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Despertar en la IV República

Virtudes de la incertidumbre

H

ace medio siglo, Jorge Ibargüengoitia utilizó el sentido del humor, el sarcasmo y la ironía para burlarse del sistema político, concretamente de la elección de 1970 en que se impuso con mucha anticipación Luis Echeverría. Ibargüengoitia se preguntaba al comenzar un artículo ¿quién sería el ganador? Todo el mundo nos dábamos cuenta de que la pregunta era una burla. No había dudas de que el PRI ganaría. No había la menor incertidumbre. Cincuenta años después, nadie podría asegurar que en las elecciones de 2021 los resultados están amarrados. Nadie sabe si el partido en el poder podrá mantener el control de la Cámara de Diputados y, por consiguiente, del Congreso. Nadie sabe quiénes serán los 15 nuevos gobernadores.

Existe incertidumbre y esta es una señal de que empezamos a tener una vida democrática. Un escritor de nombre rarísimo Przeworsky nos dijo que el ciudadano democrático amaba la incertidumbre: En un régimen democrático, los resultados del certamen son inciertos, de ahí la necesidad de que el ciudadano asuma la incertidumbre como un valor político que debe defender, aunque los mismos no sean los que esperaba con su voto. Aparte de esta afirmación, que es verdadera, otra capacidad, la de Ibargüengoitia, caracteriza al sistema democrático: la posibilidad de burlarse de nuestros próceres, denuestra clase política y de sus locuras. Nada envidio más que la capacidad de Ibargüengoitia de hacernos reír de nuestros mandones.

Actualmente cada semana se producen docenas o centenares de artículos en contra y a favor de nuestros líderes en tonos serios, solemnes. No hay quién se atreva a ver los aspectos humorísticos y a burlarse de ellos. Por ejemplo, al abrirse las candidaturas en varios partidos, se inscriben para contender decenas o centenares, la mayoría sin el menor mérito. Se han abierto las puertas de la relección. Muy bien. Es algo que estaba pendiente desde hace 80 años. Pero sucede que casi todos los diputados en funciones buscan la relección, pero los electores ni siquiera conocen su nombre. La relección se posibilitó para estimular a los legisladores a ser buenos representantes populares, pero para eso tendrían que ser conocidos por quienes van a votar. Nos hace falta un Ibargüengoitia para aprender a reírnos de estos despropósitos.

Colaboró Meredith González