Número 165 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
VACUNAS DE ESPERANZA
Hugo López-Gatell baila al vacunarse contra COVID-19.

Vacunándose Carrusel de experiencias

La vacunación era una fiesta

Nos vacunan en el mero Topilejo donde hace 53 años hubo una réplica rural del 68. Somos los viejitos de los pueblos de Tlalpan y nos reciben puros chavitos, solidaridad intergeneracional le dicen. Un acordeonista toca y platica para animar a la gente. Ni falta que hace, de por si estamos muy contentos. La vacunación es una fiesta. A sus noventa y tantos, doña Luz se angustia porque la dejó su familiar. “Ahorita regresa, madre, no se apure”, le dice la doctora. “Aquí la procuramos -añade el que la sigue en la fila-, no está sola”. Doña Luz se tranquiliza. Y es verdad aquí nadie está solo. “Yo vine por el baile y esta vez no hubo baile”, reclama un sombrerudo a la que anota sus datos. “Pero que tal hubo acordeón”, revira ella. “No se crea señorita, era broma -aclara sonriente el del sobrero- Y gracias; gracias por todo”. Sí, gracias por todo, se siente tan bonito estar de nuevo fuera y en comunidad.

Vacuna y canto

Llegué muy temprano al estadio de CU donde me tocó vacunarme. En el lugar había una enorme carpa donde nos recibieron aplaudiendo decenas de chavos y chavas con chalecos coloridos, eran jóvenes voluntarios animándonos. Se respiraba un aire festivo. Y cuando después de la vacuna esperábamos los 20 minutos de rigor, empezó la música. Una joven de bata blanca se arrancó cantando Cielito lindo micrófono en mano. Y ahora éramos nosotras las que aplaudíamos y las que traían movían con ritmo la muleta o el bastón. Después hubo zapateado. “Lo malo -decía la señora del bastón- es que ya tenemos que irnos… y yo quiero quedarme”. Al final nos tomamos fotos con ellas, con ellos, con todos para recordar y apretar esa alegría. Salimos en medio de porras y aplausos que a mí y supongo que a muchos nos hizo un nudo en la garganta.

Vacuna y baile

El jueves 13 de mayo el Subsecretario de Salud Hugo López Gatell recibió la primera dosis contra la Covid-19 en la primaria Benito Juárez de la alcaldía Cuauhtémoc. Para hacerle amena la espera lo invitaron a bailar al ritmo de I Will Survive de Gloria Gaynor junto con el voluntariado y otras personas que esperaban vacuna. El Subsecretario fue captado por las cámaras tratando sin éxito de llevarle el paso al trabajador que lo animaba a seguirlo. López Gatell resultó un gran epidemiólogo, pero un mal bailarín.

'¿Cómo me veré?'

Tengo 72 pero se me pasó y me vacune con los de 50 y más. Los jóvenes que me recibieron en el Centro de Estudios Superiores en Ciencias de la Salud de la Marina Armada de México. fueron extremadamente amables y me preguntaron si necesitaba silla de ruedas ¿cómo me veré? Me aplicaron la vacuna y a la sala de espera llegaron jóvenes gimnastas que nos pusieron a hacer movimientos corporales. Regresé a casa vigorizado y caminando.

Ilusión de eternidad

Llego al Campo Marte con cientos de adultos de la segunda, tercera y hasta cuarta edad. Una parvada de jóvenes amorosos no da alegrías y una naranja. Luego nos vacunan y sentimos que al derrotar al maldito virus bebimos de la fuente de la eterna juventud y que sin dejar de ser viejos recuperamos nuestra ilusión de eternidad.

Un ejército feliz

Bajo una foto en la que se adivina la sonrisa bajo el cubrebocas una joven mujer dice: “Hoy es mi segundo día como voluntaria. Somos un ejército feliz”.

Fui de voluntario

A mí todavía no me toca, así que fui de voluntario a un centro de vacunación de la Marina... ¡y la Banda estuvo tocando danzones tooodo el día! Y la gente... los señores y las señoras, unos hasta bailaron... felices.

Yo casi lloro

La amabilidad, la organización y del personal de salud, sí, perfecto y hasta más ¿no? Donde me tocó había un montón de voluntarias muy risueñas y contentas -se les ve en los ojos- Y sientes como si te conocieran, te hablan cariñosas. Hubo aplausos y porras y todo. Ya de salida, unos muchachos, jóvenes, nos aplaudían y felicitaban y nos decían: ¡Bravo, que bueno, cuídese, cuídense! Yo casi lloro.

Muertas de risa

Nos recibieron con música -había bocinas- y hacían los muchachos voluntarios baile con gimnasia. Y nosotras pasábamos y hacíamos los ejercicios y bailábamos... muertas de la risa. Todo como muy alegre. Salimos contentas, contentas, muy contentas.

Hace mucho que no lo veía contento

Mi hermano ya está mayor, no se da cuenta de cosas, así que yo lo llevé. Pero llegando estaban ahí a la entrada muchachos y muchachas bailando en fila… Y mi hermano nomás se les quedó viendo y empezó a bailar él y así bailando se fue todo el camino y se dejó inyectar muy bien… Hace mucho, mucho que no lo veía contento.

Parecía fiesta, era fiesta

Creo que fue porque uno de los señores que fueron por su vacuna es mariachi. Entonces sus compañeros del mariachi, así sin decirle nada, llegaron con sus instrumentos y se pusieron a tocar ahí para él y, pues para todos. Y todos nos pusimos muy contentos. Parecía fiesta, era fiesta.

Vacunarse en USA

En abril viajé a San Diego para vacunarme. Como soy estudiante de doctorado e instructora en clases de licenciatura en la Universidad de California, tenía derecho a las dos dosis de Pfizer de forma gratuita, administradas por la Universidad. Hice la cita por internet y me presenté en el gimnasio del campus el día señalado. Al entrar al edificio nos daban una tarjeta de cartón con espacio adelante y atrás para nuestros datos personales y para registrar varias aplicaciones de la vacuna. “No la pierdas”, te decían. Pasé, me senté, mostré credencial, QR y tarjetita. Me vacunaron. Pusieron pegatinas en mi tarjeta y me indicaron seguir las flechas en el piso hacia las canchas de básquet, que estaban repletas de sillas muy separadas, mirando hacia cuatro o cinco pantallas que en inglés y en español describían los posibles efectos de la vacuna y lo que debíamos hacer. Ahí esperé 20 minutos. Todo muy eficiente, muy ordenado, muy tecnológico, muy frío… Me tomé una foto mostrando mi brazo vacunado y la subí a redes… Para celebrar un poco ¿no?

Se nos van las vespertinas

Ciudad del Carmen. Candy C. de los Santos

Se cerró un capítulo entrañable de la historia de la Covid-19. Al escuchar a López Gatell, Alomía, López Ridaura, Berdichevsky, de la Garza y esporádicamente el maestro Alcocer nos sentíamos protegidos por un grupo de médicos no solo expertos sino también sensibles y humanos que luchaban junto con nosotros para contener a la pandemia. Y el fin de las conferencias nos deja como desamparados.

Para oírlos suspendíamos otras actividades y además de conocer puntualmente el curso de la enfermedad aprendimos inmunología, conocimos la historia de las pestes, supimos cómo se desarrollan las vacunas en batalla contra el tiempo. Pero también se hablaba de la terrible desigualdad, de la violencia de género durante el encierro, de la necesidad que impone la pandemia de hacer visibles a los invisibles… Vamos a extrañar las vespertinas. •