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La utopía necesaria
V

ivimos tiempos de angustia y zozobra. A donde quiera que se mire, la incertidumbre es protagonista. La humanidad en su mayoría no ve pasar la tormenta. No es la humanidad toda, hay excepciones, aquellos a quienes la pandemia les vino como anillo al dedo: dueños de farmacéuticas, negocios de telecomunicaciones y otros más que se enriquecen con la tragedia.

El virus SARS-CoV-2 no sólo ha evidenciado las desigualdades sociales; además, las agudiza. Millones de personas ven afectados sus ingresos, sus niveles educativos, su salud emocional y física. Las afectaciones tampoco son iguales para todos y todas: las comunidades, naciones y regiones colonizadas, saqueadas y empobrecidas llevan la peor parte. La pandemia y sus múltiples consecuencias, así como las medidas que desde los centros financieros se adoptan para enfrentarla, continúan desarrollando el subdesarrollo de nuestros pueblos. En el capitalismo la salvación y desarrollo de unos significa el subdesarrollo y la perdición de las mayorías.

El escenario se agrava cuando reaparecen los adversarios de la libertad y de la democracia, y que hoy claman por toques de queda, medidas punitivas y mano dura para hacer entender a la gente. Aunque parezca adverso, este ánimo autoritario encuentra aliados en ideologías negacionistas o antivacunas, o en empresarios y políticos que llaman a desoír medidas en favor del mercado.

En México, la pandemia del Covid-19 se engarzó con otros problemas: el crimen organizado, los feminicidios, las desapariciones forzadas, la pobreza, el asesinato de personas periodistas y defensoras del territorio. Además, la continuidad de la militarización, del extractivismo y de los pactos de impunidad que marcan a la actual administración, hacen el panorama más complicado.

La crisis multidimensional se agudiza, y aflora cada vez más su dimensión ética y moral. La pérdida de sentido, de horizonte y de esperanza es terreno fértil para los peores monstruos.

¿Qué hacer? ¿Hacia dónde seguir caminando?

En La crisis de las utopías, Víctor Flores Olea planteó la necesidad de la utopía, de reconstruir el principio de esperanza. Identificó en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en los nuevos partidos políticos anticapitalistas y en los movimientos sociales posteriores a Porto Alegre, ideas y prácticas que contribuyen a construir el otro mundo posible.

En los movimientos, pueblos y organizaciones en resistencia existen prácticas prefigurativas que ponen en el horizonte el mundo que sí queremos. No son improvisaciones, muchas de estas experiencias son resultado de la teoría y práctica, de la imaginación, del ensayo y error.

De una lectura rápida de algunas de esas utopías reales, se desprende un andamiaje de prácticas y conceptos que bien podríamos retomar. Se habla y se construye, por ejemplo, desde o hacia la autonomía o lo comunal, donde el bien común está al centro de la organización de la vida y del trabajo.

Frente a la emergencia por el Covid-19, prácticas y reflexiones sobre la salud preventiva, integral y comunitaria, los trabajos de los cuidados y el cuidado de la vida, de la casa común y de los bienes comunes, así como el autocuidado personal y colectivo, cobran gran notoriedad.

Como alternativas al desarrollo capitalista, estos movimientos colocan la autogestión, la soberanía alimentaria, la recuperación de tierras, la agroecología, la milpa, la apicultura, las monedas alternativas, la autoproducción, las cooperativas, la economía solidaria, el comercio justo, las ecotecnologías, el software libre, el trueque, el intercambio de saberes, oficios y servicios, los mercados alternativos, el trabajo colectivo, el tequio, la faena.

Frente a los problemas de las violencias que el capitalismo criminal desplegó en nuestros territorios, diferentes movimientos pusieron al centro del debate conceptos para dimensionar el problema: las luchas de las mujeres por el reconocimiento del delito de feminicidio o la exigencia de familiares con personas desaparecidas para reconocer el delito e implementar búsquedas en vida. También, los movimientos de los y las agraviadas por las violencias han construido brigadas de búsqueda de personas, o han construido antimonumentos y refugios, o han realizado juicios populares y conmemoraciones, prácticas que materializan la solidaridad y la memoria.

A estos movimientos se suman otros que en zonas rurales se organizaron para hacerse cargo de la seguridad y la justicia, y que incluso proponen el remplazo de lo punitivo por la reducación.

Al centro de ese “otro mundo posible“ se encuentran la asamblea y la democracia, pilares fundamentales de otra política donde los principios, el consenso o el acuerdo, la rotación y la rendición de cuentas puedan ser garantía de que el mandar obedeciendo es real y no eslogan.

Muchas prácticas escapan aquí, por ejemplo, la pedagogía liberadora, o las que impulsan las diversidades sexo-genéricas. Practicarlas y combinarlas con otras experiencias presentes y pasadas que nos ayuden a salir de la barbarie y nos orienten hacia un mundo con democracia, libertad, dignidad, justicia social, ciencias y artes, nos ayudará a reconstruir la utopía, a edificar el mundo que sí queremos.

* Sociólogo

Twitter: @RaulRomero_mx