n su primera colaboración del año en La Voz Brava, Clarisa Landázuri refiere una anécdota que precisamente hoy creo acertado repetir aquí.
Según esto, no advirtió qué cliente, ahora más bien escasos, del antes siempre tan concurrido Café Bravo, dejó olvidado un cuaderno sobre una de las mesas con vista al barranco, de por sí pocas y además espaciadas, allá arriba, en Brava. A pesar del frío y sobre todo del viento, Clarisa mantiene abiertas las ventanas, atenta a una más de las indicaciones que la autoridad de salud ha establecido como precaución, ante la amenaza de contagio de la pandemia mundial del Covid-19.
Al igual que en alguna otra ocasión, Clarisa decidió guardar el cuaderno olvidado, sin abrir, segura de que el descuidado cliente regresaría al café a recuperarlo. Dejó pasar unos días antes de abrirlo en busca del nombre del distraído dueño, o de una dirección, o algún número de teléfono, para avisar que ella tenía en su poder un cuaderno con tales señas, en caso de que quien le respondiera quisiera rescatarlo. Sin embargo, Clarisa se encontró con la primera página en blanco, sin dato ninguno de identificación. Así que entre molesta y curiosa, pasó la página y se encontró con otra, la segunda y la única del resto que hojeó, con algo escrito en ella, y que evidentemente se trataba de la página de un diario personal, escrita con tinta negra y con letra clara.
En su colaboración, Clarisa Landázuri la transcribe literalmente, tras comentar que, al tratarse de un diario lo que quedó abandonado sobre la mesa del café, le extrañaba todavía más que el cuaderno en sí no estuviera identificado, como si al diarista no le importara perderlo, o lo que también era posible pensar, añadió Clarisa, era que el diarista se tratara de alguien tan seguro de que nunca dejaría olvidado en ningún lugar precisamente su diario, por excelencia la propiedad más íntima, menos anónima y casi secreta que existe, que no era necesario escribir su nombre ni otro dato, ni menos ofrecer recompensa a quien lo encontrara y quisiera hacer todo por devolverlo a su dueño.
Fuera como fuera, en su colaboración Clarisa transcribió literalmente la página del diario extraviado. Amanecí con la mente según yo tan despejada que recibí sonriente la ocurrencia que espontáneamente se me presentó. Fue la creencia de que, al empezar cada entrada en mi diario, llevaba décadas registrando mal la fecha, misma que desde que recuerdo he encabezado con una cifra romana, seguida del mes, del sitio desde donde escribo y, por último, del nombre y número del día de la semana. Según lo cual ayer, por ejemplo, anoté XX diciembre casa sábado 31, atenta al orden del dato más fijo, seguido, en una secuencia de variabilidad temporal de menor a mayor, de los datos cambiantes de mi situación diaria. Es decir, desperté, según yo, con la mente tan despejada que me sentí segura de que el encabezado de cada entrada de mi diario hasta el día de hoy era erróneo, pues, al despertar hoy, me pareció que la cifra romana XX correspondía al siglo, no al año. De modo que, animada, me senté, enderecé la almohada contra la cabecera y, sonriente, empecé, según yo, a corregir la cifra romana en cada entrada de mi diario del año pasado, de modo que el indicador del siglo fuera XXI y que el encabezado correcto de ayer quedara así, XXI diciembre casa sábado 31. Estaba por empezar a corregir cada entrada de mi diario de hace dos años cuando, ante la perspectiva de tener que corregir entonces el cuaderno de cada año, de los 60 y tantos en que he llevado diario diariamente, cuando por fin advertí que, hasta el día de hoy, para mí la cifra romana XX en realidad siempre se había referido al año, no al siglo. Así que me detuve, a tiempo para encabezar mi diario de hoy con números arábigos, 2021 enero casa viernes 1º. Y además me prometí pensar dos veces antes de creer que yo, brumosa de nacimiento, soy capaz de amanecer alguna vez con la mente despejada
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