Desde tiempos inmemorables, el Río Atoyac daba alimento, alegría, belleza, convivencia y colorido a nuestro ambiente. El recuerdo comunitario habla de la convivencia de mujeres y niños en el río para lavar, bañarse, jugar y pescar, así como de la recolección de la jarilla para hacer canastos; habla de los campesinos que regaban sus parcelas con agua fresca y cristalina, de la celebración de misas en el campo y del compartir comida, sueños y canciones, preocupaciones, y la organización comunitaria de fiestas, y de faenas para el desazolve del río y para sacar material para construir la iglesia o alguna infraestructura comunitaria, lavar la verdura o bañar a los animales. También se mantiene el recuerdo de la diversidad de fauna que habitaba en el río (peces, ajolotes, acociles, ranas, sapos, víboras, nutrias, conejos, mapaches, tlacuaches, patos y armadillos), así como de plantas comestibles y medicinales (yerbabuena, manzanilla, berros, verdolagas, quintoniles, lengua de vaca y otras) que eran recolectadas, junto con la leña que traía el Atoyac con sus crecidas aguas desde los cerros, o las lluvias de peces y víboras que ocasionaban los remolinos que se formaban.
Sin embargo, desde que se instalaron los corredores industriales en nuestra región, el agua del río empezó a cambiar: el Atoyac ha sido contaminado y nuestra vida comunitaria sigue desmoronándose desde entonces. A la fecha, se tiene noticia de que hay más de 20 mil empresas en el territorio de la Cuenca irrigada por nuestro río, que de diversas maneras descargan en él sus residuos.
Y junto con la contaminación del río llegaron las enfermedades y el sufrimiento de nuestros pueblos. Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) nos muestran que entre 2002 y 2016, murieron de cáncer un total de 25 mil 737 personas; 4 mil 379 por enfermedades renal crónica y se registraron 906 abortos espontáneos, todo en la cuenca del Alto Atoyac. Esto significa que muere una persona por estas causas, cada cuatro horas aproximadamente.
De acuerdo a estudios realizados desde el 2003, en el agua del Río Atoyac y de su afluente, el Xochiac, se ha encontrado que llevan grandes cantidades de metales pesados y químicos tóxicos (como mercurio, níquel, plomo, cianuro, arsénico, cobre, cromo, cadmio, zinc, tolueno, dibromoclorometano, cloroformo, cloruro de vinilo, cloruro de metilo, fenoles, compuestos de benceno, nitritos y nitratos, fosfato, xilenos y sólidos suspendidos), que tiene patógenos de origen fecal y presencia de nitrógeno, debido al uso excesivo de fertilizantes, detergentes y a procesos de descargas industriales que no se encuentran regulados por ninguna norma mexicana. Estos estudios muestran que en la cuenca Atoyac–Zahuapan podría haber hasta 100 sustancias contaminantes distintas, muchas de ellas cancerígenas, y otras enfermedades crónico–degenerativas, como lo muestran los datos del INEGI.
Es por eso por lo que habitantes de la región de San Martín Texmelucan, Tepetitla de Lardizábal y Nativitas, nos organizamos en la Coordinadora por un Atoyac con Vida, y junto con el Centro Fray Julián Garcés hemos emprendido una larga lucha de denuncia por los impactos de la contaminación de la cuenca del alto Atoyac en nuestra vida comunitaria, cultura, economía, ambiente, y en la salud de los habitantes.
Con esta lucha por la denuncia, se ha conseguido que las autoridades de los gobiernos federal, estatal y municipal de los estados de Puebla y Tlaxcala apliquen medidas para el saneamiento de los ríos, pero han resultado en procesos costosos, cosméticos y fallidos. Un primer plan de saneamiento, en 2005, que a la larga fue una simulación, que fue seguido en 2011 por un segundo plan que, además de ser una nueva simulación, costó millones de pesos. Al mismo tiempo, y por la presión de nuestra lucha, la Comisión Nacional del Agua elaboró un estudio, también en 2011, y publicó una Declaratoria de Clasificación de los Ríos Atoyac, Xochiac y/o Hueyapan y sus afluentes, en la que determinó que estos ríos recibían descargas contaminantes que acumulaban más de 778 toneladas por día.
Luchamos por obtener justicia socioambiental, pues la nula regulación ambiental permite el asentamiento de miles de empresas industriales en los márgenes de los ríos Atoyac, Xochiac, Zahuapan y sus afluentes para emprender negocios altamente lucrativos, aprovechando la abundancia de nuestros recursos hídricos y la necesidad de trabajo que hace que la oferta de mano de obra sea la más barata en la región.
Luchamos por resucitar el río y para que una vez más corra agua bonita por él, por recuperar el sentido profundo de la vida comunitaria que nos fue arrebatada por una industrialización que, en vez de proporcionar desarrollo y mejoría nos produjo enfermedades, ruina económica, pérdida cultural, ruptura del tejido social y, en muchos casos, la muerte.
Nuestra vida sigue en peligro, y seguiremos persistentes en esta lucha para hacer avanzar un proceso de saneamiento y lograr un compromiso real entre comunidades y autoridades. •