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Gozos decembrinos
Y

a estamos en la temporada navideña, que en este año de pandemia tendrá que ser diferente; sin embargo, debemos festejarla aunque estemos en soledad. Hay que comprar nochebuenas, cuya vista alegra el entorno, poner el nacimiento o arbolito, si es lo que acostumbra, cocinar o pedir a algún lugar los platillos de esta época. Si es posible, dese una vuelta por el majestuoso Paseo de la Reforma, que está todo decorado con miles de nochebuenas que dan un aire festivo.

Todo esto nos va a dar un aliento positivo que nos ayude a empezar el nuevo año, en que todavía estaremos confinados, pero ya con la esperanza de que empieza la vacunación; en unos meses todo irá volviendo a la normalidad.

Por lo pronto, vamos a recordar con el notable cronista don José María Álvarez cómo se festejaban estas fechas a fines del siglo XIX. Escribió sus memorias, que tituló Añoranzas, una de las mejores crónicas de la vida de la Ciudad de México en esa época. Cuenta: “En nuestros actuales días las posadas, que antes eran actos meramente religiosos, se han transformado en fiestas profanas donde se charla, se bailan exóticas danzas al descompás de escandalosas radiolas y se liba sin tasa...

“Eran bien diferentes en aquellos tiempos de mi mocedad: se cantaba ineludiblemente la Letanía Lauretana, formando los concurrentes un largo desfile a cuya cabeza marchaban, llevando en sus andas a los santos peregrinos, y todos los asistentes, al compás de alguien que rasgueaba en la guitarra los sagrados cantos rituales que todos coreaban unciosamente con el Ora pro nobis. Se pedía enseguida la posada, dividiéndose la concurrencia en dos bandos y leyéndose los versitos alusivos del cuadernillo, que pasaba de mano en mano, mientras se chorreaban los vestidos con la parafina de las velitas encendidas, entonando los concurrentes el conocido sonsonete: Eeeen el nombre del cieeeelo...”

Tras la detallada descripción de la velada, con gran erudición el cronista nos platica el origen de las posadas, que solamente se celebran en nuestro país y se originaron en las pequeñas piezas religiosas llamadas autos, que los misioneros componían en lengua mexicana.

Ya desde 1533 se había efectuado en Tlatelolco una representación denominada El Juicio Final que, por cierto, hace varios lustros Miguel Sabido presentó magistralmente en ese mismo sitio, con alrededor de 400 participantes, muchos de ellos vecinos del lugar y hablada en náhuatl, un espectáculo realmente conmovedor e impactante.

También nos comenta con sorna el cronista acerca de la cada día más popular costumbre del árbol de Navidad y Santaclós: “En los tiempos antañones no se introducía aún la costumbre de poner el árbol de Navidad ni se habían importado a nuestro país copias exóticas del extranjero Pere Noel, como se dice en Francia, o Santa Claus, nombre híbrido con el que se le designa en Estados Unidos y que es una corrupción de San Nicolás, que fue un santo griego que se volvió leyenda en Rusia, lo que explica su atuendo, que es parecido al de un mujick, con el blusón atado a la cintura, pantalón bombacho y botas. El rojo del atuendo se atribuye a que San Nicolás era obispo y éstos usan la vestimenta de ese color; el trineo tirado por renos era el transporte usual durante el gélido invierno en ese país”.

De la tradición del árbol de Navidad, nos comenta don José María que proviene de los países nórdicos, donde existe una leyenda cristiana que alude a un monje llamado Colomban, quien reunió a sus correligionarios en lo alto de una colina, en torno a un sabino venerado por los habitantes, para fijar en sus ramas, justamente la noche de Navidad, antorchas en forma de cruz. Iluminado por su resplandor, Colomban, quien después fue santo, predicó sobre el nacimiento de Jesús. En México introdujeron la costumbre extranjeros que pronto fueron copiados por la aristocracia mexicana y finalmente por los habitantes de las ciudades.

Uno de los lugares donde puede solicitar los platillos típicos de esta temporada es el restaurante El Cardenal. Hay uno en cada rumbo de la ciudad, así es que seguro tiene uno cerca. Ya me saboreo los romeritos con tortitas de camarón y el bacalao, también pida los bolillitos crujientes que ahí hornean cotidianamente para las tortas del recalentado. De postre: el dulce de tejocote.