Proponerse un proyecto de investigación que aclarara el concepto de innovación con propuesta ambiental, llamada ecoinnovación, es una apuesta que un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) nos propusimos en 2018. Con financiamiento de la Rectoría de la Unidad Xochimilco, nos dimos a la tarea de abordar diversos casos en zonas rurales de varias regiones del país.
El reto comprendía desafiar la noción convencional de innovación, que se aborda en la literatura clásica sobre el tema pensando en un mundo de empresas capitalistas cuyo principal y único motivo para innovar es el mercado y las ganancias. Específicamente en cuanto a ecoinnovación, hay una tendencia creciente, tanto en organismos internacionales como en organizaciones empresariales, para enverdecer la misma lógica empresarial de búsqueda de utilidades, ahora promoviendo productos “verdes” y conservando incólume la economía de mercado. Aún desde este capitalismo verde, la disyuntiva entre la búsqueda de ganancias y la preservación ambiental genera tensiones evidentes, pues el segundo objetivo frecuentemente resulta más costoso. Además está el problema de que los ritmos de recomposición de los recursos biológicos y la naturaleza frecuentemente son más lentos que el frenesí por la búsqueda de utilidades.
Las políticas económicas para promover los productos verdes y los procesos de producción que no sean depredadores de recursos naturales son fundamentales, y lo común es toparse con que es necesario otorgar subsidios para no destruir la naturaleza y mantener áreas protegidas. Es el caso de los bosques, en el cual se paga por un árbol no cortado, y este pago tiene que superar el de la venta para madera, es un buen ejemplo, mientras que el mercado de bonos de carbono que puede generar ingresos para los preservadores de las áreas arboladas es una de las opciones más socorridas de la propuesta de economía verde. En estos tiempos aciagos de pandemia global por COVID- 19 y cambio climático, la urgencia de hallar otros modos societales de convivencia con la naturaleza se ha vuelto más evidente, y ello conduce a cuestionarse qué tipo de innovación en los procesos productivos y de consumo permitiría avanzar hacia la sustentabilidad.
Se publicita mucho en los foros internacionales las medidas que toman diversos gobiernos para mitigar la contaminación resultante de procesos productivos, tales como multas, acciones coercitivas e impuestos específicos, con el resultado deplorable de que no se frena la contaminación, sino que se generan “permisos para contaminar”. En la promoción de la economía verde se dan estímulos fiscales y de diversos tipos para “limpiar” los procesos. Estas medidas comenzaron a promoverse con más intensidad a partir de los años ochenta (como efecto de textos como Nuestro Futuro Común de la ONU), por lo que podemos constatar a la fecha que su eficacia ha sido limitada, por decir lo menos.
Menos conocidos son los esfuerzos que hacen diversas organizaciones sociales en todo el orbe para construir la sustentabilidad desde abajo. Propuestas que frecuentemente se topan con intereses poderosos, de capitales mineros, industriales y urbanizadores, entre otros, que frecuentemente recurren a la violencia para frenar las luchas ambientalistas y de defensa de los territorios.
Este tipo de realidades son las que se ignoran desde la visión convencional de innovación y capitalismo verde, en las cuales parece que basta con que avance la supuesta conciencia ambientalista de los consumidores de productos verdes para que se detenga la destrucción planetaria.
El concepto de innovación más conocido es el propuesto por el llamado Manual de Oslo, en el que ésta se ve como concepción e implantación de cambios significativos en el producto, el proceso, la comercialización o la organización de la empresa, con el propósito de incrementar las ventas, y por ende las ganancias, debido a un mejoramiento de la calidad de los productos y por tanto del bienestar de los consumidores. Estas transformaciones provienen de conocimientos generados al interior de la empresa, en colaboración con otra, o en una universidad o centro de investigación. Resalta aquí la linealidad y simplicidad del planteamiento, puesto que las redes presentes desde la generación de un conocimiento aplicable y una tecnología a la obtención de un producto y su venta en el mercado son complejas y con múltiples intereses confrontados.
Se concibe a las empresas como el actor fundamental en la generación y aplicación de innovaciones, que se comportan como usuario y como proveedor indistintamente, a través de cuyas interacciones surgen las oportunidades para innovar. Se excluye de entrada a todas aquellas organizaciones sociales que también innovan y producen para el mercado o el autoconsumo, sin ser el primero la única motivación para las transformaciones en procesos, productos y comercialización. La innovación no ocurre en el vacío, y en la relación con centros de investigación y universidades públicos, subyace el dilema ético, especialmente en sociedades desiguales como la mexicana, desde los recursos provenientes de toda la sociedad deben ser utilizados para promover las ganancias de las empresas. Este asunto es espinoso en economías muy concentradas, en las que unas cuantas empresas se adueñan de la mayor parte de la economía. El problema de la propiedad intelectual de los hallazgos está aquí presente, es cada vez más aguda la tendencia a la privatización de los conocimientos científicos que se generan en los propios laboratorios de las empresas y no pueden difundirse públicamente. Asimismo, se evidencia una tensión entre la libertad de los investigadores y las prioridades nacionales de un país con fuertes carencias y desigualdades, discusión que se encuentra en un punto álgido en el actual gobierno de la 4T.
