El problema y la oportunidad
La fuerte deforestación observada durante las últimas cuatro décadas en las selvas y bosques, en toda Latinoamérica, ha sido consecuencia del cambio del uso del suelo en favor de la actividad agrícola y pecuaria a gran escala, con el fin de producir alimentos para la creciente demanda mundial. Estas demandas de alimento, particularmente las de origen animal, seguirán creciendo en las próximas tres décadas a consecuencia del aumento esperado de la población.
Este escenario obliga a encontrar mecanismos que reduzcan la deforestación, y el reto de muchos países como México es lograr una suficiencia alimentaria y asegurar su disponibilidad para la población, utilizando estrategias de producción que recuperen los procesos ecológicos y sociales que se han afectado al transformar las selvas en sitios de cultivo de vegetales o de crianza animal. En este sentido, las prácticas que realizan los pequeños agricultores juegan un papel importante, pues combinan sistemas mixtos de agricultura con ganadería, que fomentan pequeñas reservas forestales a través de su manejo y cuidado.
Estas pequeñas reservas surgen como consecuencia de la recuperación de la vegetación original, debida al abandono de los terrenos agrícolas y pecuarios o como consecuencia del uso y manejo de la vegetación, lo que puede generar algún nivel de modificación, pero conservan la mayoría de las especies vegetales encontradas al inicio del manejo. Cualquiera de estas dos vías da origen a una etapa de la vegetación, conocida como acahual (del náhuatl acahualli- terreno baldío o abandonado), que en la Península de Yucatán se denomina k’ax o hubche’, y los campesinos mayas lo diferencian de acuerdo con su edad o tiempo de abandono: como xmehen k’ax (de 10 a 20 años), tankelem k’ax (de 20 a 40) o nukuch k’ax (más de 40 años).
El acahual tiene una rica composición de hierbas, enredaderas, arbustos y árboles, por lo que juega un importante papel para los medios de vida de los pequeños agricultores. Este tipo de agricultores constituyen el 73% de las 5.3 millones de unidades económicas del sector rural en el campo mexicano (FAO-SAGARPA 2014), y aportan cantidades significativas de alimento para la seguridad alimentaria de la población mexicana. Entre estos pequeños agricultores, son de particular importancia aquellos que viven donde existe o existía un tipo de vegetación llamado selva baja caducifolia (SBC), como la que se encuentra distribuida en la Península de Yucatán. Los acahuales derivados de la SBC son un recurso alimenticio valioso para los animales rumiantes (vacas, cabras, borregos). Así mismo, debido a su alta riqueza de especies constituyen una fuente de recursos de la que obtienen beneficios los agricultores.
El reto y la propuesta
En la actualidad se plantea que para cubrir la futura demanda de alimentos de origen animal de forma sostenible, es necesario desarrollar esquemas de mayor producción animal en menor cantidad de superficie de tierra y con menor huella ecológica. En este sentido el acahual puede fungir como un sistema agroforestal que se integre en los sistemas ganaderos con un manejo estratégico multipropósito. Resulta factible incorporarlo dentro de la visión de las políticas públicas destinadas a fortalecer los sistemas de producción de alimentos en el medio rural (por ejemplo, “sembrando vida” o “producción para el bienestar”). Principalmente porque en términos sociales su uso se encuentra generalizado y su manejo es aceptado dentro de las prácticas culturales de los pequeños agricultores.
Sin embargo, es necesario conocer más los límites de carga o intensidad de ramoneo que pueden soportar las distintas especies de plantas del acahual, antes de comprometer su productividad de forraje para los animales o incluso cambiar la composición de especies que lo conforman. Tradicionalmente se han manejado bajas cargas de pastoreo (un animal de 150 kg por hectárea), pero podría incrementarse (un animal de 250 kg por hectárea) sin exceder el forrajeo.
Otro reto que vencer es ampliar la visión actual de la política pública de apoyar el pago de servicios ambientales solo en sistemas forestales o agroforestales. Se necesita adecuar los marcos institucionales de la política pública para incluir a los acahuales que existen en los sistemas ganaderos, ya que aportan servicios al ecosistema; entre ellos mitigan la emisión de dióxido de carbono (CO2), capturan y almacenan mayor cantidad de carbono proveniente de la atmósfera, incluso más que las áreas con vegetación no manejada. Además, ayudan a conservar la biodiversidad (animales y plantas silvestres), facilitan la conexión de los manchones de selva que aún quedan dentro del paisaje agropecuario, sirven como áreas para la captación e infiltración del agua de la lluvia, que en el caso de la Península de Yucatán es clave para la recarga del acuífero del que depende la población. •