Mientras el ritmo de aumento de contagios y muertes por COVID-19 en el mundo se acelera (137 millones 823 mil 639 contagios, 2 millones 965 mil muertos y 78 millones 749 recuperados en el mundo, según John Hopkins, hasta abril de 2021), la aplicación global de vacunas avanza y evidencia la crudeza de las relaciones de poder entre países, que implica una distribución más que inequitativa de los antígenos. Las beneficiarias han sido, sin duda, las grandes corporaciones farmacéuticas que están produciendo y vendiendo a todo vapor las vacunas demandadas con urgencia.
El proceso ha estado marcado por esperanza, incertidumbre, negativas a vacunarse y problemas de competencia entre las empresas productoras, incluidas las campañas mediáticas para desacreditar algunos inmunógenos, como el caso de los de Johnson y Johnson (J&J) y AstraZeneca. Ha habido condenas del director de la Organización Mundial de la Salud y hasta de organizaciones globales en cuanto a la falta de solidaridad entre países, pues los más ricos acaparan vacunas en exceso y entre los más pobres priva la carencia o la escasez.
Ante las dudas por la formación, en algunos casos escasísimos, de coágulos después de la aplicación de los inmunógenos de AstraZeneca y Johnson y Johnson (J&J) (30 casos de trombosis en 21 millones de vacunados), ambas compañías han perdido la batalla mediática y enfrentan cancelaciones de pedidos. Dinamarca suspendió definitivamente la aplicación de AztraZeneca y Estados Unidos suspendió temporalmente la de J&J. Pese a la condena internacional, aparentemente la disputa comercial y sanitaria por las vacunas entre grandes corporaciones y gobiernos es lo que está dominando el contexto internacional. Asombrosamente se ignora que una pandemia es un fenómeno patológico en el que no hay un “sálvese quien pueda”, pues dada la alta capacidad de contagio del virus COVID-19, nos salvamos todos o la amenaza seguirá presente.
La desigualdad socioeconómica mundial y el poder de las corporaciones, más que consideraciones sanitarias o de solidaridad internacional (que brilla por su ausencia), es lo que determina realmente el destino de la vacunación a nivel mundial. Pese a las dudas sobre la aplicación de algunas vacunas mencionadas, el valor bursátil de estas empresas sigue al alza con la pandemia, con ganancias de 152 mil millones de dólares (mdd) desde el inicio de la enfermedad (sus ganancias eran de 90 mil mdd antes) al 19 de abril de 2021, casi la mitad de los ingresos que tendrá México en 2021, 6.2 billones de pesos. A inicios de 2020 el valor de mercado de J&J, Pfizer, AstraZeneca, Moderna, Novavax, BionTech y Cansino, siete de las farmacéuticas más grandes del mundo, ascendía a 686 mil 908 millones de dólares, y el 16 de abril era de 838 mil 961 mdd.
Algo interesante e inédito es que hay una presión internacional para que las grandes corporaciones renuncien a sus patentes, y se logre el objetivo de una distribución global equitativa de las vacunas. Claro que esto no ha sido del agrado de las grandes corporaciones y los países poderosos, que tienen una política de acaparamiento de dosis por encima de las que necesitan.
Europa contrató recientemente 1,200 millones de vacunas Pfizer, Canadá busca 300 millones de la misma, y la Casa Blanca ha reservado 800 millones para inocular a su población. Si en la Unión Europea hay 446 millones de habitantes, en Canadá 38 millones y en Estados Unidos 330, en teoría les bastarían 1,600 millones de dosis, más aun considerando que la mortandad mayor se da en personas de la 3ª edad, 35% del total en esos países. Nueva York había vacunado al 15% de su población a fines de marzo, y anunció tener la capacidad para vacunar a todos sus residentes de 30 años y mayores, mientras que la Unión Africana contrató con J&J el abasto gradual, a partir del tercer trimestre de 2021, de 220 millones de dosis para sus 5 miembros, con 1,200 millones de habitantes. India, productor de vacunas y en una situación crítica de contagios y mortandad (superó el 28 de abril los 200,000 muertos), pedía a Estados Unidos con urgencia, a mediados de abril, que retirara el embargo a materias primas para la producción de los antígenos, mientras que la potencia del Norte tiene vacunas de sobra.
Sobre las patentes, consideradas el estímulo principal para la innovación científico-tecnológica, la negativa de las grandes corporaciones farmacéuticas a renunciar a las patentes por el bien común ha sido rotunda. Por iniciativa de India y Sudáfrica, se creó en la OMS el TAP (Acceso Mancomunado a la Tecnología contra la COVID-19), como mecanismo global para compartir de forma voluntaria conocimientos, datos y propiedad intelectual de tecnologías sanitarias para la lucha contra COVID. Fue creado por la OMS en junio de 2020 y unos 40 países lo suscriben, pero según la organización Médicos Sin Fronteras (MSF), el programa hasta ahora ha tenido muy pocas respuestas, al igual que el mecanismo COVAX de la ONU para la distribución equitativa de vacunas.
Hay una escandalosa inequidad en la distribución y aplicación de vacunas y una negativa a flexibilizar las patentes. Al parecer seguirá dominando la ceguera a reconocer que si no se controla el virus a nivel global nadie está salvo, mientras el coronavirus, un organismo microscópico que no podemos controlar, sigue haciendo estragos en el mundo. •