Los ñatjos o mazahuas de Michoacán se encuentran en los pueblos de Crescencio Morales, Francisco Serrato y Donaciano Ojeda, en el municipio de Zitácuaro, donde se asentaron entre los años de 1479 y 1980, a decir de Guzmán P. Moisés.
Entre los ñatjo se habla del hambre, sarampión, tosferina y otros males que vivieron los abuelos; ellos no recuerdan haber tenido alguna experiencia similar a la de hoy. Y sí, la información les llegó, dice Juana Carmona, de la comunidad El Tigre, de Crescencio Morales: “habíamos oído la radio, la televisión, las hermanas y hermanos que vienen de la gran ciudad, nos decían que venía una gran enfermedad, nunca imaginamos que llegaría a nosotros, se hablaba de un lugar tan lejano, que ni en sueños podríamos llegar a la tal China esa. Así que, en el pueblo, hacíamos las actividades de costumbre, pues en esa época de diciembre terminamos de cosechar”.
Alguien más dijo: “Hoy nos ponemos a pensar que si los mazahuas no podíamos ir a China, algo sí nos llegó de allá, como si el viento lo trajera a propósito o como si alguna manda no pagáramos a tiempo, pues el bicho del que se hablaba lejos, ya estaba cerca; en la radio se hablaba mucho, había un montón de información, que es un virus muy peligroso, que en su camino hacia México ya había matado a miles, la verdad como que nos estábamos volviendo locos y enfermándonos de tanta cosa, puro coronavirus por todos lados”.
Mientras en el pueblo había información verídica en lengua mazahua y en castellano relacionada con sana distancia, uso de cubre bocas, estornudo de etiqueta, lavado de manos, uso de gel anti-bacterial, quedarse en casa, quedarse en la comunidad, también había información falsa. Tal es el caso de aquella que decía que “todo era un asunto del gobierno para dañar a los abuelos”, o como la que empezó a circular durante el mes de mayo de 2020, que nos comparte el señor Gerardo Mateo: “aquí en el pueblo, los mismos encargados del orden, jefes de tenencia, decían que venían carros grandes a fumigar y a vacunar a los abuelitos. Al principio sí lo creímos, porque nos llegaba en el wattsapp, o por parte de los vecinos o familiares; nos organizábamos por las noches para cerrar las entradas a la comunidad, hacíamos guardia con palos, piedras y lo que tuviéramos a la mano, sí teníamos mucho miedo”.
Rumores fueron varios, mismos que provocaron inestabilidad emocional a la población ñatjo, que afectó más a unas personas que a otras. Y algo era cierto, el SARS-CoV-2 llegó y se albergó en cuerpos con hipertensión, obesidad, diabetes, en adultos mayores, entre otros. Y si de algo adolecen los mazahuas, como dice Emelia Vázquez, Promotora de Salud en Crescencio Morales, es de un “alto porcentaje en diabetes e hipertensión”.
Afortunadamente, dentro de la comunidad se han presentado pocos casos, mismos que han sido tratados a tiempo y no han llegado a mayores: “las personas que han perdido la vida son de aquí, pero radican en otros lugares, y sí nos preocupamos más cuando empezaron a llegar al pueblo”. Llegaban muy seguido, en cajas pequeñas, “solamente eran cenizas”; amigos, vecinos, familiares que vivían en la ciudad de México principalmente, quienes hacían su arribo de manera directa al panteón, sin oportunidad de despedirlos como dicta la tradición, pues la costumbre del pueblo implica toda una cosmovisión y espiritualidad, rituales fúnebres, tiempo y espacio para la despedida del ser que parte, padrinos del difunto, velación, la luna, el carnero, la coronación, etc.
“Nos fuimos haciendo la idea que nos estaba llegando la COVID, tenemos que cuidarnos, yo tengo el azúcar, mi esposo también, nos duele el alma, pero cuando sabemos que muere alguien por esa enfermedad, ya no vamos a acompañarlos”, dice Juana Carmona, de El Tigre de Crescencio Morales.
La pandemia ha sido atroz no solamente en la salud: las actividades productivas de nuestros pueblos ñatjo fueron afectadas de manera contundente, pues las mujeres artesanas como doña Altagracia González y sus compañeras ya no pudieron salir a vender sus productos, pues dice que “los espacios públicos fueron cerrados, no se hicieron más eventos donde exhibían y ofrecían las prendas de lana, productos de ocoxal, alfarería, orfebrería, comida tradicional”. Por si esto fuera poco, familiares que realizaban trabajos en el hogar, en la albañilería, en tiendas y otros espacios en varias ciudades del país, así como en los Estados Unidos, fueron descansados y otros muchos despedidos. Algunos sin dinero para comer o para pagar la renta, tuvieron que regresar a la comunidad, lugar al que, en días, meses y hasta años no habían regresado. Hoy, por azares del destino, tuvieron que volver al terruño donde está su ombligo enterrado.
Ha sido una etapa de retos y desafíos para los pueblos mazahuas; algunos desean con ansia que esto ya termine, para poder regresar a sus actividades como antes. Hay quienes tienen la ilusión de que con las vacunas que recibieron en marzo algunos abuelitos mayores de 60 años, mejore o disminuya el COVID-19, como Don Goyo, que dice: “Me siento feliz, me dan ganas de brincar de alegría, ya recibí las dos dosis, no tuve ninguna reacción, y bueno, ando con cuidado, uso cubre boca y trato de no estar en contacto con gente porque sé que no todos están vacunados; ya es un avance importante para mí y para mucha gente, puedo decir que somos héroes”. Así como él, varios abuelitos han tenido fortuna, pues la jornada de vacunación se acercó a sus comunidades para que no tuvieran que desplazarse a otros lugares, y otros ya están con esperanza en espera de la segunda dosis. •