n vísperas de la victoria electoral del Movimiento al Socialismo (MAS, 18/10), la ex presidenta
de Bolivia Jeanine Áñez encabezó en Santa Cruz un acto de homenaje a los militares que asesinaron al Che, el 8 de octubre de 1967. Sacando pecho, advirtió: Lo que jamás permitirá la tradición republicana del pueblo boliviano es la instalación de la tiranía
.
Añadió: Cualquier extranjero, sea cubano, venezolano, argentino, que vaya a causar problemas, encontrará la muerte
. Eso dijo la esperpéntica señora que con el beneplácito de Luis Almagro (el tránsfuga que dirige la OEA), asumió el poder en una sesión sin quórum del Senado, tras el golpe cívico-militar que obligó a la renuncia del presidente Evo Morales, hace un año.
Naturalmente, ninguno los altos mandos militares allí presentes recordó a la señora que el ejército de Bolivia fue modernizado por el general prusiano Hans Kundt (inicios del decenio de 1930) y rebobinado por el Pentágono durante las dictaduras de René Barrientos (1966-69), Hugo Bánzer (1971-78) y Luis García Meza (1980-81). Años en que los servicios secretos del ejército y la policía eran supervisados por dos protegidos de la CIA en La Paz: el ex jefe de la Gestapo en Lyon, Klaus Barbie, y el neofascista italiano Stefano Delle Chiae.
Como fuere, el homenaje de marras empataba con un decreto aprobado por el Congreso de Bolivia en enero de 2006, cuando tras el triunfo de Evo en los comicios presidenciales de diciembre, declaró beneméritos
a los asesinos del Che. Una iniciativa del diputado derechista Carlos Nacif, a petición de la Confederación Nacional de ex combatientes de la Guerrilla de Ñancahuzú.
Los miembros del nuevo gobierno son guevaristas
, dijo Nacif. “Pero el decreto –aclaró– tiene que ver con la importancia de los bolivianos que defendieron la patria en 1967. Gente que ofrendó su vida para salvarnos del comunismo.” Luego, en representación del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en el departamento oriental del Beni, Nacif integró la coalición del MAS.
Adenda uno: patética metamorfosis del MNR, que en la revolución de 1952 redujo el tamaño del ejército de 20 mil a 5 mil soldados, a más de pasar a retiro a cerca de 300 oficiales, recortar de 50 por ciento del presupuesto militar, y remplazar sus efectivos por milicias obreras y campesinas (1952-56).
En junio de 2011, en un acto con la presencia del entonces ministro de Defensa de Irán Ahmad Vahidi, el gobierno de Evo inauguró la Escuela de Comando Antimperialista Juan José Torres en la ciudad cruceña de Warnes, en sustitución de la llamada Héroes de Ñancahuazú.
La escuela no prosperó y en agosto de 2016, con la presencia del general Vladimir Padrino, ministro de Defensa de la República Bolivariana de Venezuela, fue reinaugurada con el fin de construir un pensamiento anticolonial y anticapitalista
, que según Evo vincularía a las fuerzas armadas con los movimientos sociales, y así contrarrestar la influencia de la Escuela de las Américas (de Estados Unidos), que ha visto desde siempre a los indígenas como enemigos internos”.
Adenda dos: en esos momentos, el jefe del ejército era un oficial de apellido fantástico: Kaliman. El general William Kaliman. El hombre que en noviembre de 2019 forzó a la renuncia de Evo, a cambio de un millón de dólares pagados por los verdaderos enemigos de Bolivia, y 50 mil a cada uno de los oficiales involucrados en el complot.
Kaliman había sido agregado militar de la embajada de Bolivia en Washington, y en 2003 asistió al curso de Comando y Estado Mayor de la ex Escuela de las Américas, reciclada en el Instituto de Seguridad del Hemisferio Occidental, que funciona en Fort Benning (Georgia), y participó en el programa de intercambio APALA que se encarga de reclutar agregados policiales de las embajadas latinoamericanas en Washington.
En días pasados, en la Casa del Pueblo de La Paz, el presidente Luis Arce Catacora cambió toda la cúpula de las fuerzas armadas y exigió a los militares que respeten la democracia
(¿en cuántas ocasiones los pueblos han oído esto?).
Correctamente orientado, Arce evocó a David Toro (1936-37), Germán Busch (1937-39) y Gualberto Villarroel (1943-46), generales a los que definió como grandes líderes militares cuya participación fue determinante porque surcaron profundos procesos de cambio estructural que quedan en la memoria colectiva del pueblo
.
En efecto. Las medidas nacionalistas de los tres molestaron a las compañías petroleras yanquis y la decadente rosca minera
. Y los tres tuvieron un triste final. Toro murió olvidado en el exilio chileno, Busch se suicidó o lo suicidaron, y Villarroel fue colgado por una turba fascista en un farol de La Paz. Pero los tres convalidaron la sentencia del general panameño Omar Torrijos (1929-81): La revolución se hace con el ejército, sin el ejército o contra el ejército
.