Ante la incredulidad de la ranchería a los pocos días Salvador falleció en su casa. Como no hubo un dictamen médico y una autoridad que lo impidiera, él sí tuvo un sepelio como se acostumbra, hasta el mariachi cantó su misa. En los altavoces de la torre de la capilla se escuchaba al cura invitando a toda la comunidad a “despedir como se merece nuestro hermano, con una santa misa”. El novenario ayudó a consolar a los familiares, pues la mayoría de la gente los acompañó.
''' Más fervor'''
El fervor de la gente parece haberse incrementado, la actividad religiosa se ha revitalizado. Durante meses, la imagen de la Virgen de Guadalupe visitó la gran mayoría de las casas, cada anfitrión debía ofrecer una fiesta para los asistentes. El cubrebocas y la sana distancia no eran requeridos. Aunque las autoridades municipales no permitieron el tradicional baile durante la fiesta patronal, la misa se celebró con una amplia concurrencia recibiendo también a invitados de las rancherías vecinas. Mientras que las escuelas siguen cerradas, en la iglesia la doctrina para los niños continúa y la capilla recibe cada vez más gente durante el rosario de la tarde a pesar de su poca capacidad.
Ante la amenaza de algo tan siniestro los rancheros han optado por reinterpretar los hechos, resignificarlos y buscar una narrativa acorde a los refugios de seguridad imaginaria que les permita continuar con la vida. •