más de dos años en el poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha moderado el relato religioso que usó durante su campaña y el primer año de gobierno. Quedó atrás la pretenciosa oferta de una constitución moral que devino en una guía. Ofreció grandes reuniones ecuménicas y encuentros entre creyentes y no creyentes que no se han realizado. Parece congelado, también, el ofrecimiento a iglesias evangélicas de otorgar canales abiertos de televisión. Incluso cuestionó la iniciativa en el Senado, promovida por Ricardo Monreal a través de la senadora Soledad Luévano, de Morena. Dicha iniciativa hacía excesivas concesiones al clero político y accedía a históricas demandas de la Iglesia católica. El Presidente, el 19 de diciembre de 2019, la rechazó de manera tajante, aduciendo que: No nos metamos en ese campo, en ese terreno; yo creo que todo mundo, la mayoría de los mexicanos, está de acuerdo en que prevalezca el Estado laico, lo que establece la Constitución
. ¿La narrativa religiosa del Presidente se ha moderado? O ¿se ha impuesto la tradición republicana laica promovida por Juárez hace más de 160 años? Salvo el episodio de los detente o escapularios como escudo de protección ante la pandemia, 2020, año del coronavirus, el Presidente ha bajado el tono y el fervor de recurrir al pensamiento mágico en las políticas públicas. Un primer apunte es que el Presidente contuvo sus gestos e iniciativas que provocaban el carácter laico del Estado.
Una segunda constatación es que hay un trato más equitativo por parte del gobierno de la 4T al conjunto de las iglesias. La cercanía desde la campaña con las iglesias evangélicas ha servido de contrapeso a la excesiva atención que los gobiernos en turno han concedido a la Iglesia católica. Ésta, habituada al monopolio de la fe y a la interlocución privilegiada con el poder, se ha visto sacudida. La jerarquía católica, acostumbrada a las excepcionales prerrogativas y una zona de confort para marcar la agenda de las creencias religiosas en el espacio público, ahora tiene que compartir la plaza pública con un conjunto heterogéneo de Iglesias que reflejan la nueva configuración religiosa del país. Pero no deja de ser contradictorio que AMLO guarde estrechos vínculos con miembros del clero progresista, como Alejandro Solalinde o Raúl Vera, mientras con los evangélicos es con sectores más conservadores, como Hugo Érick Flores y Arturo Farela. Queda claro también que la extrema derecha católica ha declarado la guerra a la 4T; Frena es sólo una expresión.
Otro rasgo son roces entre los obispos y la 4T. Desde antes que asumiera la Presidencia se han presentado malos entendidos. Se habló de un foro sobre la reconciliación en el que participaría el Papa. Evento desmentido por la sala de prensa del Vaticano. Otro episodio es el espinoso tema de la demanda de perdón por los excesos en la conquista y la evangelización que AMLO ha solicitado a España y al Vaticano. La sala de prensa contestó de manera escueta: Por el momento el Vaticano no tiene un pronunciamiento adicional, pero como es sabido, el Santo Padre ya se ha expresado con claridad sobre esta cuestión
. La política migratoria mexicana que cedió a las presiones de Donald Trump incomodó al Papa, quien ha sostenido una línea de protección de los derechos humanos de migrantes y en diferentes momentos se ha enfrentado al hasta hoy presidente estadunidense. Hay un largo etcétera que dejamos.
El ímpetu discursivo más moderado, ha bajado la pretensión de imbricar la moral religiosa con la agenda pública. Es, sin duda, otro rasgo. Para el proceso electoral de 2018, AMLO irrumpe con un discurso que pugnaba por la restauración de la moral cristiana para enfrentar la corrosión de la sociedad, en particular la corrupción que ha permeado en los estamentos sociales. Con audacia, sataniza al neoliberalismo y enaltece la primacía de la moral, los bienes espirituales y del alma sobre la economía y la política. Sea por razones de cálculo político, para atraer a diversos contingentes de creyentes, sea por una verdadera convicción acerca de la necesidad de purificar el país, lo cierto es cruzó una frontera peligrosa, un posible regreso político de la religión a la vida pública en México. ¿O realmente AMLO cree que es tarea del Estado moralizar a la sociedad apoyándose en las iglesias? Fue evidente que el primer diagnóstico del mandatario fue imperfecto. Las iglesias son también responsables de la descomposición del tejido social. No existe tal autoridad moral de instituciones que han sido señaladas como pederastas, lavadoras de dinero, consumidoras de narcolimosnas y en varios casos condescendientes con el crimen organizado, como el caso de los sobornos a sacerdotes en Chihuahua y oscuros donativos a la diócesis de Aguascalientes.
Persisten iglesias que colaboran con el gobierno para reastablecer el tejido social sano
a través de programas sociales diversos. ¿Es negativo el lance? No, eso pasa con naturalidad en muchos países. Sólo que en México no es permitido por la Constitución. En este caso, la Secretaría de Gobernación opera con una ley secundaria jurídicamente endeble. Podríamos concluir que del semáforo rojo de 2019 pasamos a uno naranja en respeto a la laicidad. El peligroso lance de la constantinización de las iglesias, es decir, convertir a asociaciones religiosas en iglesias de Estado, se contuvo en el año de la pandemia. Aunque el registro del nuevo PES, partido evangélico, coloca de nuevo interrogantes.