La perspectiva ambiental se integra recientemente a los estudios de innovación, refiriéndose a mejoras ambientales y desarrollo sustentable. Se aspira a ecoinnovaciones con implicaciones económicas y ambientales, que mejoren simultáneamente la competitividad de las empresas, con impactos ecológicos positivos, de manera que se apoye un crecimiento económico “verde”. En esta perspectiva, se ignoran las propuestas de sustentabilidad como fenómenos de resistencia y de defensa del territorio, protagonizados por organizaciones sociales frecuentemente involucradas en lograr la sobrevivencia.
La definición más común de la ecoinnovación (propuesta en 2008 por Kemp y Pearson) involucra producción, aplicación y explotación de bienes, servicios, procesos productivos o negocios y métodos de gestión novedosos que impliquen una reducción del riesgo ambiental, de la contaminación y los impactos ecológicos negativos. Desde esta perspectiva, el buscar el enverdecimiento de la economía capitalista no cuestiona la búsqueda incesante del crecimiento económico como sinónimo de bienestar, cuando justamente es esta presión la que ha llevado a la destrucción sin precedentes de la naturaleza. En esta literatura no hay mayor consideración de la crisis ambiental global, como un posible producto de una epistemología que separa a la sociedad de la naturaleza, causante en buena medida del desastre actual. Sigue más vigente que nunca, si cabe, si es factible compaginar crecimiento económico con sustentabilidad.
La sociedad rural mexicana ha sido testigo de un deterioro ambiental sin precedentes a partir de la segunda mitad del siglo XX, justamente por el modelo tecnológico que se impuso a partir de la revolución verde desde los cincuenta, presentado en sus años como innovación. Este modelo se generó e impuso sin mayor consideración ambiental, privilegiando aspectos de productividad y el supuesto objetivo de acabar con el hambre en el mundo (algo que a la fecha no ha sucedido). A décadas de que se volvió dominante un modelo basado en monocultivo con semillas mejoradas, agroquímicos, riego y mecanización, el resultado de tierras erosionadas, pérdida de agrobiodiversidad y contaminación de agua, está presente en todo el territorio nacional. Las mayores beneficiadas han sido las empresas transnacionales que abastecieron los nuevos insumos, quienes ejercen poder a la fecha en el agro para continuar con el mismo modelo, de la mano entusiasta de los gobiernos federal y local, que continúan promoviendo el paquete. Más grave aún fue que esta manera de producir se privilegió para la producción y autosuficiencia de alimentos. En nuestro país además el modelo generó la exclusión de la mayoría de los productores mexicanos, que son campesinos minifundistas de temporal.
Estos cuestionamientos estuvieron presentes durante los dos años que duró el proyecto de investigación sobre ecoinnovación, paralelamente a la realización del trabajo de campo sobre diversos casos. Así fue que expusimos y discutimos experiencias empíricas relativas al tema de investigación, que comprendieron casos en Oaxaca, Guerrero, Puebla, Baja California y Tlaxcala. Comprendimos experiencias tanto de producción agrícola como de ecoturismo, reforestación, agroecología, entre otros, y la riqueza de estos trabajos, como suele suceder, rebasó los marcos y discusiones teóricas.
La exposición de casos que hacemos aquí da cuenta de esta riqueza, y el análisis de la investigación en conjunto (que será difundida en un libro de próxima aparición) nos llevó a constatar lo limitado de la teoría convencional, así como la diversidad y complejidad de las motivaciones que llevan a las organizaciones sociales para generar nuevos conocimientos y sus aplicaciones, es decir innovaciones. Otro hallazgo importante es que esta creatividad está muy lejos de ser motivada sólo por el mercado, que si bien está presente, hay estímulos que vienen desde la acción colectiva, la preocupación por los bienes comunes y el futuro del planeta; tal como encontramos en la preservación de las semillas de maíces nativos en Tlaxcala, en la reforestación de árbol de copal para elaboración de alebrijes en Oaxaca, en la creación de un hotel por una organización de mujeres indígenas en la Sierra Norte de Puebla, en la producción de nopal, en la promoción de la agroecología en la Montaña de Guerrero y en una empresa que compra a pesquerías sustentables de Baja California.
Todos los casos presentados apoyaron un debate interesante en el que los investigadores nos dimos cuenta de la necesidad de reelaborar el concepto de ecoinnovación para realidades que van más allá de empresas que buscan ganancias. En el horizonte actual de pandemia y crisis socioambiental, esclarecer las motivaciones de las organizaciones sociales y empresas para innovar y revertir el deterioro ambiental, los frutos de una investigación como esta pueden apoyar propuestas para transitar a sociedades equitativas y sustentables.•